Editorial

ENTRE EL CÁNCER Y EL SIDA, ELEGIMOS AL COVID

Dos días para juzgar la gestión de un gobierno que ha sido elegido para un periodo de cinco años, es un espacio de tiempo cronológicamente insignificante. Sin embargo en este cortísimo tiempo de apenas 48 horas, ha quedado demostrado que quien realmente está gobernando el país no es el profesor Pedro Castillo Terrones, elegido por mas o menos del 30 por ciento de los peruanos. Quien gobierna el país es el señor Vladimir Cerrón, un sentenciado por corrupción y fanático seguidor de la doctrina marxista-leninista, un sistema de gobierno que ha llevado a la autodestrucción a muchos países del mundo, entre ellos Cuba y Venezuela.

Sin necesidad de actuar desde la sombra como lo hace la mayoría de asesores siniestros, a Cerrón no le preocupa ejercer su papel públicamente. Su mensaje es contundente y sin tapujos: ”Aquí el que manda soy  yo”. Siendo así, el presidente preside pero no gobierna. En  otras palabras, el profesor Castillo tendrá que limitarse a firmar y dar cumplimiento a todo lo que dispone el señor Cerrón, como en efecto ya está sucediendo.

Para que no quede duda de quién tiene en sus manos esta cadena de mando, ha sido Cerrón quien ha seleccionado e impuesto a los miembros del primer gabinete ministerial. Todos ellos son gente que comparte la misma formación ideológica y están estrechamente vinculados con el terrorismo y demás formas de violencia. En líneas generales este es un gabinete moral, técnica y políticamente descalificado.

Al parecer, la estrategia es muy simple: hacer todo lo posible para que el Congreso de la República niegue el voto de confianza. Con dos de estas negativas, el presidente Castillo tendría todas las facultades para cerrar el congreso y gobernar a su antojo mediante decretos leyes. Igual  que todos los dictadores del mundo. Y pensar que todo esto lo está consiguiendo gracias a la constitución que ahora se propone cambiar.

Es así cómo los dictadores se valen de la democracia para llegar al poder. Luego, una vez ahí, son los primeros en clavar un puñal en la espalda de la democracia.

Por otro lado, la esperanza del Perú para salir de la crisis económica agravada por la pandemia, también está seriamente amenazada. El cambio de constitución no solamente propende instaurar un continuismo en el manejo del gobierno. Entre otros objetivos, el propósito es sustituir la economía de libre mercado por una economía controlada por el estado. Ese fantasma ya lo hemos padecido durante la dictadura militar de 1968-1980, con los resultados que todos conocemos perfectamente.

Otro aspecto que no deja de causar preocupación es el empeño del nuevo gobierno en reavivar viejos resentimientos. Lo único que se consigue con este empeño es enfrentar a los peruanos entre sí, además de crear división y romper la unidad nacional. Divide y reinarás.

En este cometido, llama la atención que se pretenda trasladar el despacho de la presidencia de la república, del actual palacio de gobierno a otro local. Con un antecedente de esta naturaleza, en cualquier momento se podrían cambiar los colores de la bandera y la letra del himno nacional. Todo eso ¿en nombre de qué?

Otra mala señal es el impedimento de ingreso que sufrió la prensa independiente en la ceremonia de juramentación del nuevo gabinete ministerial, un acto que no tiene porqué ser secreto de estado ni cosa por el estilo. Como si ya estuviéramos viviendo en una tiranía, solo se permitió el ingreso de la prensa oficialista. En tan solo dos días, la embriaguez de poder ya está produciendo sus efectos.

Creemos, por eso, que a la hora de elegir entre el cáncer y el sida, hemos terminado eligiendo al covid; no solo por el daño fulminante que ocasiona este mal, sino por la inmediatez con que lo hace.