Como si no fuera suficiente el dolor de tener que soportar a diario los estragos que ocasiona la pandemia del Covid 19, el personal encargado de la administración del Vivero Forestal ha sorprendido a Chimbote con la tala indiscriminada de numerosos árboles, sin tener en cuenta que con ello se está poniendo en grave peligro el único pulmón verde del que dispone la ciudad. A lo que hay que añadir que hechos como éste constituyen asimismo un flagrante atentado contra el medio ambiente. Pero tanto o más grave aún, es la actitud despótica de dicho personal de negarse a brindar explicación alguna, como si Chimbote fuese, ni más ni menos, tierra de nadie.
Como se recuerda, en 1950 la Corporación Peruana del Santa tuvo la acertada iniciativa de aprovechar las bondades de un oasis natural para destinarlo a un centro de sano esparcimiento. Inicialmente, grupos familiares acudían a este lugar los fines de semana para presenciar peleas de gallos y disfrutar de almuerzos campestres.
El nombre de Vivero Forestal se debe a que la Corporación Peruana del Santa destinó una parte de este lugar al cultivo de almácigos y plantones que se ofrecía gratuitamente a la población con fines de arborización y habilitación de áreas verdes.
Por una de esas razones que más de las veces ocurren en nuestra administración pública, este espacio de 40 hectáreas fue inscrito en registros públicos como parte del área asignada a la empresa SOGESA, convertida años después en SIDERPERU.
En 1965, Chimbote recibió alborozado la noticia respecto a la implementación de modernas instalaciones en el Vivero Forestal. Se trataba de la piscina olímpica, un restaurant turístico, el tren del bosque y juegos infantiles.
Esta modernización permitió al Vivero Forestal convertirse no solamente en el centro recreacional que Chimbote merecía, sino también un referente de identidad local y un verdadero imán turístico. A partir de este hecho, se dice que toda visita a Chimbote comienza y termina a la sombra del Vivero Forestal.
En 1996, cuando SIDERPERÚ fue privatizada, los directivos de la empresa acordaron donar el Vivero Forestal a la Diócesis de Chimbote y lo hicieron atendiendo el pedido unánime de autoridades, instituciones y población en general. La única condición consistía en mantener este espacio público como centro intangible de recreación al servicio de la comunidad. Lo que significa que el vivero no ha perdido su condición de patrimonio natural de Chimbote.
Mucho tuvo que ver en la toma de esta decisión la figura emblemática del entonces obispo de Chimbote, monseñor Luis Bambarén Gastelumendi. Su innegable ascendencia y liderazgo, pero sobre todo su indiscutible identificación con Chimbote, hizo que la donación cayera en buenas manos. Nadie mejor que él para garantizar la condición del Vivero como espacio público al servicio de las familias chimbotanas, como que en efecto así sucedió. Por algo, monseñor Bambarén ha demostrado que siempre predicó con el ejemplo.
Lamentablemente, cuando en el 2003 monseñor Bambarén se jubila por razones de edad, la suerte del Vivero Forestal empezó a cambiar. En varios lugares, la vegetación natural fue arrasada para albergar negocios concesionados a terceras personas. La piscina olímpica, donde la natación de Chimbote obtuvo tantas glorias, también sufrió el recorte de horario a favor de academias particulares de natación. Pero lo que colmó la paciencia fue el hecho de que todos los fines de semana el vivero era alquilado para la realización de desenfrenadas fiestas chicha, con abundante consumo de alcohol incluido. En patrimonio natural de Chimbote, se había convertido en un chichódromo más. Para no creerlo.
Esto desde luego desnaturalizó por completo la esencia recreacional del Vivero Forestal y puso al descubierto que lo único que importaba por encima de todo era el afán de lucro. ¿Cómo pudo la Diócesis de Chimbote aceptar esta ignominia?
Es obvio que quienes se hallan al frente de la conducción del Vivero están ahí por razones de trabajo, lo que responde a un derecho universal. Lo ideal sería que además de ese vínculo laboral estos señores pudieran añadir una cuota, aunque sea mínima, de identificación con la ciudad. Quizá de esa manera no llegarían a los extremos que acaban de trasponer.
Lo mínimo que se puede esperar de ellos es que sean respetuosos y consecuentes con la ciudad que los ha recibido con los brazos abiertos, lo que no es mucho pedir. Estamos contigo, Vivero Forestal.