Opinión

LA EPOPEYA DE ANACONDA

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

Hace más o menos un siglo, Horacio Quiroga escribió dos cuentos en los que resplandece la épica y el simbolismo. “Anaconda”, el primero, narra la historia de un grupo de víboras que buscan expulsar a unos exploradores que se han instalado en el territorio donde viven, pues, a decir de ellas: «Hombre y Devastación son sinónimos desde tiempo inmemorial en el Pueblo entero de los Animales». De ese modo, las víboras, secundadas por la sin par Anaconda, atacan a los invasores hombres, sin embargo, al final, resultaron derrotadas por estos.

Anaconda, por suerte, sobrevivió y, transcurridos unos años, reanudó la empresa de acabar con los hombres o, al menos, con su presencia en la selva. Se trata de “El regreso de Anaconda”. En esta ocasión, a ella se le ocurrió un ambicioso plan: bloquear el río con camalotes (plantas acuáticas), de manera que los hombres no puedan remontarlo y jamás puedan entrar a los parajes de los animales. Estos estuvieron de acuerdo con el proyecto de Anaconda y se pusieron manos a la obra una vez el río trajo, por la llegada de las lluvias, la mayor cantidad de camalotes posibles. Sin embargo, volvieron a fracasar.

El segundo cuento es más memorable, por su lenguaje más rico y el involucramiento de variados personajes que hacen de la selva un ente realmente vivo durante la narración. Además, porque estamos ante la última batalla y, por ende, hay un dramatismo y un clímax edificante que casi nos hace tomar partido.

Mas uno de los mejores logros de ambos relatos es su mensaje central, a saber: la búsqueda de una solución definitiva al mayor de los problemas de la Tierra: el hombre. Este debe desaparecer, parece decirnos Quiroga, y converge con lo que décadas después diría el filósofo Jesús Mosterín: el hombre se ha convertido en el cáncer de la biósfera. No hay nada más calamitoso y dañino que aquel ser que deambula por este mundo regando el cemento o multiplicando el plástico. Los animales de Quiroga lo detestan y le declaran la guerra sin cuartel, aunque terminan por perecer en el intento.

El mensaje de Anaconda contra el humano vale más que cualquier discurso ecologista. En verdad, todo discurso ecologista viene derrotado de antemano, mientras el sistema –nuestro sistema– se sostenga en la clásica división de la modernidad: sujeto frente a objeto. Es decir, el hombre frente a (y sobre) todo lo demás. Por eso, el ecologismo está mejor ubicado en las películas llenas de patetismo o en los spots. Por otra parte, este rasgo antropocentrista no es propio de la modernidad, sino también de la antigüedad, pues se ha expresado y se expresa en las religiones monoteístas (el cristianismo, el judaísmo y el islam), para las que el hombre es el centro del universo.

Es posible afirmar algo más atrevido: creo que la epopeya de Anaconda es una visión del futuro. Nadie puede asegurar que el hombre se destruirá a sí mismo, mediante guerras fratricidas y con armamentos superpoderosos. La guerra futura será de la naturaleza contra el hombre. En el segundo cuento de Quiroga, Anaconda muere por unos disparos. No creo que eso baste a los hombres de la posteridad. Y no bastará nada, porque, en el futuro, disparar contra un árbol será dispararse a uno mismo.

(*) Magister en Filosofía por la UNMSM