Por: Gustavo Tapia Reyes, periodista y profesor
El único latinoamericano, durante dos periodos 1982-1986 y 1987-1991, ocupando la secretaría general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Javier Felipe Ricardo Pérez de Cuéllar de la Guerra, condecorado en cerca de 25 países, además del Honoris Causa de diversas universidades, recibió los Premios “Príncipe de Asturias” (1987), “Olof Palme” y “Jawaharlal Nehru” (ambos en 1989), hizo de su existencia una absolutamente entregada a lograr, mantener e irradiar la paz mundial. Habiendo estudiado Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y trabajado como amanuense en la Cancillería, ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores (1940), sumergiéndose después en el servicio diplomático (1944) de hombres probos, prefiriendo ser bomberos a pirómanos, cumpliendo primordiales roles en las embajadas del Perú en Francia, Polonia, la ex Unión Soviética (US), Suiza y Venezuela.
Delegado estable ante la ONU (1971), llegó a la subsecretaría en 1979, siguiendo dos años más, cuando, pensando recluirse en la actividad privada, acompañado de su esposa Yvette Roberts y sus hijos Francisco y Águeda, solicitó su jubilación, negándose a encabezar la campaña organizada por el gobierno del presidente Fernando Belaúnde buscándole votos, en la espera de hacerlo arribar al máximo cargo de aquella entidad, heredera de la Sociedad o Liga de las Naciones, cuya sede principal está en Nueva York, dándose en 1982, viviendo una álgida experiencia en el orbe tempestuoso de la Guerra Fría y el Muro de Berlín, intereses geopolíticos en constante pugna, polvorines a punto de explotar, merced al Consejo de Seguridad (CS) que, bajo el dominio de los Estados Unidos (EEUU), la ex US, Reino Unido, China y Francia, vetando a sus competidores, respaldaron su ascensión, permitiéndole saque a relucir su temperamento, fundado en mansedumbre y en humildad, orientándose a mitigar la rimbombancia en un espectro donde las trompetas marciales suelen tronar con cierta reiteración.
Fueron sus pasos extendiéndose en la medida de, tan dificilísima labor, lo llevaba a numerosas reuniones, precedidas de extensos viajes, quedando al centro el estallido de la Guerra de las Malvinas, sintiéndose mal debido a la sordera de Argentina e Inglaterra rechazando una propuesta sensata. O abriéndose en la búsqueda de, en Bagdad, anticipándose a un plan intervencionista, convencer al dictador de Irak, Saddam Hussein, mejor retroceda en su invasión a Kuwait. “La arrogancia triunfó sobre la razón” anotó, decepcionado, en su autobiografía “Peregrinaje por la paz” (2000).ÂÂÂÂÂÂÂÂ Autorizada por la ONU, la coalición de EEUU más 33 fuerzas, mediante la Operación “Tormenta del Desierto”, según Washington, “La Madre de Todas las Batallas”, según Hussein, desató la Guerra del Golfo (1990), arrinconando al ejército iraquí, consiguiendo, tras siete meses, el fin de las hostilidades (1991). Sucedió posterior al Conflicto Irán-Irak, dejándolo otra vez sometido al vaivén de los gendarmes mundiales disputándose la supremacía en el Medio Oriente, la ex US en la zurda y los EEUU en la derecha, en tanto, el ayatola Ruhollah Jomeini, líder político-espiritual, desde 1979, de la Revolución Islámica, desconfiaba del CS y le tenía solo fe a Pérez de Cuéllar, quien, involucrando a los presidentes Ronald Reagan y Mijail Gorbachov consiguió obliguen a sus aliados a firmar el armisticio en 1988.
De allí su ratificación (1987), en la secretaría general de la ONU, bañándose en el abrumador apoyo de las grandes potencias, viéndolo un diplomático capaz de acabar el mínimo brote de belicismo. Prosiguieron siendo la humildad y la mansedumbre herramientas idóneas quebrando cualquier golpe a sus afanes de escuchar, de conversar y de obtener consensos en tramos divergentes, fortaleciendo líneas en común, junto al embajador Álvaro de Soto, su mano derecha en las incesantes gestiones, sea en Camboya, Afganistán, Chipre, Sudáfrica, Pakistán, Libia, logrando la liberación de los últimos rehenes –la mayoría estadounidenses y europeos occidentales-, secuestrados por el grupo terrorista Hezbolá (Teherán le suministra pertrechos, capacitación y apoyo financiero), algunos pereciendo asesinados, otros muertos por falta de atención médica, en la prolongada crisis en el Líbano (1982-1992).
Similar desempeño mostró en su objetivo de acabar la guerra interna, suscitada en 1980, en la república de El Salvador, entre las Fuerzas Armadas, recibiendo logística de EEUU y los insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), acicateado por Cuba castrista y Nicaragua post-Somoza, causando alrededor de 75,000 víctimas y desaparecidos, una enorme cantidad civiles, pérdidas cuantiosas en la propiedad pública y privada, fuga de capitales, cierre de empresas, manifestándose la aprobación del presidente Alfredo Cristiani, mediando la ONU, entablando negociaciones en Ginebra (Suiza), luego en Caracas (Venezuela), propiciándose acuerdos en San José de Costa Rica y en Ciudad de México, incidiéndose en el obligado cumplimiento del FMLN destruyendo armas, indicando la ubicación de sus arsenales, desmovilizando a sus brigadas y permitiendo el ingreso de autoridades y policías así como el gobierno debía congelar al Ejército, la Policía y desarticular a los temibles Escuadrones de la Muerte, consolidándose en la medianoche del 31-diciembre-1991, víspera de culminar la designación de Pérez de Cuéllar (el egipcio Butros Butros-Ghali lo reemplazó), anunciándose la paz en Joateca, departamento de Morazán (El Salvador).
Cuatro años más tarde, dejando a un lado su calidad de cosmopolita, pudiendo seguir cómodo en París (Francia), al lado de su segunda esposa Marcela Temple, decidió regresar, fundando el partido Unión por el Perú (UPP) y, pese a tener serias dudas, aceptó candidatear a la presidencia de la república, desafiando a la maquinaria propagandística, en la primera reelección, del ingeniero Alberto Fujimori, derrotándolo a través del 64% de los votos, haciéndole, en 1998, apartarse de la política, poniendo a UPP en manos de nefastos dirigentes, volviéndolo un vientre de alquiler, viajando a residir en París, recibiendo allí, en el 2000, la llamada del mandatario del gobierno de Transición, Valentín Paniagua, ofreciéndole los cargos de presidente del Consejo de Ministros y jefe de la Cancillería, dedicándose en los siguientes ocho meses a devolverle la imagen al Perú en el ámbito internacional, empezando reformas en Educación y en Justicia, avanzando en los juicios a ministros, viceministros y funcionarios fujimoristas, implicados en corrupción.
Refugiado en la placidez de una vida retirada, ajeno a ruidos extraños -salvo por el lapso del 2002/2004 aceptando ser embajador en Francia y en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO en inglés)- sumó en total 100 años, 1 mes, 14 días de edad e impedido de leer a Chocano, Eguren, Vallejo y Cervantes, debido a problemas visuales, acostumbraba sentarse a oír a sus compositores favoritos Beethoven, Schubert, Bach. “Vivir un siglo es un raro privilegio” escribió José García Belaúnde “y con Pérez de Cuéllar me queda la certeza de que su larga trayectoria no fue simplemente una vulgar ambición sino el verdadero deseo, como el de aquellos que logran grandes realizaciones”. Ningún sosiego más fabuloso pudo haber para un hombre de paz.