Por: Miguel Rodríguez Liñán (**)
Esencialmente, el hijo eterno es quien no ha logrado perpetuarse carnalmente, quien no ha logrado reproducirse biológicamente. Si el hijo eterno, para colmo, no es artista, está perdido desde el comienzo pues no sigue el canon social. Sólo le queda ser artista, pues como tal puede perpetuarse y reproducirse por intermedio de sus obras. Pase lo que pase, el hijo eterno es un rebelde, un marginal, un monstruo para la sociedad bienpensante. Es el hijo eterno una entidad muy especial, que contiene a la célula familiar. Es su propio padre / madre y su propio hijo. Pero Artaud lo dice mejor:
Moi, Antonin Artaud, je suis mon fils, mon père, ma mère et moi.
El libro Cartas a Mauro de su hijo Guillén de París, al margen de su ligereza y de su aspecto celebratorio, es un canto al hijo eterno, la institución crística por excelencia. Este hijo descarriado sólo reivindica al padre e ignora a la madre. Dios es hombre y huérfano, no tiene ni padre ni madre, y el hijo eterno su semejante, en consecuencia su hijo predilecto, el hijo del Hombre… pero… ¿Cuál hombre? La palabra griega anthropos significa el ser humano en sus dos vertientes, no hombre exclusivamente… El anthropos es pues el padre / madre.
En este nuestro libro Cartas a Mauro… se opera un proceso mágico que, por ósmosis constante, permite la constante presencia del padre, de un dios padre mejorado gracias a su amalgama con el amador por excelencia, que es Zeus. Este padre todopoderoso y magnífico como el dios griego, es el escribano Mauro Guillén de Yungay. Su presencia cubre todo, envuelve todo en su nube, y podría ser considerada como un útero paterno, el útero por excelencia, que es padre / madre y más que eso, es el engendrador del hijo eterno.
Aquí, por supuesto, se trata de transmitir la presencia memorial, casi fantasmal, pero terriblemente viva, del padre bíblico, pero sobre todo griego: es el escribano Guillén en su estudio « matadero » frente a la Plaza de Armas de Yungay antes del sismo, exactamente como mi propio padre en su propio estudio y eventual « matadero » de la calle Guillermo Moore en Chimbote. Esta figura del seductor constante es Zeus opuesto al casto fantasmón judeocristiano. En Cartas a Mauro… obviamente se reivindica al padre, pero es sobre todo una reivindicación del pobre hijo eterno, que no es ni poderoso ni seductor… En realidad hay dos padres el del AT y el del NT; además, los hijos son múltiples en el AT (Job 1, 6-8) mientras que el hijo neotestamentario es único. El hijo del NT pregona y aspira al amor, mientras que el hombre del AT está condenado al sufrimiento (Job 5, 7-8).
Otro importante detalle del universo mental que hemos heredado de las terribles religiones abrahámnicas, es la mujer inferiorizada, reducida a cuatro roles
La diabólica seductora como Eva.
La bruja que tiene comercio con el diablo y engendra monstruos.
La esposa débil o inferior no sólo desde el puntode vista de la fuerza física, sino también moral e intelectualmente.
Y la famosa santa, casta y flagelada, pero capaz de éxtasis divino en la unión con el Padre (Santa de Teresa de Avila en la transverberación del Bernino, por ejemplo).
En el judeocristianismo, para paliar estas atribuciones, surge la figura de María como el principio femenino, o sea como la Madre. Y surge necesariamente para dar coherencia, como un epifenómeno de donde se yergue la figura del hijo eterno… Respecto a la gran figura de la madre, en las sagradas escrituras neotestamentarias el propio Cristo aparece como un tirano que desprecia a su propia madre, nunca le dice madre, además, le dice mujer, y de manera general la ignora.
Subterráneamente, Cartas a Mauro pretende ser una reivindicación de la mujer en su totalidad, pero sobre todo en su aspecto madre, fuera o por encima de las viejas categorías mencionadas. Aquí, se reivindica al fauno eterno, pero también a la ninfa eterna, y tratamos de alejarnos del terrible hijo eterno para ser, para ser simplemente artistas. Aquí, la razón de ser es el padre, pero no como fantasmón tutelar que opaca a la madre, sino gracias a su vertiente dionisíaca de fiesta y de humor. La sublimación del padre puede sentirse como una secreta búsqueda de la madre.
Abandonado por la madre, le corresponde al hijo eterno la empresa mayor del amor, o mejor dicho de su invención, de la invención de su propia capacidad de amor y de afecto. El hijo eterno, en realidad, no es capaz de amor. Ha sido invalidado para el amor. El invento sustituto de su incapacidad de amor, es el arte.
El hijo eterno ha conocido el afecto y el amor, pero no directamente de su propia madre, sino de otras madres de sustitución, que él amaba entrañablemente, pero que no pueden, psicológicamente, reemplazar a la madre biológica. Puede que el hijo eterno sea estéril, puede que no, pero lo cierto es que no engendró, se quedo solo frente al universo.
Lomo de las Sagradas Escrituras
Sin haberlo advertido jamás, exceso por turismo
Y sin agencias de pecho en pecho hacia la madre unánime.
Hasta París ahora vengo a ser hijo. Escucha,
Hombre, en verdad te digo que eres el HIJO ETERNO
Pues para ser hermano tus brazos son escasamente iguales
Y tu malicia para ser padre, es mucha.
La talla de mi madre moviéndome por índole
De movimiento,
Y poniéndome serio, me llega exactamente al corazón :
Pesando cuanto cayera de vuelo con mis tristes abuelos,
Mi madre oye en diámetro callándose en altura.
Mi metro está midiendo ya dos metros,
Mis huesos concuerdan en género y número
Y el verbo encarnado habita entre nosotros*
Y el verbo encarnado habita, al hundirme en el baño,
Un alto grado de perfección.
César Vallejo
*Lucas 17, 21
(**) Escritor y Poeta radicado en Francia.