Por: Gustavo Tapia Reyes.
Hasta dónde evocar puedo en mi medio siglo de existencia, nunca habíamos tenido un año así, alcanzando la oscuridad brutal de la pandemia del covid-19 sembrando caos y pánico, empezando a expandirse con el ritmo vertiginoso de ir sumando infectados y fallecidos día tras día, fallecidos e infectados de semana en semana, de mes a mes en una retahíla formando una larga cadena incorporando eslabones mostrándose en las frías estadísticas del Ministerio de Salud (MINSA), a pesar de nosotros y de todos los países del orbe viéndose invadidos por un enemigo invisible, después de haber sido visto lejanísimo aquel virus aparecido en un mercado de Wuhan, en la milenaria China.
Recuerdo, a inicios del 2020, los conocidos parabienes a los amigos ante el advenimiento de los nuevos 365 días implicando renovar objetivos, cancelar otros, planteándose una seria evaluación en torno a los avances y a los retrocesos, considerando sobre todo estábamos hablando de la duplicación de la nota máxima en el sistema vigesimal. Era una cábala, haciendo avizorar algo distinto, abrigando las esperanzas de, por fin, se produzca la cristalización de los sueños, a la manera de José Saramago demorándose antes de dar el gran salto en la literatura, sabiendo si el misterioso Pitágoras fue capaz de teorizar acerca de la importancia de los números en la vida humana y en todo el planeta y Hans Magnus Enzensberger se despachó a su antojo para, en su novela “El diablo de los números”, buscar quitarnos el horror a las matemáticas, desatando con anterioridad la fascinación de Jorge Luis Borges aplicando los vericuetos de la numerología en la densidad de su obra cuentística.
Jamás pudimos presagiar, a partir del 15-marzo, cuando el entonces presidente Martín Vizcarra anunció la detección del paciente 0 (un aviador comercial vuelto de Europa) empezaría una secuela de personas muriendo en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de los hospitales ante la falta de aire causándoles un accidente cerebro vascular o un paro cardíaco fulminante, unos detrás de otros culminaban siendo embolsados, sacados en dirección a los crematorios o enviados a los camposantos, sin más protocolo que la firma del médico en el documento, previo a la Partida de Defunción y de la agencia funeraria prestando los servicios. Nada de velar al difunto durante 2 días, 1 noche o 3 días, 2 noches, aguardando el arribo de familiares, vecinos brindando las condolencias y quedarse acompañando unas horas o un rato, preguntando la fecha del sepelio, debiendo invitarles café cargado para soportar el frío de la noche.
Estaban en un serio riesgo de verse afectados en su salud quienes tenían desde 65 años de edad, agravándose si padecían obesidad, diabetes o hipertensión, implicando comprender la necesidad del aislamiento social, debiendo salir a la calle o acudir a los mercados en caso de extrema obligatoriedad, justificándose el cierre de las fronteras y del Aeropuerto Internacional “Jorge Chávez”, acordes a la suspensión de los viajes interprovinciales, habiendo desplegado a los agentes de la Policía Nacional y a los soldados del Ejército, abriéndose una agresiva campaña publicitaria por radio y televisión, orientada a recomendar la importancia de cada quien cuidarse usando tapabocas, evitando las aglomeraciones, manteniendo un metro en mínima distancia, saludándose de codo, respirándose la extraña sensación de estar mal o percibirse la desconfianza entre los peatones evitando hablar, apenas un “hola” de lejos y ya, podría tratarse de un portador asintomático, contagiando a una media centena en pocos minutos.
Fue el momento de los médicos graduados, vistiendo sus guardapolvos blancos o de los seudo médicos saliendo a recomendar, en forma irresponsable, a través de programas de radio y de TV y de canales en Youtube, el uso del Dióxido de Cloro y de la Invermectina, en calidad de representar a escudos preventivos. O de las municipalidades provinciales y distritales disponiendo el reparto de ambos como sustancias milagrosas, yendo de casa en casa. Solo así estarán físicamente sanos, les aseguraban, mientras a los hospitales del MINSA y de Essalud continuaban llegando cientos de infectados, acomodadas en los pasadizos, en la espera de pudiera darse una ansiada recuperación, siendo dados de alta o haya una cama UCI donde el respirador artificial pueda ayudarlos a fortalecer los pulmones, liberando la presión, salvándolos en esas horas repletas de angustia e incertidumbre, similar a los pacientes sometidos a cuidados extremos en casa, requiriendo de oxígeno medicinal, cuyo precio, por metro cúbico, desvergonzadamente había sido puesto entre las nubes.
Siguieron adicionándose los muertos en las familias afrontando tanto dolor, perdiéndose al padre, a la madre, a ambos, a los hermanos, abuelos, vecinos, amigos, conocidos, desconocidos. Nadie podía gozar de inmunidad frente al sistema de salud colapsado donde las clínicas, pese a tener acuerdos con el MINSA, exigían elevados montos para admitir a pacientes, agregando miles de víctimas en países de Europa y Asia, poco menos en África y Oceanía, sin obviar al continente latinoamericano, englobándose bajo los nombres relevantes a la musa del neorrealismo italiano, Lucía Bosé, al autor de “Un viejo que leía novelas de amor”, Luis Sepúlveda, al intérprete de “If I had a Hammer”, Trini López, a la estrella de Broadway, Nick Cordero y al “Rey del Romanticismo”, Armando Manzanero, entre otros.
Igual emprendieron el viaje sin retorno médicos, policías, periodistas, profesores, cercanos o lejanos, aunándose a la comparsa siniestra de, verlos dentro de los féretros, ingresando al foso de su última morada o al crematorio para ser convertidos en un puñado de cenizas, a causa de lo inexplicable dándose respecto a por qué o cómo pasó aquello de la infección, a la semana surgiendo los primeros síntomas, después agravándose en los siete días siguientes, sucediendo a cualquier hora el cuerpo dejó de luchar, ante la falta de oxígeno, mencionándose a los médicos Marvin Cuenca, Johnny Cano; los policías Marcos Damian, Oscar Astete; los periodistas Manuel Novoa, Francisco Romero, los profesores Gerardo Rodríguez, Edgar Mejía; Mauro Aguirre y Wilmer Reyes, mis primos; debiendo agregarse a las víctimas colaterales, María Julia Reyes Carbajal y Vicente Tapia Barrios, mis amados padres y el exfutbolista Diego Maradona, uno de los mejores del mundo.
Ni en la más atroz de nuestras pesadillas avizoramos el 2020 sería el año de la tragedia, congelando metas, eliminando cercanías, creando vacíos, en particular cuando el gobierno del presidente Francisco Sagasti, reemplazando al breve mandato golpista de Manuel Merino, continuó flexibilizando las medidas, pese a estar prohibida cualquier clase de reunión, viviéndose una Navidad y un Año Nuevo restringidos, empleando video llamadas o mensajes de texto, en medio de las aglomeraciones, junto a la advertencia de, por si acaso, ningún acuerdo se había finiquitado para la compra de las benditas vacunas.
La quema de fuegos artificiales significó únicamente pasar del 31 de diciembre al 1 de enero.