Gobierno regional:
A raíz de las declaraciones brindadas por la vice gobernadora regional, doña Angeli Epifanía Chávez, en nuestro comentario de ayer nos planteamos una pregunta inevitable: ¿es el gobierno regional un facilitador o un obstáculo para el desarrollo de Ancash?. Como consecuencia de todo lo que ha hecho este organismo en los últimos veinte o veinticinco años, la respuesta también es inobjetable: un obstáculo.
Cualquier análisis por muy superficial o profundo que se haga acerca de la labor desarrollada por el gobierno regional de Ancash, concluye en que la gestión realizada hasta este momento no solamente es improductiva sino también dañina. Nada de lo que hace el gobierno regional, lo hace bien, y lo poco que hace, lo hace mal. Lo sucedido con los proyectos para la construcción del nuevo hospital La Caleta y el nuevo local del Colegio Politécnico Nacional del Santa, lo dice todo.
Tanto como doloroso, es triste, por decir lo menos, que el gobierno regional nunca haya sido capaz de proporcionarle al pueblo ancashino un solo motivo para sentirse feliz. Por el contrario, todo es frustración, todo es mentira y todo es desengaño. En lo único que ninguna otra región puede superar a Ancash, salvo Lima y Callao, es en el record nacional de denuncias por casos de corrupción. ¡Qué vergüenza!.
En calles y plazas, cuando la gente común y corriente se ocupa de este desagradable tema, lo hace con inocultable amargura. Y no es para menos. Desde hace veinte años, todos los ancashinos comparten el mismo sentimiento de culpa por no haber acertado jamás a la hora de elegir a sus autoridades regionales.
Por fatal coincidencia, quien marcó el inicio del desastre de Ancash fue precisamente el primer presidente regional elegido en las urnas, el aprista Freddy Ghilardi Álvarez. En el corto tiempo que gobernó la región no hizo absolutamente nada positivo ni trascendente. La única razón por la que hizo noticia fue el mal uso del presupuesto destinado para la defensa de una laguna del Callejón de Huaylas y su vacancia del cargo por faltas injustificadas antes de concluir su gestión.
Su sucesor, el inefable César Álvarez Aguilar no se quedó atrás. Superó a todos en todo. En dos periodos consecutivos, (2005-2014) no ejecutó ninguno de los proyectos de desarrollo que tuvo sus manos, como son Chinecas y el Terminal Portuario. Pero una de las hazañas por las que hizo noticia a nivel nacional, fue haber recibido una coima de 2 millones y medio de dólares que le entregó la empresa brasileña Odebrecht por haberle facilitado la adjudicación de la carretera Carhuaz-Chacas-San Luis. Otra de sus hazañas, por la que está purgando treintaicinco años de cárcel, es haber sido sindicado como autor intelectual del asesinato del ex consejero regional Ezequiel Nolasco.
Otro de los gobernadores de Ancash que han seguido esta ingrata tradición es Juan Carlos Morillo Ulloa, quien es acusado de haberse beneficiado personalmente con el millonario presupuesto destinado para la lucha contra la pandemia del covid-19. Antes de terminar su primer año de gestión, terminó en la cárcel.
En dos meses y medio que ya lleva en el cargo el actual gobernador Koki Noriega Brito, es innegable que las cosas continúan igual. Nada ha cambiado. Más allá de nuevos ofrecimientos y poses para la foto, no hay ningún otro cambio a la vista. Es innegable que esta gestión del actual gobernador ha llegado al poder sin ideas, sin proyectos concretos y, para colmo, sin un buen equipo de trabajo. En tales condiciones ¿cómo abrigar esperanzas de algo realmente positivo?
Por muy vergonzosa que sea la historia del gobierno regional de Ancash, no deja de ser necesario repetirla. Pensamos que quizás sea la única manera de evitar que se repita. Ya bastante daño le ha hecho al pueblo ancashino la administración regional como para permitir que las cosas continúen como están. Ancash ya no está para seguir soportando una gestión dañina e improductiva.