La violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes es un delito muy antiguo. María Luisa recuerda al chofer del bus escolar quien, aprovechando que pasaba por la playa de estacionamiento de la escuela, la llamó para darle un chocolate y le realizó tocamientos indebidos. Ella tenía siete años y esta experiencia la vivió hace seis de décadas atrás.
Ella huyó del lugar porque, a su corta edad, intuía que algo malo estaba ocurriendo. No se lo dijo a nadie y Alfredo, el chofer, tampoco volvió a repetir el hecho. Ella supone que, gracias a un mecanismo de sobrevivencia, archivó en lo más profundo de su inconsciente lo que vivió aquel día, pero eso la ha vuelto muy sensible con el tema y siempre está alerta ante algún posible acoso.
¿Por qué existe la violencia sexual en niños, niñas y adolescentes? ¿Impacta en su vida emocional? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias en su salud mental si no se atienden por un especialista? ¿Pueden quedar secuelas en la adultez?
Cifras reveladoras
Información sistematizada por Unicef en base a estadística del Ministerio de la Mujer (MIMP) revela que los Centros de Emergencia Mujer (CEM) del país registraron 54,546 casos de violencia sexual contra niñez y adolescencia en el periodo 2017 – 2021. Un promedio de 30 casos al día.
La gran mayoría no recibió tratamiento psicológico, psiquiátrico o médico cuando acudieron a los CEM. En el 2017 el 82.7% no contó con ningún tipo de ayuda, en el 2021 el porcentaje se elevó a 90.4%. Además, el 46% ya había vivido más de un episodio de violencia sexual antes de reportar por primera vez su caso.
Para Mariela Tavera Palomino, psicóloga del equipo de Salud de Unicef, esos datos son un gran llamado de atención porque muestran que aún existe la creencia de que el abuso sexual es un hecho fortuito de violencia genital y no se entiende que, si ocurre en esa etapa de la vida, es una experiencia disruptiva, de interrupción súbita del desarrollo de la víctima.
“Las consecuencias pueden ser muy graves en el corto, mediano y largo plazo porque en la niñez y adolescencia se consolidan las potencialidades de las personas. Todavía no hay conciencia de la importancia que tiene esa etapa en la vida”, comentó a la agencia Andina.
¿Qué pueden hacer los padres de familia y cuidadores para enfrentar esta situación? En primer lugar, sostuvo la especialista, es necesario que aprendan a validar los sentimientos de las niñas, niños y adolescentes a su cargo. Si manifiestan incomodidad ante una persona o no desean visitar a un familiar, es fundamental que les pregunten por las razones de su actitud y eviten juicios.
Las niñas, niños y adolescentes víctimas de abuso sexual necesitan soporte emocional para contar lo que les ocurre.
“Las niñas y niños van evaluando si pueden contar lo que les está pasando porque la situación es muy compleja para ellos. Si sienten el mínimo de cuestionamiento, de rechazo, juicio, o lo que es peor, no les creen, preferirán no contar nada”, señaló.
Señales de alerta
Tavera Palomino recalcó que a los adultos les corresponde contener las emociones de los menores y enseñarles a regularlas, sobre todo si notan que están irritables, nerviosos, se retraen o lloran mucho. Esas son señales de que podrían estar siendo víctimas de abuso.
Pero si presentan moretones, están en estado de alerta permanente o empiezan a tocar temas de sexualidad, con mayor razón la contención emocional es necesaria.
La especialista recordó que en el 99 % de los casos, los abusadores son hombres: el papá, padrastro, tío o un amigo cercano de la familia. Ellos manipulan a los menores o les ofrecen regalos para evitar ser rechazados. Esa situación les genera sentimientos de culpa a los menores, que no saben expresarlos.
Si no reciben ningún tipo de atención a tiempo, pueden aparecer enfermedades de salud mental crónicas como la depresión o ansiedad, la ideación suicida o se autolesionarán, aseguró la especialista.
“Mientras la violencia siga normalizada en los hogares y la sexualidad sea un tabú, la violación sexual a menores continuará. Los padres de familia y cuidadores tienen que aprender que el abuso también se da por medio de palabras, hostigamiento o exposición a la pornografía”.
Impacto en salud mental
La adjunta para la Niñez y Adolescencia de la Defensoría del Pueblo, Matilde Cobeña Vásquez, refirió que está en manos del Estado, a través del MIMP, liderar el proceso de protección de este grupo poblacional que, por sufrir abuso sexual, requiere una oportuna y sostenida atención en su salud mental.
En uno de sus reportes, la Defensoría dio a conocer que la oferta de servicios integrales de salud para niñas, niños y adolescentes era deficiente porque no contemplaba la atención en salud mental, sobre todo para estas víctimas y las que quedaban embarazadas a causa de la agresión.
Si se suma un dato del propio Ministerio de Salud, de que la cuarta razón por la que acuden adolescentes a un servicio de salud mental es por abuso sexual (después de la depresión, el trastorno de ansiedad y problemas psicológicos), es evidente la urgencia de contar con centros integrales.
“Existen avances en la atención a las víctimas de violencia sexual, pero el Estado aún tiene una gran deuda en la promoción, protección y cuidado de la salud mental de la niñez y adolescencia afectadas. El MIMP es el ente rector del sistema de protección de la infancia y el articulador de las políticas a favor de ella”, indicó.
Cobeña Vásquez también consideró que el Ministerio de Educación (Minedu) cumple un rol activo en el proceso porque las escuelas tienen que crear las condiciones para que el bienestar emocional y el buen trato a los escolares sea una prioridad educativa.
“Si los padres, madres y cuidadores siguen poniendo por encima de todos, sus propios derechos, y sus normas de crianza, violentas y autoritarias, el abuso sexual persistirá y las niñas seguirán siendo violentadas. Tenemos que cambiar hacia una cultura de respeto. Con una educación sexual integral impartida en las escuelas, los escolares aprenderán lo que es igualdad, no discriminación y tener una vida sin violencia”. (Andina)