Opinión

DESPUÉS DE LAS ELECCIONES

POR: GERMÁN TORRES COBIÁN

Siempre he abominado del empleo abusivo de los clichés, pero a veces se presentan ocasiones en que no queda más remedio que usarlos. Por ejemplo, hay una expresión de procedencia francesa que dice: “cada pueblo tiene el Gobierno que merece”. No me gusta esta frase hecha porque tiene la contundencia de todas las grandes mentiras. Analizándola bien se descubre que es una falacia  en cualquier país con democracia o dictadura. Otro dicho, este de procedencia inglesa es el que asegura que los pueblos siempre encuentran “the right man in the just moment”.

Ambas expresiones son discutibles. ¿Mereció ser gobernado por Adolph Hitler el pueblo alemán, tan culto, tan aficionado a escuchar la buena música de Mozart, Beethoven, Wagner, o a leer la fascinante literatura de Herman Hesse, de Thomas Mann, y a contemplar el buen cine de Fritz Lang y de Erick von Stroheim? ¿Llegó el Führer en el momento justo a Alemania? ¿Mereció el pueblo español un sátrapa como Francisco Franco que aniquiló la II República cuyos dirigentes estaban dando grandes pasos por el desarrollo y modernización de España? ¿Mereció Chile un tirano y asesino como Augusto Pinochet que masacró al pueblo, destruyó sindicatos  y obligó al exilio a miles de profesionales e intelectuales? ¿Mereció el pueblo peruano que Alan García nos gobernara entre 1985-1990 y 2006-2011 con las desastrosas consecuencias ya conocidas? Ninguno de estos pueblos, ni el alemán, ni el español, ni el chileno o el peruano se merecieron a la gentuza que los gobernó. Todas estas alimañas dejaron sus respectivos países en la ruina económico-social y en el oscurantismo cultural 

Sin embargo, el siguiente adagio (otro cliché) sí es verídico: “el que no aprende de la Historia está condenado a repetirla”. Muchos ciudadanos peruanos no han aprendido de la Historia. Veamos. El triunfo en primera vuelta electoral de dos candidatos que tienen como objetivo continuar con el modelo neoliberal, nos está condenando a repetir la historia de atraso, subdesarrollo económico, social y cultural que padece nuestro país desde hace décadas. Por la sencilla razón de que tanto Keiko Fujimori como Pedro Pablo Kuczsynski pertenecen a la misma estirpe de políticos peruanos tradicionales e inescrupulosos que han ocasionado la quiebra moral de las principales instituciones del Estado (Poder Judicial, Congreso, Ministerio Público, Policía Nacional, Fuerzas Armadas y ahora el Jurado Nacional de Elecciones). Aunque intenten aparentar otra cosa, son de la misma mala calaña que aquellos que han apañado la corrupción de la mayoría de gobiernos anteriores, y están estrechamente vinculados a la clase de políticos desalmados que  amparan la impunidad en la que suelen terminar los innumerables crímenes contra el pueblo. Con cualquiera de ellos (PPK o Keiko), el Perú no podrá superar el atraso que nos diferencia de los países desarrollados; con ellos, la riqueza que se genere alcanzará solo a los mismos de siempre: a las transnacionales que explotan nuestros recursos, a los lobistas del Congreso que mediante faenones y tráfico de influencias se apoderan del erario nacional, a los funcionarios públicos que, coima de por medio, dejan hacer y dejan pasar por puertos, aeropuertos y fronteras, el contrabando, el narcotráfico, y las riquezas y patrimonio cultural de nuestro país.

Es más, ¿alguien cree de veras que Kuczynski y Keiko van a realizar las reformas que el Perú demanda? ¿De verdad alguien  puede llegar a pensar que cualquiera de estos dos partidos reaccionarios va a cambiar el país? No seamos ingenuos. El vigente sistema político-económico, amparado  por la Constitución fujimontesinista de 1993, no permite cambios radicales que afecten el estado de cosas en el Perú. La fortaleza de los intereses creados en nuestro país es tal, que resistirá cualquier embate, cualquier alternativa política que se le oponga. La prevaricadora actuación del JNE en los comicios recientes es una muestra de cómo el sistema se protege de la ascensión al poder de las opciones políticas populares.

Por otra parte, un resultado previsible en las elecciones pasadas ha sido la debacle del contubernio político-mafioso llamado Alianza Popular (APRA-PPC). Han alcanzado menos del 6% de votos y han conseguido solo cinco congresistas en todo el Perú. Algunos voceros de este partido  están pidiendo a gritos ser acostados en el diván de un psicoanalista, por las constantes estupideces que sueltan en los medios de comunicación. Tres días antes de las elecciones, un aprista fanático, que aparentaba estar beodo, dijo en un programa de televisión de nuestra ciudad que estaba convencido de que Alan García iba a pasar a la segunda vuelta. Asimismo, declaró que al último mitin de Alan García en la avenida Pardo acudieron ocho mil personas, cuando en realidad asistieron solo mil masoquistas que escucharon sus falsedades. El del “ego colosal” y “la plata llega sola” apeló una vez más a su acostumbrado discurso demagógico; aquel que invoca a las masas ignorantes a darle su voto apelando a sus emociones o carencias más primarias.

De otro lado, el porcentaje de votos en blanco y viciados ha sido considerablemente abultado. Estos votos añadidos a la cifra de abstencionistas, suman casi un notable y nada desdeñable 40 % de ciudadanos escépticos que no creen en los procesos electorales peruanos, porque piensan que están amañados por los políticos tradicionales que se desentienden de los problemas del Perú. Un sistema de Gobierno en el que el 40% de los ciudadanos no se sienten representados por ningún partido político ¿puede denominarse democracia? Pregunta: ¿Por qué el pueblo evita ir a depositar su papeleta en las ánforas o, si acude a éstas, vicia o deja su voto en blanco? Respuesta: por las corruptelas de los políticos que siempre quedan impunes, por sus infectas mentiras, por su oratoria demagógica, por sus argucias sofistas, por su verborrea  engañabobos, por el incumplimiento de sus promesas; en fin, por sus discursos polisémicos que solo los creen los votantes mentecatos que perpetúan a los politicastros en el ejercicio del poder.