Opinión

SEGUNDA PARTE DE LAS REFLEXIONES SOBRE LA “PROMESA DE VIDA PERUANA”

¿Qué celebrar? Una mirada crítica al Bicentenario

CÉSAR FÉLIX SÁNCHEZ (*)

La otra justificación clásica de la independencia del Perú, que hunde sus raíces en interpretaciones católicas previas, es la ofrecida por el recientemente fallecido José Agustín de la Puente Candamo en varios estudios suyos a lo largo de muchos años y sintetizadas en su Teoría de la Independencia del Perú (1986). Allí, De la Puente sostiene que el «hecho social» profundo de la vinculación del hombre peruano con su territorio, justifica, una vez llegada la madurez, el proceso de independencia como afirmación del ser del Perú(1).

Si la vinculación de un hombre, entrañable y existencial, con un territorio determinado fuera razón suficiente para procesos de independencia, pues el muy fragmentado y diverso territorio peruano acabaría convertido en un mosaico de microestados que abarcaría cada valle pequeño y mediano en cada piso ecológico. Porque entendemos que De la Puente se está refiriendo al territorio en cuanto paisaje humanizado vivencial inmediato, único con el hombre puede establecer una relación de afecto y pietas, no al territorio abstracto de un mapa político. Por otro lado, si el Perú «alcanzó la madurez» y, en consecuencia, tuvo a bien independizarse, no se explican los casi veinte años de anarquía posterior y la incapacidad por generar una institucionalidad más o menos duradera hasta 1895. Si eso es madurez en un pueblo, pues probablemente la puericia sea el estado de naturaleza hobbesiano.

¿Qué puede celebrarse, entonces, en los bicentenarios? ¿Y quién podría celebrarlo? Si por fracaso se entiende el malogro y la frustración de las intenciones de los agentes en determinada praxis, pues, como diría el misal romano, nos atrevemos a decir que el proceso de independencia fue, a grandes rasgos, un fracaso para todos los agentes involucrados.

En primer lugar, lo fue evidentemente para los realistas y los defensores de las formas de representación tradicionales. En segundo, para Bolívar y los bolivarianos, que no pudieron unificar Hispanoamérica, objetivo fundamental de su causa; en tercero, para los proyectos monárquicos constitucionales como los de Iturbide o San Martín, que no consiguieron salvarla de la anarquía ni generar un principio de legitimidad superior a las banderías políticas y al «vandalaje» caudillesco; y, en cuarto, para los liberales, pues no significó más que un golpe de estado y una violación contra la constitución de Cádiz que, según ellos mismos, fue, por mucho tiempo, la única elegida por una asamblea verdaderamente representativa de los pueblos hispanoamericanos, y justificó y abrió el camino a toda clase de cuartelazos, insurrecciones, subversiones y guerras civiles, muchos de los cuales estuvieron también justificados por «promesas» nobles y otros «sutiles elementos psicológicos».

Bolívar, con su perpetua lucidez luciferina, acabó dándose cuenta finalmente del fracaso del proyecto independentista, en una famosa carta del 9 de noviembre de 1830, treinta y ocho días antes de morir:

La América es ingobernable. El que sirve una revolución ara en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá indefectiblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos(2).

1- José Agustín de la Puente Candamo, Teoría de la Independencia del Perú, PUCP, Lima, 1986.

2- Manuel Trujillo (comp.), Bolívar, Fundación Biblioteca Ayacucho y Banco Central de Venezuela, Caracas, 2012, p. 250

(*) Publicado en El Montonero (www.elmontonero.pe)