Por: CPC SERGIO AGURTO FERNANDEZ
Haciendo una breve pausa en mi vida rutinaria, con muy buen agrado acepté una convocatoria para brindar un servicio profesional de corta duración, en la sierra de Ancash. Por el tiempo y por el lugar que me resultó fascinante, pensé que era una decisión acertada, salvo el clima lluvioso porque se estaba en plena estación invernal.
Todo encajaba perfectamente con mis expectativas, era algo así como si hubiera sido ganador de un premio para realizar un turismo interno vivencial, por lo que me aprovisioné de lo necesario como para ir de camping, incluyendo una bolsa de dormir.
Mi preocupación inicial obedecía a que, por el tamaño del pueblo, supuse que se carecerían de los elementales servicios como para acoger a los visitantes, gran error de mi parte, porque días después pude comprobar in situ, que había de todo, pero en chiquito, no teniendo nada que envidiar con lo que se disfruta en la ciudad. En el Perú profundo, por la policromía de sus paisajes, sus habitantes hace rato asimilaron la gran oportunidad de darle valor agregado a esa maravilla natural que tienen entre manos, para convertirse en auténticos anfitriones turísticos.
La ocasión obligó a tomar contacto con alguien oriundo del lugar, para ilustrarme de las bondades que el pueblo ofrecía, dicha persona era un viejo conocido, abogado él, pero con la particularidad de tener facciones parecidas, por obra y gracia del destino que lo moldeó a mi “imagen y semejanza”, o sea un “gemelo”. Cavilando para elegir el mejor ambiente para festejar el encuentro, obviamente la calle no lo resultaba siendo, por lo que optamos por enrumbar a un cafetín cercano. Mientras sosteníamos una entretenida charla callejera, en el trayecto fuimos sorprendidos por tres elementos marginales, que arrebataron nuestras billeteras, bajo la modalidad del “cogoteo”, a la vista de ciudadanos que se arremolinaron sin ánimo de involucrarse con el problema, evidenciando la falta de solidaridad.
Es casi común que seamos indiferentes con las personas que son víctimas de una agresión salvaje ejecutadas por bandas criminales, porque no se ha tenido la desgracia de sufrirla. El delito campea en las calles y va a pie o en moto, y es ejecutado por demenciales sujetos, sin límite de horario ni de clase social y que compiten en letalidad con el COVID 19.
Duro revés para el suscrito que tenía que viajar al día siguiente para cumplir con el compromiso pactado, pero sin ningún documento que identifique mi presencia física, eso era fatal en ese momento, por lo que, asumiendo un inevitable riesgo físico, me aventuré a buscar a aquellos indeseables, ubicándolos a corta distancia, los abordé y a cambio de unos billetes, me lo devolvieron, lo que creí era mi billetera, pero no sin antes haber sido agredido verbalmente.
Lo curioso del asunto fue lo siguiente: cuando ya estando en casa, descubro que la billetera recuperada no era la mía sino del amigo “gemelo”, por lo que, obligado por la circunstancia, inconsultamente adopté su identidad, pecado venial que después me fue perdonado.
Este es un testimonio personal, de las tantas que hay por ahí pero que no sale a la luz, porque no se denuncia, como en este caso. Ya de vuelta al barrio luego de treinta días de ausencia, me apersoné a la delegación policial que ejerce jurisdicción sobre el lugar de los hechos, y no se me admitió la denuncia debido al tiempo transcurrido, pese a las explicaciones ofrecidas, ¿Será así? La razón fundamental era dejar constancia del robo del DNI para contrarrestar cualquier uso delictivo que le pudieran dar.
Esta negligencia se da en todos los operadores de justicia, llámese PNP, Fiscalía y Juzgados. Volviendo al tema, en la ruta hacia mi destino, hay una garita policial donde detienen a todos los vehículos para hacerles una revisión de rutina. El vehículo en el que viajaba, era una camioneta de doble cabina que hacia servicio público y también fue detenida; el pedido del conductor fue que nadie abandone el vehículo y estar con el celular encendido, ante una posible siembra de estupefacientes, que era habitual en ese lugar. Llegado el turno, ante el excesivo y sospechoso celo del policía, no tuve otra opción que bajar y terciar en el problema, identificarme como “abogado”, resulta claro que no lo era, e indagué sobre las razones de la detención, es entonces cuando se me salió algunas “leguleyadas” que la visa enseña, apelando a normas legales inexistentes, que creo apantallé al policía porque nos dejó continuar el viaje, con el consabido “buen viaje”.
Mi entusiasmo decayó cuando en el ascenso por rutas bastante complicadas, se tuvo que cruzar dos puentes en distintos puntos del camino, con el vehículo sin pasajeros, los que estaban apuntalados por cuatro troncos de eucalipto, como justificando que, en un caso extremo, solo una persona pase a la inmortalidad, en vez de los cinco. Un viaje que debió durar ocho horas se hizo en veinticuatro. Ante este panorama desolador, alguien nos puede decir ¿Qué fue de los miles de millones de soles del canon minero? Los pueblos andinos no exigen una pista asfaltada, pero si una vía carrozable que les facilite el acceso a los mercados, para que los productos agrícolas no solamente sirvan para el auto consumo, sino que también les genere ingresos económicos y les pueda cambiar la vida.
Esa es la agreste geografía de nuestro querido Perú, sin la presencia del Estado que ejecute obras de infraestructura física; ante la temeridad de los choferes ruteros, a más de un viajero metafóricamente escuché decir, “antes de emprender un viaje, primeramente se debe dejar en orden el testamento, por si se trate de un viaje sin retorno” Lo que sí es digno de admiración y que llama la atención, cómo los lugareños desafiando a las condiciones adversas del clima, pueden vivir arriba de los 3,000 m.s.n.m., sin ningún problema, tocando el cielo con las manos y rindiéndole en persona su pleitesía al Creador.
Las vías de penetración de la costa a la sierra, es vital para interconectar a los caseríos y distritos que se asentaron en la ruta de los caminos de herradura. Un pueblo sin vías de acceso siempre estará condenado a vivir en el atraso y en la pobreza. Las autoridades regionales brillan por su ausencia, pareciera que estos pueblos no tuvieran un consejero que los represente; se nota una total apatía en ellos, pero si son puntuales cobrando sus dietas.
(*) CPC 06-340
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