Opinión

EL CHRISTOS POETA

¿Acaso no saben que ustedes son el templo de Dios y que el espíritu de Dios está en ustedes?

Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá: porque el templo de Dios es santo, Y eso es lo que son ustedes.

Primera Epístola a los Corintios (3, 16)

Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)

Más claro no canta un gallo, pese a que son palabras atribuídas a Paulus-Saulus, sujeto que sinceramente no nos simpatiza en absoluto, ya diremos el porqué en otro tratado. Nos place reemplazar, puesto que de palabras se trata, la palabra dios por la palabra logos, debido a la resonancia griega.

En la obra titulada Pistis Sophia, se cuenta como el cuerpo astral del Christos regresa de los cielos, luego de un viaje digno de hongos mágicos, de marimba punto rojo por qué no, para enseñar durante once años las nuevas revelaciones allí adquiridas. Lo de “cuerpo astral”, en verdad, es una pendejada nuestra, una reminiscencia de los libros de Lobsang Rampa leídos en nuestra pubertad, también a los inicios de nuestra gran adolescencia.

En realidad, el viejo Jechu viaja corpore ed anima, en carne y hueso, en tripas y encéfalo, a los cielos de la conciencia, de pronto de la supra conciencia, de dimensiones inexploradas de la conciencia, indemne a las contingencias de la ley de la gravedad, o sea de la fea pesadez. Este penetrar en regiones incógnitas de la psiquis, es un vuelo, es un viaje, por eso nos permitimos la alusión sicodélica… Ve a los arcontes de los primeros cielos, de los segundos cielos, de los terceros cielos, etc; ve los eones –emanaciones del gran invisible o el auto-engendrado de cuya palabra creadora todo procede, incluso tipos como el ardipithecus ramidus o el austrolopithecus africanus – quienes a su vez emanan o expelen innatos, autógenos, engendrados, astros, solitarios, y más arcontes, hay cualquier cantidad de estos engendros imaginarios llamados arcontes; de yapa, angeles y arcángeles, hasta que ve como la pobre sophia, que es la sabiduría de dios, yerra por falta de prudencia; su hijo se llama Ialdabaôth –otro monstro de la farándula.

Esta Pistis Sophia es una de las veinticuatro emanaciones llamadas superiores. Ha “pecado” porque ve un día la luz en “el firmamento del gran tesoro de la luz”. Aparentemente, hablan en griego, tal vez por telepatía. Nosotros quiséramos saber cuál es la lengua oficial de los putos cielos: ¿el griego? ¿el hebreo? ¿el yiddish? ¿el arameo? ¿el latín? ¿porqué no el sánscrito? ¿porqué no el moraveco? ¿y si fuera el iroqués? ¿y si fuera el quechua? ¿y si fuera el bengalí? Ironías aparte, a nosotros, como al amigo de John Dyer, nos place admirar al Christos como si fuera un magnífico dios griego, un dios de la belle époque, vestido a la usanza griega, con sandalias griegas, perfumado con esencias griegas. La bata semítico-judaica-hebrea, así como las charcherosas chancletas de pobretón en lo que debió ser un dios de la gran abundancia, han sido quemadas ceremonialmente en las alturas del Monte Athos, donde estoy, donde estamos, broder. Aclaremos, antes de que nos peguen las consabidas etiquetas.

Pese a lo que se dice de los judíos, al único que conozco en carne y hueso es a Maurice Cohen, compañero de cuarto aquí en La Trévaresse. Es un tipo que practica el don divino de la generosidad, te lo juro. Es algo pedigüeño también, no importa –todos los somos a diversos grados, cada quien más conchudo que los otros –, es un gran tipo, sabe cualquier cantidad de cosas en varios dominios del saber, ha sido clochard de lujo en Saint-Raphaël, también en Fréjus, también en Saint-Tropez, como Gilbert. Además de conocer de memoria aquel poema de Joachim du Bellay, el gran Maurice no dice nada cuando escucho música clásica, es muy comprensivo, sé que no le gusta, y es amante de una hembrita llamada Aida, como la de Monteverdi. Aparte de morboso, Maurice se jacta de ser un gran amador. Eso sí, tiene su gorrito de sinagoga. Tiene sus ropillas de sinagoga. Tiene sus zapatitos de sinagoga, sólo le faltan los rulitos, la barbicha, los bigotitos, los lentecitos. Obviamente, al percatarse del tremendo personaje, sus correligionarios lo sacaron de taquito, por eso se dedicó a la vida de clochard, aunque él no les tiene un átomo de rencor.

He aquí los presentes magníficos de Maurice: una camisa Cerrutti, un paquete de fayos Fortuna –que le mandó su hermana de Perpignan –, un encendedor, una copa de chela Leffe, una de nuestras preferidas – probablemente sustraída en un bar frente a la playa, allá en Saint-Raphaël –, un carnet de estampillas totalmente pito, también me quería regalar un pantalón… me olvidaba: un cassette de Tchaikovski. Ya en el Monte Athos, Maurice me informa que Paolo-Saulo no era romano como yo creía, sino judío. Sinceramente, yo quisiera saber cómo y en qué circunstancias, se le ocurre a este hombre de genio la idea de asociar los otros cultos, esos que ya contenían al cristianismo en germen; estos cultos que Nietzsche llama subterráneos, eran los de Osiris, Mithra, también el culto a la madre primordial –de la que derivará el culto a la virgen María. Aquí, es preciso recordar que el futuro cristianismo ya existía en embrión, que ya tenía formas previas anteriores, donde se habla de culpa, de castigo, de recompensa, del alma y la inmortalidad, formas que el viejo Epicuro combate con lo mejorcito de su filosofía del placer. Es que ya se insinuaban por allí elementos medios deformados de la filosofía estoica que el cristianismo ha de incorporar a su corpus doctrinal, deformados porque de ellos deriva ese horrible culto al sufrimiento. Nada que ver con un Séneca, por ejemplo; nada qué ver con un Epícteto; nada que ver con un Marco Aurelio. La sospecha que tenemos respecto a la bata semítica, es que de ella deriva la idea de trascendencia absoluta del dios; en cuanto a las esencias griegas, salvo delirio, de ellas derivan la inmanencia y el aspecto relativo, cuyo lazo será el Logos. Benditos griegos. Benditos sean los daimons del Monte Athos, y todos los daimons en general, esos que pululan en los cielos mentales, esperando el momento propicio para manifestarse, para permitir al afectado por ellos el acceso a otras zonas concientes o inconcientes, a otros hemisferios del ser. La penetración del dios, del daimon, en el Sapiens sapiens, se llama entusiasmo. La salvación por el conocimiento no viene de los judíos sino de los griegos originales, pienso. Nos place igualmente imaginar un arquetipo al estilo del viejo Plato, una especie de Christos del sistema solar o de la galaxia Vía de la Leche, en ningún caso cósmico / universal, qué tal concha, qué tal pretensión. Ya entronizado como dios griego de la belle époque, nos damos cuenta que se parece mucho a otros de sus colegas: Osiris, Dionysos –incluso al Quetzalcoatl y al Inkarri de nuestras Américas. Como semidiós, o sea hijo del dios con una hembra humana, supongamos hijo del Don Juan celeste de Zeus por ejemplo, sería hermano de un Hércules, de un Dionysos. Nos place y extra vacila sobre todo imaginar al Christos poeta, parecido al viejo Orfeo que también baja al Reino de los Muertos. ¿Era poeta el viejo Jechu? Pourquoi pas? Literariamente hablando, disponemos de argumentos de peso pero no pesados, de sutiles elementos, para probar que la famosa tentación referida en Mateo, Lucas y Marcos, es un monólogo interior: diálogo ultra secreto con su otro yo. Podemos igualmente mencionar la conjetura teológica de Lactancio, padre de la iglesia, según la cual el Diablo, alias don Sata, sería el hermano menor del Christos. Esto no es blasfemia ni cojudez parecida. Los padres de la iglesia son escritores religiosos comprendidos entre el siglo 2 y el siglo 7 de nuestra era, cuya autoridad sirve de soporte a la tradición. La Iglesia CAR, por lo demás, tiene cuatro criterios para otorgar dicho titulazo, repitámoslo, a un escritor de los primeros siglos: 1) que haya vivido en los primeros tiempos de la Iglesia 2) que haya observado una vida santa 3) que sus escritos no contengan error doctrinal sino, por el contrario, que den una explicación o justificación notable de ésta y 4) que hayan recibido la aprobación de la Iglesia. La conjetura de Lactancio es, pues, aceptada oficialmente por entonces, punto y seguido. Pero volvamos a la nuestra. Si las frases que le atribuyen salen de su boca, el hombre de Nazareth poeta es,  y tremendo poeta: Ego sum panis vitae (metáfora). Y esta imagen digna del hombre: “Vi al Satán caer del cielo como un rayo” (Lucas 10, 18).

(*) Escritor y Poeta radicado en Francia.