Editorial

::: GUARDIANES DE LA BAHÍA (II) :::

Además de estar registrado a nivel mundial como uno de los mayores desastres ecológicos causados por la mano del hombre, la contaminación de la bahía El Ferrol ha tenido otras repercusiones, igual de catastróficas, como muy bien nos lo ha hecho recordar el pronunciamiento del Colegio de Biólogos de Ancash.
Precisamente producto de una de esas repercusiones, Chimbote ha perdido el más grande y valioso atractivo turístico que le ha dado la naturaleza, como es la bahía El Ferrol. De no haber sido por la contaminación y destrucción que ha sufrido a nivel extremo este atractivo, Chimbote sería en este momento uno de los paraísos turísticos del Pacífico sur y receptor de todos los beneficios directos e indirectos que genera esta actividad. Lo que no tiene porque pasar por desapercibido.
Ya lo hemos comentado en más de una oportunidad pero no está demás volver a hacerlo, sobre todo ante la coyuntura que el caso amerita. A comienzos de la década de 1950, la Corporación Peruana del Santa, haciendo gala de una envidiable visión de futuro, incluyó en sus planes de corto y largo plazo el aprovechamiento con fines turísticos de éste y otros recursos naturales de la región. A través del ferrocarril Chimbote-Huallanca, se estableció en primer circuito que conectaba la paradisiaca bahía El Ferrol con el hermoso Callejón de Huaylas.
Los turistas nacionales y extranjeros que venían a disfrutar de la bahía, posteriormente abordaban el tren para recorrer el Callejón de Huaylas y viceversa, generando la demanda sostenida de los servicios de alojamiento, alimentación y entretenimiento. En razón de esta demanda, se estableció la primera cadena hotelera con establecimientos especialmente diseñados para este fin, ubicados en Chimbote, Monterrey, Huaraz y Huarmey. Paralelamente la Corporación Peruana del Santa tuvo el acierto de implementar el centro recreacional del Vivero Forestal. De esa manera y sin objeción alguna, el turismo demostró ser una fuente de auténtico desarrollo y bienestar regional.
Sin embargo, nada de esto pasó por la mente de las autoridades que a mediados de los años 50 autorizaron con los brazos abiertos y los ojos cerrados, la instalación de las primeras fábricas de harina, aceite y conserva de pescado. Y no solo eso, la autorización incluía el arrojo directo a las aguas de la bahía de todos los desperdicios orgánicos e inorgánicos que generaba esta actividad. Una actividad que por entonces se realizaba los doce meses del año y las veinticuatro horas del día. La tragedia ecológica estaba en marcha.
El golpe de gracia vendría a comienzo de 1963 cuando las autoridades de la época, con la misma actitud de quien patea una piedra, autorizaron el derrumbe del Cerro Colorado para la construcción, según se dijo, de un muelle de desembarque. Como no podía ser de otra manera, este derrumbe, ahora conocido como “molón”, se convirtió en un embalse que impide que la corriente marina siga su curso natural hacia el norte. Por consiguiente, el embalse de las aguas no tardó en sumergir hasta hoy la franja de sesenta metros de arena que se corría paralela al malecón Grau. Adiós hermosa playa de Chimbote.
En el colmo de la indiferencia y como bien lo hace notar el pronunciamiento del Colegio de Biólogos, en la mente de las actuales autoridades tanto de Chimbote como de la región, tampoco aparece, ni remotamente, la idea de recuperar la bahía El Ferrol. Todo demuestra que más interesados están en la adjudicación y ejecución de obras que son para el momento y no para mañana.
La misma indiferencia parece existir de parte de otros colegios profesionales e instituciones locales, incluso autodenominadas ecologistas, que son más propensas a sus consignas políticas, que bien harían en dejar de buscar protagonismo a través de las redes sociales enrolándose sin dudas ni murmuraciones al equipo de los nuevos guardianes de la bahía.