Mg. Miguel Koo Vargas (*)
La semana pasada el Jurado Nacional de Elecciones proclamó finalmente, luego de tantas idas y venidas, a Pedro Castillo como el presidente del bicentenario, algo que ya estaba previsto a todas luces. En medio de un panorama de incertidumbre económica que ha afectado directamente a los principales sectores del país, repacemos cuál es el estado de la situación en la que nos encontramos previo al cambio de gobierno.
La cuestionada “economía popular con mercados” que propone Castillo y compañía, es un concepto inventado por el socialismo de izquierda latinoamericano que pone al Estado como el único generador de bienes internos bajo la explotación de los recursos propios. Un Estado que controla completamente el mercado, y gestiona los recursos bajo el termómetro popular, es un Estado populista por definición, y condenado al fracaso, de acuerdo a la evidencia que se ha encontrado en diversos países en el mundo que ponen en práctica este modelo. Basta con ver alrededor del Perú, países con economías mediocres y altísimos nivel de hiperinflación, producto de gobiernos que intentaron establecer este subproducto de la izquierda socialista.
Hace poco, leía un artículo de la BBC en la que Pedro Francke, asesor económico de Castillo, aseguraba que la solución de la pobreza en el Perú pasaba por generar una “redistribución de la riqueza, especialmente de la riqueza minera”. En otras palabras, Francke asegura que el problema de la pobreza se resuelve con una mejor redistribución de los bienes. Una falacia total desde el punto de vista económico. Hace unos meses cuando empecé a escribir mis artículos en este Diario, empecé con una columna que explicaba cuál era el engaño de esta denominada “falacia populista de Robin Hood”, que consistía en quitarle a los ricos una porción de su riqueza para hacer una repartición aparentemente justa entre los pobres.
Conviene recordarles entonces por qué la visión de Pedro Francke es errada y carente de todo rigor científico. La tesis de Francke, al igual que los otros socialistas económicos que defienden este discurso demagógico no pasa por crear condiciones y oportunidades que faciliten la generación de riqueza para los más pobres, pasa directamente por arrebatarle a los ricos una porción de su riqueza para distribuirla entre unos pocos. Entender la dinámica de la riqueza en el mundo supone conocer y comprender en un principio cuál es el epifenómeno sistémico de la escasez de recursos. La escasez que Francke denomina como “pobreza”, no se produce por la indisponibilidad de bienes. La escasez se produce por la convergencia simultánea del deseo de muchas personas sobre un mismo bien u objeto de deseo por el que rivalizan y compiten (Ejem: Papel higiénico escaso frente a la ilusión de desabastecimiento)
La clonación mimética, que postuló el antropólogo francés René Girard como la “Teoría Mimética”, se replica en muchas personas, lo que conlleva a producir ese efecto o percepción de indisponibilidad. Por tanto, no es real que la pobreza en el Perú o el mundo sea producto de una ineficiente distribución de bienes, menos aún, de una mal llamada escasez de bienes, pues bajo esta creencia podríamos asumir que el hambre en el mundo se terminaría con una “multiplicación de los panes”, pero debemos saber que tener mayores bienes no conduce a un mayor y mejor reparto, sino a una mayor acumulación, es decir, a un incremento real de las brechas entre ricos y pobres. Las distancias se ensanchan en la medida de que unos acumulan más bienes que otros y, al acapararlo todo, dejamos a los que menos tienen con pocas o nulas posibilidades de poseer una porción de riqueza.
Aumentar los impuestos a las empresas tampoco soluciona la pobreza, menos aún, contribuye a erradicar la crisis, solo es una medida populista que produce un efecto placebo de bienestar contra el sistema, y despierta en los que menos tienen la sensación de que alguien realmente se está preocupando por ellos, aunque esto sea solo una demostración inverosímil de la realidad.
La historia de Robin Hood que conocemos nos enseña lo perjudicial que resulta la praxis de subsidiar al pueblo sin generar un verdadero desarrollo económico que genere oportunidades de valor para todos. Nos enseña, además, que la pobreza no termina con la redistribución de los bienes, ni con la utopía de la repartición perfecta. La paradoja de la riqueza, subliminalmente oculta en esta historia, demuestra cómo los pobres se hacen cada vez más pobres y los ricos más ricos, y también nos recuerda cómo han terminado los gobernadores socialistas de los países latinoamericanos: presidentes más ricos y su población sumergida en la miseria. Que Dios se apiade de nosotros por lo que nos espera.
(*) Asesor de imagen y comunicaciones