Por: Oscar Wong (*)
El primer gobierno del fallecido expresidente Alan García, de 1985 al 2000, representó hiperinflación, pobreza, escasez, crisis económica, recrudecimiento del terrorismo y diversos actos de corrupción del régimen. Las enormes colas para comprar leche, aceite, pan y demás productos básicos de la canasta familiar; así como, las voladuras de torres de energía eléctrica, los coches bomba, etc., repercutieron en el descontento social de la época. Bajo este escenario, en marzo de 1989, su aprobación fue tan solo un 6%, el más bajo de todo su gobierno.
El contexto anterior no tiene parangón actual; sin embargo, la última encuesta de Datum, este mes, corona la presidencia de Dina Boluarte con la aprobación más baja del Perú desde 1980, con un triste 5%; realidad que revela la situación crítica en la que se encuentra la mandataria y junto con ella, lamentablemente, todo el país. Su falta de liderazgo y capacidad para gobernar resulta más que evidente, tanto así que, en 24 sesiones de Consejo de Ministros, no se le registra ninguna participación, ningún uso de la palabra, ni tema propuesto, ni consulta; en pocas palabras, ha sido una convidada de piedra. Con esta actuación, se decae la investidura presidencial que impone constitucionalmente a un Jefe de Estado que personifica a la Nación, para dirigir la política general de gobierno.
Esto nos lleva a preguntarnos, ¿la señora presidenta estará trabajando para y por el Perú?, ¿por qué no tiene o muestra interés por resolver las necesidades inmediatas que demanda nuestro país? Ya ha transcurrido un año y medio de mandato y el único cambio en la política peruana, parece ser el cambio estético que se ha realizado la señora presidenta; una vanidad imprudente dada la difícil coyuntura que acontece en el país y que acrecienta el notorio descontento social. La población peruana tiene expectativas de que la situación mejore y espera resultados en el corto plazo, nuestra presidenta debería estar más concentrada y enfocada en solucionar los crudos problemas que mantienen en vilo a nuestra nación.
La carencia de liderazgo evidencia también el errático manejo de crisis existente en el ejecutivo, tal y como acaba de ocurrir recientemente con el supuesto “cortocircuito” en las luces de la pista de aterrizaje del Jorge Chávez, que nos ha dejado mal parados a nivel internacional. Nuestra pretensión por demostrar que podíamos ser un hub comercial turístico con “la primera ciudad aeropuerto de Sudamérica” ha sido un fiasco. Así, en lugar de poner paños fríos con una mejor gestión, ahuyentan la inversión privada y acrecientan el malestar e incomodidad en general.
Podrán salir y decir que está mejorando el crecimiento económico, que las cifras macroeconómicas mantienen estable al país, y es que al Perú le puede estar yendo bien pero no así a su población; el desarrollo se evidencia con el bienestar, que significa mejorar y aumentar la calidad de vida de las personas. Mientras que el crecimiento económico es generado por toda la fuerza productiva del país, el desarrollo lo es por el Estado a través de buena calidad en educación, salud, viviendas, infraestructura, etc. El bienestar no puede ser medido solo en unos cuantos, debe medirse y debe ser, en y para todos. Empecemos por lo elemental, superar el índice de desigualdad, pero no solo de ingresos, sino y principalmente, de acceso a servicios básicos de calidad.
Lo primero que necesitamos para ello, es lograr tener una estabilidad política, seis presidentes en siete años, evidencia la fragilidad e inestabilidad en la que nos encontramos, ni los nacionales quieren invertir en el Perú y eso siempre será menor oportunidad laboral. Con una presidenta que está, según parece, pensando más en los retoquitos que en reunirse con sus ministros para liderar el país, podemos esperar muy poco; sin embargo, sacar a Dina Boluarte, como desean muchos, solo generaría mayor caos y de eso ya tenemos suficiente. ¡Qué tal dilema en el que nos encontramos!
(*) Abogado, MBA, Mtr.Int. Liderazgo.
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