Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)
Es posible afirmar que toda literatura busca complicar la realidad. La complica, en efecto, en el sentido de que la lleva a sus extremos, la asalta, a veces la hace estallar. La complica también porque, a diferencia de las graves teorías, introduce dudas y escepticismo, nos abre la puerta de la ambigüedad y la contradicción. La literatura, así, se vuelve un espejo poliédrico, una ramificación interminable que confunde a las más serias filosofías de antaño y del presente. Sin embargo, este carácter es su riqueza misma: la función de la literatura es problematizar y problematizarnos.
El libro de cuentos ‘La caza espiritual’, recientemente reditado, se sostiene en esa idea: desestabiliza la realidad, hace zozobrar lo cotidiano, es una apuesta por hallar vacíos insospechados en los espacios en que nos movemos. Su autora, Miluska Benavides, nos arrastra hacia las laberínticas decisiones de sus personajes y nos induce a creer que lo real puede sucumbir ante ciertas preguntas inquietantes. No se trata de literatura fantástica, no hay una fuga; se trata más bien de un agudo cuestionamiento a lo establecido. En una cuidada y solvente prosa, Miluska busca colocar en un estado límite lo ordinario, para así intentar descifrar algo inusual, inédito, del mundo que nos rodea.
Salvo una que otra excepción, sus protagonistas son sencillos: un niño de escuela, una viuda, un convertido, una trabajadora de cabinas de internet. Sin embargo, los hechos en los que se ven involucrados comienzan a complicar la explicación normal de las cosas: un señor empieza a preferir a un árbol que a su familia, y al final, siente que aquel le salvó la vida con un acto “heroico” –la ironía de Miluska está muy presente en la mayoría de sus cuentos–. En otro caso, un escolar escucha una exposición acerca de los próceres de su patria, no obstante, desde una legítima curiosidad, pregunta por qué no hay la tumba de ciertos héroes. Y la sospecha hace que imagine algunos finales ingenuamente escandalosos.
Hay otro rasgo en este libro que también llama la atención: el desánimo general, cierto pesimismo existencial de sus personajes. Estos sufren de tedio y, como se supone entre líneas, se privan de la idea de la dicha. Son hombres y mujeres que no se atreven a actos grandes; son soledades que terminan por repelerse unos a otros. Sin embargo, estas características demuestran algo trascendental. El agotamiento y la sensación de derrotismo de sus personajes son una forma de desacreditar al mundo actual, de rebelarse frente a él. ¿Cómo? El mundo moderno, a pesar de toda su maquinaria de distracción y de propaganda de éxito, aburre y frustra. Miluska impone a sus personajes el tedio y el fracaso, los aplasta con la cotidianeidad, la soledad y el abandono, pero solo para darnos señales de protesta, de insatisfacción, de una positiva deserción.
Esto se remonta, aunque con distinto formato, a la historia de Gregorio Samsa. El empleado que no puede ir a trabajar (y, por ende, no puede sostener a su familia), porque se ha convertido en un horrible insecto es una metáfora de la lucha individual frente a un mundo que lo quiere absorber en todas sus facetas. Samsa es un desertor, contradice a sus congéneres, al no avanzar más, al no batallar más en la dura vida diaria. Se detiene frente al motor de la historia: pero eso es su mayor triunfo. En esa línea, Miluska crea a un Antonio Martínez, la figura del cuento “El condenado”. Este viene sufriendo una enfermedad desconocida que lo obliga a no asistir más al trabajo, a alejarse del mundo. Prácticamente, vive en un hospital. Tiene una oportunidad de sanarse: recibiendo el bautizo de un pastor. Sin embargo, este acto no sería más que un esfuerzo inútil. Martínez es otro Samsa, un condenado a una “enfermedad”, a solo ser una carga para la vida. Pero en esa carga rezuma su insubordinación.
Este pesimismo rebelde que se desprende de ‘La caza espiritual’ no lo define completamente. Claro que no. Miluska es una narradora que gusta de explorar incansablemente (la no linealidad de sus cuentos es un indicio visible de esto). Por eso, podemos asistir gratamente a uno de sus relatos más admirables: “Llamadas”. Con una eficaz técnica, la autora nos convence de una misteriosa vinculación de lo ordinario con lo sobrenatural; una simple llamada puede anunciarnos un pasajero pero embargante terror cósmico; la realidad se ve muy asaltada desde varios ángulos. Algunos de sus párrafos bastarían para justificar nuestra actual literatura; “Llamadas” debe ser pasible de cualquier notable antología del cuento.
Voy a lanzar ahora una moneda. Miluska también opta por hacer participar a cuerpos celestes en sus narraciones: al menos, en la primera y en la última. Exhorto a los lectores a revisar el breve pero magistral cuento de Poe: “The Conversation of Eiros and Charmion”.
(*) Abogado, Filosofo (UNMSM) y actual Maestrista en Universidad de Barcelona , España.