Opinión

NO IMPORTA LO QUE SE DICE, SINO CÓMO SE DICE

(Parte II)

Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)

Jean Genet, uno de mis autores fetiches, es capaz de cautivar utilizando todos los recursos de la lengua francesa más académica –como el divino Marqués–, por ejemplo, en la descripción poética de una flatulencia. O de cómo lo sodomizan. O de cómo roba en un supermercado. Y cada palabra es una joya o pieza estrictamente necesaria en la frase, el párrafo, el capítulo, otorgándole a la masa narrativa un efecto estético integral, lo que por momentos también es el caso del gran Houellebecq. Pero el narrador de Plateforme dice cosas horribles que producen placer estético e incluso cierta fascinación. Pareciera que fuese deliberadamente provocador, para meter el dedo en la llaga. El personaje protagonista está en Tailandia, donde ha ido para darse un buen baño de sexo, mirando el gran cementerio de los aliados en la Segunda Gran Guerra: « Aquí yacen un montón de imbéciles que murieron por la democracia », masculla. Luego lo vemos frente al llamado « ferrocarril de la muerte », en cuya construcción participaron 60 mil prisioneros de guerra (de los japoneses), ingleses, neozelandeses, australianos, norteamericanos y forzados asiáticos. El objetivo de los nipones era unir Singapur y Birmania, llegar hasta la India e invadirla. El ferrocarril de la muerte sigue una trayectoria casi paralela al río Kwai. El narrador roquentinesco de Plateforme mira y reflexiona sobre ésto cínica, divertidamente, y constata que 20 mil prisioneros, es decir 20 mil imbéciles, dejaron el pellejo en tal empresa. Y cuando se imagina la explosión del puente sobre el río Kwai, se ríe. En verdad, tiene apuro por regresar al confortable hotel climatizado de Bangok y ser tratado cariñosamente por una joven prostituta experta en el famoso masaje tailandés, que se ejecuta con masaje triple de manos, senos, pies, y culmina con musculosas contracciones vaginales que electrocutan al dichoso paciente. El sexo y la muerte, la muerte y el sexo, una especialidad japonesa, son utilizados por el novelista con admirable destreza, qué digo, simplemente desplegando su genio sin el menor esfuerzo. Con estos tópicos modernos y eternos construye una epifanía grisásea que vomita sobre el mundo moderno y la sociedad desarrollada de la que procede, como profanar a padre y madre. Porque el abúlico, procaz, cínico narrador pertenece a la estirpe –ya lo señalamos– del horrible Roquentin de La nausée y un poco al protagonista de L’Etranger, de Sartre y Camus respectivamente, e incluso a la de un tío abuelo sudamericano: el narrador de algunas obras del maestro Onetti: El Pozo, El Astillero, La vida breve. Hasta sus aventuras sexuales, abundantes y expuestas en detalle, muy de cerca, en vivo y en directo, con la precisión de una película porno, parecen envueltas con una materia coloidal de indiferencia, pero no lo son. Cuidado. Es una artimaña de novelista diestro, consciente de su arte. Una tal Oôn en Bangok, la número 7 en el Health Club; el episodio lésbico entre Valérie y Bérénice; la chica número 47, llamada Sin; su apología del turismo sexual etc. Por fin, el encuentro con Valérie en París. Digo ¡Por fin! en tono exclamativo, porque el lector ha sido sabiamente preparado para el mismo, que intuye muy importante, y que, en efecto, será determinante en la novela. Sigue el encuentro con el artista excéntrico Bertrand Bredane, especialista en porquerías y aficionado al sadomasoquismo, en un club exclusivo de París, donde abundan este tipo de locales. El repugnante Bertrand, después de una escena fuerte de tortura con látigo, excrementos y humillación, dice con filosófico tonito despreciativo: « Pero precisamente, es la parte asquerosa del ser humano que me interesa. » La orgía de dos con dos (un tal Jerôme, Valérie, Nicole y Michel, el desencantado narrador) es la mejor expuesta y descrita, dos o tres páginas de pornoerotismo de super calidad. En Cuba, una trilogía con la camarera del hotel. De nuevo en Francia, escena tórrida delante de una bella cuarentona (« de hermosas tetas siliconeadas »), y después con la susodicha y con Valérie –perfecta amante de doble filo– en un baño de vapor. Mientras o después de las mencionadas peripecias corporales, Michel constata que del mejor período de su vida amorosa con Valérie « conservaré paradójicamente tan pocos recuerdos. » Y, una vez más «en resumidas cuentas, el hombre no está hecho para la felicidad. El hombre necesita transformarse –transformarse físicamente. ¿Con quién comparar a Dios? En primer lugar y sin la menor duda, con el coño de las mujeres; pero también, por qué no, con los efluvios de un baño de vapor». La palabra árabe utilizada en el orginal es hammam. Aparte del baño de vapor, ciertos establecimientos incluyen en el programa un enérgico masaje hecho por un hombre, masaje que medio tritura, disloca o descoyunta al paciente, pero efectuados de manera sabia y agradable. En cuanto al énfasis en el adverbio «físicamente », creo que puede, también, entenderse como eróticamente. Por último, movido por una extraña e indefinida razón, Michel piensa regresar a Tailandia, donde quisiera morir. «Los tailandeses, contrariamente a otros pueblos asiáticos, no creen en fantasmas y poco les interesa el destino de los cadáveres; la mayoría van directamente a la fosa común. Conmigo será lo mismo, puesto que no dejaré instrucciones precisas. Se redactará el acta de defunción, una línea más en los archivos del Estado Civil, muy lejos, allá en Francia. Algunos vendedores ambulantes que me conocían del barrio se alzarán de hombros. Mi apartamento será alquilado a un nuevo inquilino. Me olvidarán. Me olvidarán muy rápido». El que quiera o pueda entender, que entienda como un mensaje profético esta agonía de la humanidad en los países tecnológicamente desarrollados.

(*)Escritor y Poeta radicado en Francia