Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)
La primera ola del ataque viral, que yo veo como un simple instinto de supervivencia de nuestros ancestros, nos sorprendió cuando felizmente vivíamos en el idílico y bucólico castillo de Lambesc que hoy, ¡ay!, ya pertenece al recuerdo.
El presidente Macron, ternito azul marino marca Cerrutti mínimo, camisa color nieve, corbata obscura con su respectivo pisacorbatas de plata, e impecable dicción, dijo que anunciaba el necesario confinamiento. Este fue declarado el mismo día del cumpleaños de Boconcita, el 16 de marzo del 2020, por eso me acuerdo.
Prácticamente en las puertas de la primavera, que en las Galias debuta el 23 de marzo (mes del dios Marte), Boconcita puso el grito en los cielos de Lambesc, apoyada por mi gato que se puso a maullar; pero yo, la verdad, no lo tomé en serio… Todo pasa me dije y le dije, ¡carajo! ¡No es la peste! ¡La tasa de mortalidad es de cero punto 70 por ciento con respecto a la totalidad de la población! ¡No hay problema! ¡Ya pasará! ¡Por experiencia te digo que todo pasa! ¡Y que nada queda nada quedará!… Por ahora es la super moda… El noticiero de la tele y hasta los periódicos en carne y hueso le consagran tremendo porcentaje de su espacio y su tiempo… ¡La peste inserta en el espacio y el tiempo! ¡En la diacronía y la sincronía como dicen los lingüistas! ¡Allí mismo, Boconcita! ¡En la intersección! ¡Pero no en la vertical sino en la diagonal! ¡El viejo Cronos! ¡El tiempo de siempre!
Mirando como un gran señor feudal mis vastos jardines poblados de árboles frutales, protegidos del eventual invasor por paredes vegetales, viendo a mi gato cazando lagartijas, la verdad, no sentí los acontecimientos como amenaza. Alcé mi eterna copa de rosé. Brindé. Brindé por la vida, simplemente, y al hacerlo también brindé por ella en su aspecto muerte. Por su perpetua vigencia… Me acordé de la guerra del Golfo en los años 90, poco después del Mundial en Italia, y me acordé porque los supermercados estaba casi vacíos, despojados de los productos de primera necesidad, tallarines, arroz, pan, papas, conservas, galletas, en fin, no había ni papel higiénico, como ahora. Al final, pienso, todos miramos la guerra del Golfo por la tele, papitas fritas y chela en mano, como hoy, y en el restaurante vietnamita donde trabajaba por entonces se habló se poner los sacos de arroz para protegerse de las balas…
Mucho más temible que cualquier guerra entre humanos, son las guerras contra otros organismos vivos, que también luchan como todos por la supervivencia, los microbios, las bacterias, los virus, y que son invisibles además… ¿Virus? Entidad biológica microscópica que necesita un hospedador, por lo general una célula animal, de la cual utiliza los constituyentes para reproducirse… En biología, un hospedador es un organismo que alberga un parásito, un socio, compañero, compinche o pareja, para ayudarlo a perpetuarse, pues dicho comensal es necesario para su propio ciclo de vida / muerte… En fin, nada más normal, el corona virus y otros tantos virus, microbios y bacterias, nos necesitan para reproducirse, eso existe desde siempre, sigue la lucha por la vida, de eso se trata, de la vida, y es la vida la que manda junto con su otro aspecto, que es la muerte le digo a Boconcita… Ella medio ausente y totalmente abstraída mirando la tele, el famoso Corona (como la chela mexicana) se multiplica, centuplica, miles, luego millones, cada segundo que pasa.
¿Y cuando salen las vacunas? pregunta Boconcita aprehensiva, tranquila china digo, tampoco se pueden hacer ese tipo de milagros, me imagino que los científicos, trabajando día y noche, necesitan un año por lo menos… ¡Ah Corona! ¡Viejo Corona! ¡Nos coronaste! ¡Existes desde la noche de los tiempos mientras que el homínido es un chiquillo reciente!… Por entonces, al poco tiempo de declararse la primera ola (el viejo Corona viene en tabla hawaiana), surge la figura crística de un gran científico, Didier Raoult de Marsella, un eminente microbiólogo especialista en enfermedades contagiosas, quien aconseja la utilización de la cloroquina, nadie le hace caso, los otros médicos celosos y el propio gobierno a quien no conviene tal descubrimiento, y sobre todo el gran negocio multimillonario de las farmacias, le serruchan el piso, en verdad nadie le hace caso, al final lo descartan, chau doctor Raoult, gracias por todo, quédese tranquilito y no siga jodiendo.
Pasando a un tema paralelo al ataque del viejo Corona y el consecuente confinamiento, pienso o mejor dicho siento que éste fue benéfico para los poetas. En mi caso, le digo a Boconcita escéptica, logré producir dos libros de crónicas anacrónicas, el viaje al Perú, el viaje a Grecia, y leí libros cuyo tema era la peste, como el incomparable Diario del año de la peste del marinero poeta Daniel Defoe, Un húsar sobre los techos de Jean Giono de Manosque, que se refiere a la peste de Marsella el siglo 19, La peste de Albert Camus, otra vez y siempre, y esa maravilla de maravillas, Narciso y Goldmundo de Herman Hesse, que consagra un episodio a una de las pestes que azotaron al medioevo.
En cuanto a la política y los consecuentes desacuerdos relativos a ésta, salió ganando nuestro presidente Emmanuel Macron, los chalecos amarillos fueron doblegados por la peste, fin de disturbios en París y en las grandes ciudades de Francia, que son Marsella, Lyon, Toulouse, Nice, Nantes, Montpellier, Strasbourg, Bordeaux y Lille, en ese orden demográfico, gana el viejo Corona, ese ancestro de ancestros, le digo a Boconcita, donde todo empieza, pero ella se hace la que no entiende.
Contraviniendo a la ley y al toque de queda subsecuente, todas las tardes tipo siete vamos a visitar a la suegra en la rue Hoche. Un día, mientras el suscrito prepara unos hígados de pollo flambeados al coñac, nos enteramos del milagro. Calma y respiro para los divinos animales. La tele nos muestra el espectáculo de las tortugas marinas recalando en las hermosas playa de la Costa Azul, desde Fréjus hasta Niza, y más allá todavía, hasta la frontera con Italia…¡para depositar sus huevos y reproducirse! ¡La divina naturaleza reivindica y recupera sus derechos! Aquí, en el paraíso de Lambesc, aparecen animales salvajes hasta en la frontera con el pueblo, ¿Lambesc es pueblo o ciudad?, en fin, veo conejos, veo liebres, y los faisanes han ocupado el jardín. Los jabalíes se ahogan en las residencias de las piscinas, pobrecitos, caen al agua con la avidez de beberla,la operación es nocturna, los monstruos duermen, los jabalíes nadan y nadan hasta el cansancio, pero no pueden salir de la piscina, y mancan.
No es exagerado decir que hay zorros en las calles, jabalíes en los semáforos, pájaros desconocidos gritando felices en los follajes, incipientes nidos de otros pájaros en los postes… Y después, el silencio del confinamiento… Un día, en la esquina de la avenue du Verdun con la ruta de Rognes, prácticamente me crucé con un hermoso zorro, color zorro, entre óxido y zanahoria, verdaderamente hermoso, a unos diez metros… Orejas puntiagudas, hocico afilado, la nariz negrísima y brillante, mancha de pelo blanco en el pecho… ¡Por allá va el zorro! ¡No hay un solo carro! ¡Camina despacio el zorro dueño del espacio y del tiempo! ¡Por la carretera que va hacia Saint Cannat! Luego se zambulle en el bosque… ¡Chau, bello zorro!… En esta primera ola del virus, gracias al confinamiento los animales salvajes disfrutan de una gran paz. Todo ha cambiado. Han cambiado los olores. Ha cambiado el silencio.
(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.