Por: Miguel Rodríguez Liñán (*)
Descubierta en 1985, antes del anuncio oficial en 1991, por el buzo y escafandrista Henry Cosquer, la famosa gruta del paleolítico que ahora ostenta su apellido, ha sido por la magia de la tecnología puesta a disposición (de los mortales que no sabemos bucear) en el admirable Mucem de Marsella la bella… Por la módica suma de diesciséis eurófilos, nos sumergimos en la mar prehistórica y en las grutas inmemoriales, tan inmemoriales como la lava, que es anterior a las rocas y a los minerales, pues al inicio de los tiempos todo era mar, tierra y roqueríos, pero la tierra y los roqueríos son lava fría… Después vendrá la divina vida en forma primeriza de bacterias, luego vegetales, luego los divinos animales, especie a la que pertenecemos… El fuego es la lava, ¡el fuego y la lava de Heráclito de Efeso!
Nuestra gruta de los orígenes, desde donde estoy escribiendo, fue visitada por los ancestros cazadores en dos fases, hace unos treinta mil años la primera, por los cazadores artistas, y hace unos veinte mil años la segunda, cuando la gran diosa era hembra, es decir, la vida simplemente… Estamos en el último período glacial del cuaternario, con mamuts y bisontes colosales, con tigres dientes de sable y leones de grutas, que eran simples gatos grandes, carnívoros eso sí, de pronto no atacaban a los ancestros pero sí se tragaban los cadáveres de los caídos… ¡Viva la lava del centro del planeta! ¡Lava borboritante siempre viva! ¡La diosa lava!… El dios cambia de sexo, es la diosa, es la vida, es la gruta, es la lava… ¡Es el infinito vacío sideral como la matriz de Henry Miller! ¡Viva la incandescencia donde se encuentran el macho y la hembra! ¡Viva la lava! ¡Esos chicles y esos alfeñiques diatrómbicos en la gruta! ¡Formas entrópicas del chuparrico perpetuo de la vida en la linterna de ese genio de los mares, Henri Cosquer!
Aquí estoy, bajo el mar de Marsella, pensando en la lava, en los ancestros y en los animalotes ancestros de los actuales, caballos en las paredes de la gruta, gigantes cabras de monte en las paredes de la gruta, bisontes colosales, gamuzas, los ancestros de los actuales,todos de tamaño superlativo, ciervos y gamos, felinos, y los ancestros con lanzas, ¡tal es el mundo ancestral! ¡No hay otro! Por ejemplo, estamos esta mañana del paleolítico en las inmediaciones de la gruta, pero hemos logrado cazar un bisonte a golpe de lanza… Uf, pero como estoy inspirado, hoy dibujo un caballo, un bisonte, un felino y un pingüino, ¡soy artista, es decir un cazador, es decir un guerrero!… Tal es mi primera fantasmagoría, los artistas de aquella época, éramos cazadores o inmortalizábamos los logros de los compañeros cazadores, que también eran guerreros… Arte, caza y guerra están intrínsecamente relacionados desde el inicio de los tiempos, sino, ¡pregúntenle al admirable Georges Bataille! ¡O al fino oído del inmortal Philippe Sollers en las grutas de Lascaux, cuando interroga a los cérvidos en el túnel del tiempo! ¿Es la gruta Cosquer un sitio ritual, chamanístico, de la bella época? Si los artistas-chamanes dibujaron ciervos y antílopes, búfalos y toros, era para atraerlos mágicamente y cazarlos a golpe de lanza, para el sustento de la tribu que, distraída, miraba los truenos y relámpagos en los cielos…
La gruta Cosquer fue, pues, redescubierta para una de las dos millones de especies de vida repertoriadas en el planeta –sin hablar del millonario mundo bacteriológico –, el homo sapiens. Está en una de las veinte calanques o calas que tiene Marsella, en el cabo Morgiou… Entonces, hace unos 40 mil años o más, por este lado del joven Mediterráneo el nivel estaba lejos, unos ciento cincuenta metro más abajo que hoy, unos cuantos kilómetros más allá en el horizonte, y las temperaturas eran gélidas como consecuencia de algun enfriamiento del planeta, eso explica que los artistas, chamanes, cazadores, guerreros hayamos dibujado pingüinos en las churriguerescas paredes… Ahora, la inverosímil gruta que de pronto data del pleistoceno, está a treintaicinco metros bajo el nivel del mar, y sólo es accesible por una tripa de piedra de 175 metros de longitud y menos de dos metros de alto y de ancho, por ahí entró el intrépido Henri con una lámpara y un carrete estilo hilo de Ariana, para poder regresar de la riesgosa visita.
Al cabo de algunas exploraciones, descubre la maravilla de la gruta poblada de estalactitas, estalacmitas, champiñones de lava petrificada, formas vulvares y fálicas de piedra, protuberancias innombrables, trazas minerales de megaterios, deontología de las rocas, fascinantes monstruos de lava mineralizada al cabo de millones de años, que no son nada, de glaciación e incluso de fosilización, una especie de churrigueresco prehistórico, como si la parte inferior y superior de la gruta, de la matriz, hubieran estado pegadas, y al despegarse y solidificarse con el paso del tiempo, hubieran dejado estos indescriptibles testimonios de la geología para las generaciones venideras, una de ellas es el homo sapiens del paleolítico superior, la otra, nosotros, merci beaucoup, Monsieur Cosquer.
Hay un cangrejo fosilizado, sorprendido por alguna glaciación, que se aventuró por restos parajes repletos de dibujos maravillosos y de reflejos de manos, de marcas de manos en el techo de piedra porosa, en algunas faltan dedos, es como si indicaran un lenguaje silencioso de los cazadores cuando estaban rodeando, lanza en mano, al búfalo o al cérvido… ¡Magia del mundo y de las eras! ¡Magia de la lava, es decir de el fuego de Heráclito de Efeso!… El turista que soy y que esto explora en el Mucem de Marsella, se toca el trasero, el cóccix, y quiere saber en qué momento perdimos la cola, sin la menor duda al bajar del árbol y ponernos de pie, la cola sirve para nuestro desplazamiento entre las frondas y las ramas, y para el equilibrio cuando saltamos de un árbol a otro, nada más… ¡Explorando esto me siento como en las grutas de Lascaux y no es para menos!… En el museo de la parte superior están los animales, los más impresionantes son los ancestros del búfalo y del toro, para torear un toro de esos debíamos medir dos metros y medio por lo menos, y con dos pieles de esos búfalos mayores construímos las primeras embarcaciones, con su esqueleto de árbol… Me vuelvo a tocar el trasero y siento nostalgia por la cola perdida, vamos a un gran restaurante chino, El Mandarín, le digo a Boconcita, pero primero vamos a tomarnos una chela en el Vieux-Port, el viejo puerto, que hoy me parece un chiquillo de los tiempos.
(*) Escritor y poeta, radicado en Francia.