Editorial

Es hora de poner fin a yunzas y jalapollos

Lamentablemente esto es muy cierto. Por razones de ascendencia costumbrista, para un numeroso sector de nuestra población la fiesta del carnaval todavía es motivo de una celebración desenfrenada. Nos referimos a una explosión de jolgorio  supuestamente tradicional donde, por encima de las buenas costumbres, aún prevalece la falta de respeto a la ciudadanía, la agresividad colectiva y hasta la crueldad con los animales.

Si bien es cierto que de un tiempo a esta parte ha disminuido en forma considerable la  mala costumbre de arrojar agua y pintura a transeúntes y vehículos de transporte público, también es  cierto que en nombre del carnaval todavía subsisten otras manifestaciones “tradicionales” como son las yunzas y los jalapollos.

Con permiso o sin permiso de la autoridad, ahora vemos que estos eventos  se realizan en medio de la calle, en horario indistintamente diurno o nocturno y con música a todo volumen, sin importar para nada las molestias que el escándalo pueda ocasionar al vecindario. Si a ello sumamos el consumo  descontrolado de bebidas alcohólicas que caracteriza a estos eventos, es fácil adivinar la agresividad de las grescas  que nunca faltan como final de fiesta.   

El  último fin de semana, ante el  pedido desesperado de los propios vecinos, personal de la Policía Nacional y del Serenazgo  ha tenido de redoblar esfuerzos para intervenir y poner término a varios de estos eventos que se realizaron en diversos lugares de Chimbote y Nuevo Chimbote.

Pero como podemos ver, tales intervenciones  no bastan  para poner fin a esta costumbre y  para devolverle la tranquilidad a la ciudadanía. Desde ayer lunes, han empezado a circular por las redes sociales invitaciones para yunzas y jalapollos que se realizarán el próximo fin de semana, como siempre en diversos lugares de Chimbote y Nuevo Chimbote.

Eso quiere decir que estamos frente a una especie de  confusión social, cuya superación exige tener que ir al fondo del asunto. Y esto último  solo se puede ser posible con la ayuda de  una campaña de sensibilización a cargo de las municipalidades, Policía Nacional, colegios profesionales y otras  instituciones voluntarias. Las buenas costumbres no pueden ser avasalladas por las malas costumbres, por muy antiguas y arraigadas que éstas pudieran ser.

Se ha concluido por ejemplo que la práctica de la yunza o cortamonte es en el fondo un culto que incentiva la deforestación; errada forma de esparcimiento que urge cambiar en la mentalidad y en el comportamiento de la gente, particularmente en la niñez. Lo ideal sería más bien incentivar en las nuevas generaciones el respeto y el amor a la naturaleza ya que los árboles  transmiten vida y son la base fundamental para preservar el ecosistema mundial.

El jalapollo por su parte es una costumbre que incita a disfrutar ante la crueldad de ver  morir  lentamente a un animal indefenso y presa de pánico, ante el jolgorio y la algarabía de los asistentes. Esta extrema crueldad es la misma que dio lugar para que se prohíban las corridas de toros, las peleas de gallo y las peleas de perros; una crueldad colectiva, propia del antiguo coliseo romano.

Existen otras maneras de celebrar el carnaval sin necesidad de causar daño y molestias al vecindario. En eso hay que insistir, empezando por olvidarnos de yunzas y jalapollos.