Opinión

TORRE EIFFEL

Parte octava

Por Miguel Rodriguez Liñan (*)

¡Y hasta aquí llegamos, que lo demás ya lo conté! De pronto ya era lunes… ¡Aleluya! ¡Era el día de la entrega de los premios en general y del mío en particular, de mi cheque de mil euros en El Fogón! Llamé a mi compadre Pepe para informarle y, sobre todo, para invitarlo, para que fuera el primer testigo privilegiado de mi primer triunfo –el primero de una serie tan interminable que ya fastidiaba. Dicha serie, obviamente, conocería su broche de orégano con el puto Nobel.

      –¿Aló, Pepino? ¿Qué haces esta cheno?

      –Hoy es lunes, cholo. Tranquilongo nomás. Descanso para el fígado.

      –Yo igual, pero hoy es un día o mejor dicho una noche muy especial. Tengo dos invitaciones para una merienda española; eso sí, hay que ponerse bien a la tela y de preferencia con corvina.

      –¿Merienda española? ¿Dónde, cholo?

      –En el restaurant El Fogón, rue Saint-Julien-le-Pauvre. Oye Pepe, te cuento que me he ganado un premio, pienso que el primer premio, ese del que te hablé, el de relatos culinarios.

      –¡De la putamadre! ¡Excelente! ¡Mil felicitaciones! Podemos vernos en la salida del metro Odeón, junto a la estatua de Dantón. ¿A qué hora es tu reunión?

      –A partir de las ochoa.

      –Te espero a las siete en punto en Odeón para un aperitivo, ahí me cuentas –dijo Pepe y colgó.

      Rápido pasaron las horas. Ya eran las siete. Ya estamos en un bar de Odeón. Al cabo de un par de Leffes salimos caminando distraídos por la rue de l’Epéron… ¿o por la rue Mignon? Justamente por distraídos nos internamos parloteando por la rue de l’Ancienne Comédie –en lugar de salir por la rue de l’Epéron o calle del Espadón– hasta la rue Saint-André-des-Arts, rumbo a la plaza del mismo nombre, qué felicidad, sinceramente qué felicidad, oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal, en surcos de dolores, el bien germina ya… ¿será que ya? ¿Que ya cesó la horrible noche? ¿Que llegó la luz? ¿La libertad? Y como Pepino no sabe lo que voy canturreando, se lo digo.

      –Es el himno nacional colocho.

      –A tí seguro que una colombiana te ha dado agua de chamico, cholo.

      –No sólo una –digo todo vanidoso–, no sólo una, compadre… ¡Mujeres de Colombia! ¡Lo más lindo que hay!

      Hay días así. Es que realmente hay días así. Así como éste. Cuando París es el París que amamos más que a cualquier otra ciudad-mujer. Hay días en que París parece nuestra, que parece pertenecernos verdaderamente, o cuando mejor dicho parece que pertenecemos a París, a las calles y a los bulevares del viejo París, y es que estamos en el París con el cual soñábamos cuando estábamos allá, y es que ya éramos poetas. Un siete de abril del 2003 después del Christos clavado, un siete de abril de los Tiempos Nuevos, o sea del año 115 de Backoos Iakhoos. Cielo medio despejado. Buen tiempo. Y como estamos de pronto medio apurados quisiéramos ir por la rue Dauphine, que está a la izquierda, pero no, vamos hacia la derecha, por donde vamos yendo, por la rue Saint-André-des-Arts. Llegando a la place Saint-Michel miramos con ojo teológico al arcángel pisando al Maligno, o sea a su otro yo. Y pensamos: nos hemos ganado un premio literario, carajo, aquí en París, por fin, ya era hora de que se dieran cuenta de nuestro talento, qué digo, de nuestro genio, ahora es que empieza el baile, y estamos felices porque el puto premio es un reconocimiento e incluso una forma de respeto a nuestro empecinado trabajo, a nuestro coraje, a nuestro arte. Y hace tantos años que escribimos. Y nos hemos dejado arrastrar por el Nilo de la bohemia, por torrentes y torrentes de alcohol, por Amazonas de cerveza, por Ucayalis de ron, y hemos fumado toneladas de hachís, y hemos fumado selvas amazónicas de santa mariguana, y hemos esnifado cordilleras de cocaína pero qué chucha, seguimos escribiendo. Tenemos cuarentaidós abriles. A ciencia cierta, navegan por nuestros ácidos desoxidorribonucléicos moléculas de los poderosos ancestros originales. Y no podrán matarlo. Comenzamos a escribir a los diescisiete años. Y ya tenemos cuarentaidós. O sea que ya llevamos un cuarto de siglo en esta faena. Escribiendo cojudeces, como dicen los patas. Y no pasaba naranjas hasta hoy, porque hoy nos han premiado. Por eso estamos tan felices. En lugar de cortar camino por la rue de la Huchette, nos hallamos en el quai Saint-Michel, junto al Sena. Miro Notre Dame como la primera vez, como cuando teníamos veintiún o veintidós años. Y no podrán matarlo. Doblamos por la rue Saint-Jacques y ya, ya llegamos, ya estamos en la pequeña rue Saint-Julien-le-Pauvre, pero qué pobre ni pobre, el pobre soy yo, frente al restaurante chapetón El Fogón, donde han de premiarnos. Se trata del maravilloso premio El Fogón / RFI 2002. Entramos. Y en entrando, todo se derrumbó dentro de mí, dentro de mí, aunque no podrán matarlo. Que se lo ganó una periodista argentina, el puto premio. El segundo lugar, no sé quién; el tercer lugar, menos. ¿Y nosotros? Nosotros sólo hemos obtenido una mención honrosa del puto premio. Eso no significa ni siquiera el cuarto puesto sino una especie de falso premio en mancha, para los rezagados. ¿Premio? En verdad no hay premio. Bueno, sí. Eso pues. La mención. La hispánica señorita que ésto nos decía no era responsable de nada, pero casi le miento la madre. Hemos incluído su relato en este libro, dijo, tenga su ejemplar, pasen señores, pasen que ya empieza la merienda, las tapas, los aperitivos. No sé cómo hizo Pepino (que no había escuchado nada) para que nos dieran dos ejemplares de nuestro libro, de nuestro premio, dos porque te querían dar uno nomás, cholo, qué tal concha. Pero qué importa. Caballero. Y nos ponemos tristes pero lo disimulamos. Y pensamos en nuestra infancia, en la escuela, en el colegio, en todos los premios que ganamos en nuestra infancia maravillosa, allá en el rico Chimbote. Me parece totalmente imposible que no hayamos ganado, pero qué chucha. Hay tanta pero tanta gente que ya no sabe quién es quién, aquí en El Fogón. Alguien me señala a la ganadora, la escritora y periodista argentina Beatriz Espinoza, que me mira de costadito, algo incómoda. Si lo está –pienso– es porque ha leído mi maravilloso relato de primer puesto, y debe sentirse mal à l’aise, normal, normal, nada más normal. Al enterarse que somos los galardonados o que estamos entre ellos, dos hembritas sudacas que tienen su alguito, se nos pegan, nos revientan cuetes, brindan con nosotros, están con nosotros, sólo bastaría con darles un empujoncito. Entre los miembros del eminente jurado conchesu figuran el célebre escritor Manuel Vázquez Montalbán made in Barcelona, Ramón Chao de la RFI, escritor y periodista made in Galicia que resultó ser el papá del famoso Manu Chao, la editora Carolina Rompe Saragüey y otros reconocidos gourmets. Todos super bien vestidos, hay algunas hembritas con vestido largo, hay algunas que están super buenas, por supuesto, todos y todas flotando en gráciles torrentes de un riquísimo vinillo blanco made in Hispania, península también conocida como la madre patria, libando, ingurgitando, gesticulando, dedos con uñas rojas insertando tapas en las bocas, masticando, de nuevo riendo, y nosotros nos sentimos en el Festival de Cannes, de pronto en Hollywood, de pronto en Mónaco, o en el Casino de Monte-Carlo, mínimo, ji ji ji, ja ja ja, aunque la procesión va por dentro. Pepino es un parisino ya curtido en estas lides mundanas –embajadas, recepciones en la Unesco, fiestas bacanes o snobs carrément– pero yo ando maravillado y estupefacto como un cholito provinciano, medio boquiabierto. Y ji ji ji, ja ja ja, aunque la procesión va por dentro. El chef patrón del Fogón, Alberto Herráiz, gran especialista de la paella, ha compuesto con su brigada de cuisiniers, un largo, variado, suculento, pantagruélico menú de tapas que incluyen gazpacho de aguacate, pulpitos gallegos, tortilla de patatas, charcuterías diversas, bolitas de carne, pulpitos, calamarcitos, camaroncitos, pinchitos  y tapas exóticas, como un homenaje, ya que cada exquisito platillo, cada exquisita tapa, encarna –por decirlo así– el tema de los escritores participantes.

(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.