Mal congénito de Chinecas (2)
Otro de los males congénitos que corroen por dentro y por fuera la estructura orgánica del Proyecto Chinecas, son las invasiones. Igual que la incapacidad de gestión, las flaquezas del factor humano y la falta de voluntad política, es la invasión incontenible y sistemática de sus tierras lo que mantiene a Chinecas a la zaga de todos los demás proyectos de irrigación que existen en el país. En eso, nadie le gana.
Haciendo un poco de memoria, recordamos que este mal comienza con la antojadiza y mala interpretación de un reclamo planteado por los licenciados de las fuerzas armadas. Según estos personajes, cada uno de ellos tiene derecho a poseer 5 hectáreas en cualquier proyecto de irrigación nacional.
Eso no es así. La ley del Servicio Militar otorga este beneficio solo cuando se trata de tierras eriazas, particularmente en la Amazonía; más no en proyectos de irrigación donde las tierras están bajo otro régimen y la única forma de acceder a ellas es a través de subasta pública. No se entiende por eso cómo es que los funcionarios de Chinecas, no hayan leído bien la ley y se hayan allanado apresuradamente a esta ilícita y antojadiza petición. Pues con la sola excepción de Chinecas, en ningún otro proyecto de irrigación nacional, se ha aceptado semejante reclamo.
Alentados por la esta insólita benevolencia, ahí nomás apareció un sinnúmero de asociaciones de campesinos sin tierra, que también exigieron el mismo derecho, según ellos, amparados en el principio de jurisprudencia. Lo que le das a Pedro, también tienes que darle a Juan. Las tierras del proyecto Chinecas, destinadas para la agroexportación a gran escala, empezaron a atomizarse en forma imparable.
Luego irrumpió en el escenario otro elenco de invasores, los de cuello y corbata. Estos señores compraban la posesión de licenciados y campesinos sin tierra y de esa manera se hacían de un fundo de veinte, treinta y hasta cincuenta hectáreas. Se sabe que varios de estos invasores alquilan sus fundos a terceras personas o empresas particulares, recibiendo a cambio cuantiosas ganancias sin pagar un sol por la tierra que usufructúan, ni por el agua que consumen. ¿Cómo se le puede llamar a esta fechoría?
En forma paralela, aparecieron los invasores que traían en la mano un documento de compra-venta otorgado por la Comunidad de Indígenas de Chimbote y Coishco, una institución que ha sido liquidado por el estado pero que, aún así, afirma ser la propietaria de prácticamente toda la provincia del Santa. Realmente no se concibe cómo es que la SUNARP puede haber legitimado estos documentos y, peor aún, cómo es que Chinecas haya dado por aceptada esta ilegal operación de compra-venta.
El caso protagonizado por la empresa agroindustrial San Jacinto, es algo no se diferencia en nada con los casos anteriores y que, por tanto, se inscribe en el terreno de lo inaceptable. Por más de veinte años permanece en posesión de 406 hectáreas invadidas a través de un testaferro, las mismas que en todo este tiempo debe haberle reportado millonarias ganancias, sin haber pagado por ellas un solo sol al estado.
Hemos dejado para el final de este comentario, el caso ampliamente conocido, protagonizado por el ex presidente regional César Álvarez Aguilar, algo que ha quedado registrado como el ultraje más ominoso de la historia regional. En el 2010, en plena campaña para conseguir su reelección, autorizó la invasión de más de 800 hectáreas de propiedad del proyecto Chinecas; 308 en Nuevo Chimbote y 500 en Casma.
Pero a pesar de todas estas barbaridades, en los últimos días se ha podido captar que, desde el propio gobierno regional de Ancash, existe un inocultable afán por sacar la cara a favor de esta inmensa legión de invasores. Aprovechando, no se sabe si el desconocimiento o el desinterés por el tema de Chinecas, lo cierto es que existen funcionarios y asesores que soplan al oído del gobernador toda suerte de consejos tendenciosos. Desde cambiar al gerente del proyecto por denunciar y desalojar a los invasores, hasta hacerle creer que es mejor que las cosas continúen como están. Que nadie pare la orgía de las invasiones.