Opinión

TORRE EIFFEL

Quinta Parte:

Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)

Mientras tanto el dueño y único habitante de La Guillotina, Philippe Burin des Roziers estaba furibundo porque el día uno (ayer nomás) algún atrevido o mejor dicho varios atrevidos metieron (metimos) mano a unas cervezas destinadas a la venta, estratégicamente instaladas en un pequeño frigider semi escondido detrás del mostrador, por la putamadre, todos se sirvieron, todos metimos mano y nos bajamos el arsenal de chelas lucrativas en un ¡tris!, era lógico que Philippe pusiera el grito en el cielo polvoriento de La Guillotina. Nos culpabilizó con razón y con razón nos flagelamos. Hablé con Pepe, el organizador number one del singular evento artístico, y decidimos pedir una cuota a todos los roberto carlos y pagar las chelas, era nuestro deber moral, se trataba del negocio del hombre, de su ganancia. Al final, todo quedó en nuestra mejor intención –lo que más vale–, pues aquel histórico día dos Philippe ganó un montón, gana que gana, caja uno, caja dos, caja tres, caja doble, simplemente porque todos los bebedores pagamos en vez de chorear, y encima decenas y decenas de otros verdaderos clientes, en fin, Philippe nos perdonó el sustancial metemano de la víspera. De paso, también se olvidó del acceso de rabieta que tuvo minutos atrás cuando Miguel Ángel y Carlos Obregón Kavawil empezaron a poner clavitos en el precioso maderámen del barco de La Guillo, para colgar sus respectivos cuadros, cuando el tiempo apremiaba, justo cuando César Iparraguirre (bautizado Cacherín por Charlie), lograba la magia de instalar la luz, uf, la luz se hizo. Desplazamos los viejos, polvorientos sillones de terciopelo hasta una esquina: la esquina o córner de los poetas mimo abadía de Westminster, pero con poetas vivitos y coleando, comiendo y chupando. Llegó el escritor argentino Rudy Gerdanc para escucharnos y evaluar atentamente nuestro show. Todos estábamos « alegres », como se dice en jerga báquica, salvo Carlitos Obregón que tenía el trac. Jorge Tafur, poeta nacido en Sullana, leyó un extenso poema rico en referencias y reflexiones, paralelamente traducido al francés por nuestro Philippe el perdonador. De pronto, pasó volando una escoba tripulada por un saco mostaza y un elegante pantalón negro rematados en zapatos de charol: la Bruja Manuel Moreno de Asnières… pero en acabando nuestro show me dirigí a inspeccionar los locales contiguos, donde se exponían inauditas obras de arte: dos vestidos de novia fabricados con un finísimo alambre plateado, uno muy sexi y otro más clásico, y que colgaban de ganchos e hilos invisibles y parecían en el aire flotar. En otra sala encontrábamos el cuarto churrigueresco de Barbazul, el gran matador de mujeres… Veo, por todos sitios, larguísimas cortinas de raso negro brillante. Veo una especie de mini museo. Sobre una mesa roja veo un libro de Blaise Cendrars. Veo cuadros… ¡son los cuadros de mi semejante, David Delfín, también conocido como Tarass Bulba!… por lo demás totalmente adecuados en este contexto. Veo también un botellón transparentísimo con tres rosas rojísimas adentro. Veo pelucas medio despelucadas colgadas en las cortinas azabache del mini museo de Barbazul. Al salir, asombrado y algo aturdido, veo a Philippe Burin des Roziers, Felipe Buril de los Rosales oficiando de barman detrás de un mostrador de madera y zinc. Philippe aparece como coronado por viejas cajas de metal, rollos, pantallas de lámpara, embudos y mil cachivaches heterogéneos.

      –Che, pero están bien delgaditas las empanadas…– comenta como protestando Rudy Gerdanc.

      Horas antes, Pepe y yo habíamos sido sacudidos por ramalazos de angustia, de estrés, esperando a los que traían las empanadas, unos compatriotas que, respetuosos de la tradición de Perú campeón, llegaron con una hora de atraso, uf, pero llegaron. Estaban riquísimas, deliciosas las empanaditas, pero tenían poco relleno, casi parecían cachangas de lo delgaditas, Rudy tuvo razón de quejarse. En mi opinión, faltó algo de levadura para inflar la harina y, obviamente, más rellenito de carnecita molidita y cebollita.

      Horas después llegaron tres cheiks de la Unesco, bien a la tela: Omar, Djamel, Raschid, visiblemente con hambre pues se despacharon ipso facto el llegando tres empanaditas delgaditas. Apareció también entre el público asistente una beldad made in Perú campeón, un caramelo de mujer, una mamacita, una charapa kamasútrica a quien yo invité, una maravilla de maravillas en el ring de las delicias, criatura que aún suelo evocar de cuando en cuando, y que esa noche me perdí por borracho, su degustación quiero decir, mierda, y que al final me la perdí para siempre, ay. Pero volvamos a nuestro cantar. Después de Jorge Tafur, Carlos Kavawil recitó mis versos y yo los suyos. Pienso que los duchos en esas lides de enfrentar al monstruo de mil ojos del público deben ser Pepe, Jorge Torres, Jorge Nájar y Homero. A mí, casi siempre, hay algo que me tiembla o transpira, y a Kavawil también. En cuanto a Mario, sospecho que también, pues al inicio no quiso recitar, luego sí. Esto de enfrentar al monstruo de mil ojos del público sigue siendo un misterio para mí. No sé de qué depende. A veces puedo ser un paladín, un lancelot oral; otras, un tembloroso esperpento. ¿Será el trago? ¿Falta de trago? En lo que me concierne no puede ser esto último, simplemente porque siempre me tiro al ruedo ya sazonado, como un mercenario polaco de las guerras napoleónicas. En fin, gajes del oficio… ¡qué importa! Este día dos hay simpatía y empatía con el monstruo de mil ojos, la corriente pasa sin dificultad, todo fluye de manera natural, es posible que sea una consecuencia del clima o de una posición de  las estrellas… Jorge Torres y yo estamos fascinados por la cabeza de un caballo de cartón y papel que yo creí de madera la víspera, parece un casco del medioevo, Jorge se lo pone y hace una pequeña ronda riendo y relinchando. Nuestro cantar-recital comenzó en bilingüe, cada quien con su traductor-intérprete, pero, dramáticamente, el monstruo de mil ojos no podía aplaudir por el espectáculo paralelo en la otra sala, sólo hacía y hacíamos la mímica de aplaudir, es decir aplaudiendo sin entrechocar las palmas ávidas de hacerlo, luego de cada intervención, y gesticulábamos. Cuando le tocó el turno a Pascal Perrot, este saltó a la palestra: una mesa antigua de noble cedro como para un banquete de veinte personas, donde Perrot zapateó declamando. Como Torres, Pascal tiene buena voz de locutor radial, de timbre sonoro, grave… apenas terminaba su declamación cuando la Bruja también saltó a la palestra y realizó una asombrosa performance. Otro detalle: el recital ocurrió cerca de una vetusta chimenea de hojalata –un emblemático casco-embudo que nos aspiraba y lanzaba nuestras palabras a su origen, o sea el vacío, el cosmos, el infinito, la gran nada. Entre los muchos músicos, vi a Luchito Deza, también conocido como el Inmortal. Lo demás fue apoteósico, pues terminamos la gran parranda báquico-artística después de las dos de la madrugada y los sobrevivientes nos encontramos, como por arte de magia, en el chifa Da Lat de Belleville sorbiendo ávidamente especiales sopas saigonesas con albahaca, menta y diversas yerbas orientales y ají, y hablando y bebiendo, hasta que cortésmente nos echaron cerca de las cuatro. En ese instante preciso, al salir del Da Lat tuve la revelación de que la palabra, escrita o hablada, como la belleza convulsa de los surrealistas, será comestible, sabrosa, o no será. Amén.

Recitaron:

Homero Alcalde (Perú)

Anouk Guiné (Francia)

Vivian Lofiego (Argentina)

Carlos Obregón (Guatemala)

Jorge Torres (Colombia)

Jorge Nájar (Perú)

Pascal Perrot (Francia)

José Alberto Velarde (Perú)

Jorge Tafur (Perú)

Y este muchachón made in el Rico Chimbote.

(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.

TORRE EIFFEL