Editorial

::: POR LA TRANQUILIDAD :::

Así como en la capilla Sixtina de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, sale humo blanco cuando se ha conseguido elegir a un Papa como director de la iglesia Católica, la tarde de anteayer lunes los peruanos vimos cómo una fogata imaginaria nos indicaba que en el Hemiciclo de nuestro congreso nacional, finalmente, se había conseguido un consenso para elegir a su nueva mesa directiva cuyo titular, por mandato de la constitución, se convierte en el nuevo Presidente de la república.

La elección recayó en Francisco Sagasti Hochhousler, congresista del partido Morado, quien se convirtió en la figura política salomónica que ha detenido la batahola de protestas violentas en las calles que nos entristecieron el fin de semana.

El representante del Partido Morado pudo, finalmente, establecer el consenso que no solo se esperaba de un congreso en el que las ambiciones desmedidas habían superado la imaginación, sino de la tolerancia de los grupos de manifestantes que se convirtieron en una suerte de juez para que no se coloque a cualquier hijo de vecino al frente del país.

La renuncia dominical de Manuel Merino solo aplacó las iras de los manifestantes, empero, la necesidad de conocerse que pasaría más adelante no detuvo las movilizaciones en las calles, la población necesitaba saber qué es lo que pasaría después de esa dimisión y como resolvería el congreso esta contingencia política que se había generado.

Y es que las dudas no eran injustificadas, apenas la misma tarde y noche del domingo siguieron regando de incertidumbre el escenario político nacional, el congreso no obtuvo consenso en la única lista que se había presentado ese día y que era encabezada por Rocío Silva Santisteban, representante del Frente Amplio.

No podría ser de otra manera, no solo la representación nacional sino el pueblo en general se asustó ante semejante posibilidad de acceso al poder de una representante de los minúsculos grupos comunistas del país, de una ex representante de Aprodeh, que es un organismo de los derechos humanos que responden a consignas de defensa de los grupos terrorristas antes que a los Policías y soldados del ejército, como quedó comprobado con la secuela de la toma de la embajada del Japón y el secuestro de cientos de peruanos.

La duda que nos invadió por un momento es saber si estábamos ante una suerte de anarquía en la que el que más gritaba imponía sus condiciones, empero, eso no era así, si bien es cierto que las marchas fueron promovidas por grupos interesados en manejar los hilos del poder, no menos cierto es que la reacción popular no respondía a una defensa del vacado presidente Martín Vizcarra, sino al rechazo de la figura de Manuel Merino.

Ello porque Merino, por 6 días, fue identificado como el verdadero mentor de una componenda política que pretendió tomar por asalto el Palacio de Gobierno, que presionó para encausar una vacancia en medio de las debilidades y vacíos de una Constitución que no había sido oportunamente interpretada por el tribunal constitucional, por lo menos en el tema de la causal de incapacidad moral permanente.

Lo cierto es que la sola mención o aparición de la figura de Merino generaba repulsa y no existía manera de justificar su incursión en Palacio de Gobierno, esta lectura la entendió perfectamente el inquilino de 6 días de Palacio de Pizarro y decidió dimitir con acierto para no seguir perjudicando la gobernabilidad del país.

Había el peligro que a los manifestantes no les agrade tal o cual figura que eligiera el congreso, incluso, el mismo ex presidente Vizcarra apareció para plantear este escenario, no sabemos representando a que o quien, adelantó que esto solo podrían resolverlo el Tribunal Constitucional o los congresistas que votaron en contra de la vacancia.

A efectos de “no ser más papistas que el papa” los congresistas le dieron el gusto a sus adversarios, decidieron dejar de lado a la principales figuras de su composición pero cuestionadas por hallarse en los partidos políticos identificados como mentores de la vacancia, y optaron los rostros nuevos de la política, por legisladores que no arrastraban antecedente alguno y que solo estaban revestidos de méritos y títulos académicos.

Esto es lo que representa en este momento Francisco Sagasti, por la tranquilidad del país, es la figura de consenso que se necesitaba y todos esperamos que tenga el suficiente carácter como para llevar exitosamente el proceso de traición y entregue la posta al presidente que los peruanos tengamos que elegir el 11 de abril del año próximo. Esperemos que en esta nueva oportunidad no nos volvamos a equivocar y se de vuelta a la página para dejar de lado estas muestras de violencia popular que quiere imponer un determinado régimen, tenemos que aprender que el poder emana de las urnas, de ningún otro lugar.