Cambio de partido político:
Un ligero repaso a las listas de candidatos que acaban de inscribirse para participar en las elecciones internas con miras al proceso electoral de octubre próximo, nos permite ver un panorama muy ilustrativo de la forma cómo el cambio de colores políticos se ha convertido en un deporte favorito; una competencia de masas, como las grandes ligas, cuyo escenario se desarrolla no solo a nivel nacional sino también regional, provincial y distrital.
Por lo que se puede ver en las listas, la facultad de cambiar el color de piel, que hasta hoy creíamos exclusiva de los simpáticos camaleones, considerados los reyes del camuflaje y del transfuguismo, es ahora una virtud que también la poseen en igualdad de condiciones la mayoría de nuestros amigos políticos.
Salvo poquísimas excepciones, que se pueden contar con los dedos de una sola mano, hemos podido ver que la mayoría de candidatos, quienes en el último proceso electoral representaron a una determinada agrupación política, ahora lo hacen vistiendo muy orondos la camiseta de otro partido. Sonrojarse por eso ¡qué va!. En el entorno de nuestra política, ya sea chicha o de café, no existe vergüenza propia ni ajena. Lo único que existe es el afán de participar en cualquier proceso electoral, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Si ayer fuiste paloma, hoy puedes ser gavilán y normal, no pasa nada.
Por supuesto que este cambio de partido, que ya parece haber adquirido proporciones pandémicas, pone de manifiesto, por un lado, una gran dosis de inmadurez y ceguera política y, por otro, una escasa formación ideológica y una inexistente correlación entre lo que se dice y lo que se hace.
En este controvertido escenario, no interesa que de un día para otro los candidatos hablen un idioma diferente y asuman posiciones antagónicas entre sí. Tampoco importan las expectativas de la población. Aquí lo que importa es sacar el máximo provecho a la ocasión, anteponiendo única y exclusivamente intereses económicos y personales. En la práctica el verdadero significado de la frase “vamos a trabajar de la mano con el pueblo” es “una vez elegido, voy a trabajar de espaldas a la población”. La forma cómo se vienen conduciendo las actuales gestiones municipales y regionales, así lo confirman.
De hecho, mucho tiene que ver en el afianzamiento de esta conducta camaleónica, la gestión de los partidos y movimientos políticos que ahora se manejan de la misma manera como conduce una empresa individual de responsabilidad limitada. Por encima de lo que puedan acordar las asambleas y las leyes electorales, el dueño del partido es el que hace y deshace. De él depende que las puertas y ventanas del partido se abran de par en par para que ingresen a su antojo toda suerte de aventureros y mercaderes. Por consiguiente, también de él depende la tarifa del vientre de alquiler y, por supuesto, la venta de las candidaturas.
Ah, y por si acaso, ahora los partidos políticos, igual que cualquier empresa comercial, se pueden vender al mejor postor, como vender una mina de oro. La gran ventaja es que esta transacción está libre de impuestos. Basta con realizar el cambio de nomenclatura en las oficinas del Jurado Nacional de Elecciones y pagar únicamente el derecho de trámite. El negocio es redondo porque, según sea el caso, el precio puede ser el de una bicicleta de segunda mano o una licencia de pesca con embarcación y todo. O sea, todo depende del maldito dinero y nada más.
La reciente ley aprobada por el Congreso de la República que otorgó un nuevo e ilegal plazo para el cierre de las inscripciones de candidatos, responde precisamente a este afán de lucro. Todas las agrupaciones políticas se han valido de esta ampliación no para recomponer sino para renegociar la lista de candidatos. Ahora los camaleones porán jugar su propio partido.