Editorial

::: AUXILIANDO A LAS VÍAS AUXILIARES :::

No han bastado los continuos accidentes que ocurren más de los días en ese lugar. Ha tenido que escucharse el clamor de los dirigentes vecinales a través de este medio de comunicación para que recién las autoridades se ocupen de las vías auxiliares que se extienden a ambos lados de la Panamericana, a lo largo de los asentamientos humanos  Villa María y Las Brisas de Nuevo Chimbote.

Desde hace ya un buen tiempo, estas vías se habían convertido en peligrosas trampas vehiculares. Choferes de vehículos particulares y de servicio público no tuvieron mejor idea que adueñarse de ellas para sacarle la vuelta a los semáforos instalados en ese congestionado sector.

Como su nombre lo indica, estas vías auxiliares fueron habilitadas para uso preferencial de ambulancias, carros de bomberos y vehículos policiales que necesitan desplazarse a la brevedad ante cualquier situación de emergencia. Sin embargo, la invasión antirreglamentaria de la que son objeto ha terminado por convertir estas vías en rutas intransitables, constituyéndose en un peligro latente y un malestar permanente, tanto para el tránsito vehicular como peatonal.

Hace dos días, personal de la subgerencia de Transportes de la municipalidad distrital de Nuevo Chimbote realizó el pintado y señalización de estas vías, algo que, con toda justicia, propios y extraños venían reclamando hace muchísimo tiempo.

Queda ahora en manos de la Policía de Tránsito y de la propia comuna distrital hacer cumplir el reglamento y sancionar a los infractores sin más miramientos que los que contempla la ley. Ahora sí,  se espera que el orden y la seguridad vuelvan a instalarse en ese sector.

30 años después

El pasado lunes 9 se ha cumplido treinta años del brutal asesinato del que fueron víctimas los sacerdotes polacos Miguel Tomaszek y Sbigniew Strzalkowski,  a manos del grupo terrorista Sendero Luminoso. Este execrable hecho, ocurrido el 9 de agosto de 1991 en el vecino distrito casmeño de Pariacoto, sacudió al país y a la comunidad internacional.

Por esos años, el grupo terrorista contaba con un centro de operaciones camuflado en las inmediaciones de esa zona, el mismo que se dedicaba al cobro de cupos no solo a los vehículos que transitaban por ese lugar sino también a los propios agricultores y comerciantes. Resistirse a este pago equivalía a una condena de muerte automática.

Aún así, en un evidente alarde de osadía los senderistas propusieron a los jóvenes sacerdotes que incluyan en sus homilías y en sus diálogos con la comunidad, arengas a favor de la violencia, el odio y el llamado pensamiento Gonzalo. Pero, fieles a su formación cristiana, éstos se negaron.

La noche del crimen, luego de la misa, cuatro terroristas cubiertos con pasamontañas y fuertemente armados, irrumpieron en la iglesia y sacaron a viva fuerza a los indefensos sacerdotes ante el estupor de algunos fieles que  todavía permanecían en el recinto.

Luego, protegidos por la oscuridad de la noche los miembros de Sendero Luminoso condujeron a los religiosos a un lugar conocido como “El Guayabo” donde fueron  obligados a tirarse al suelo boca abajo y con las manos en la nuca. Fue en ese instante cuando, con total sangre fría y salvajismo, dispararon tres balazos en la cabeza de cada una de sus víctimas. Ambos tenían apenas 30 años de edad.

A tres décadas de aquel infame magnicidio, imposible de olvidar, solo nos queda invocar que hechos como éste no vuelvan a repetirse jamás.