Opinión

El debate sobre el licenciamiento de las universidades

Por: Víctor Andrés Ponce (*)

El Congreso acaba de aprobar una ley mediante la cual se establece que el licenciamiento de las universidades será por una sola vez y que las universidades y facultades de educación superior pueden ofrecer carreras 100% en virtualidad. La decisión del Legislativo ha levantado una polvareda en diversos sectores de la comunidad educativa –sobre todo en los llamados sectores progresistas– que señalan que “el relajamiento del licenciamiento” es el fin de la reforma universitaria.

Vale anotar que, desde el 2014, la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (Sunedu) ha desarrollado un asombroso proceso de licenciamiento de las universidades, asegurando criterios básicos de calidad en los claustros. Antes del proceso de licenciamiento existían 144 universidades. Luego de culminado el proceso quedaron 96. Es decir, se eliminó un tercio de los centros de educación.

Luego del proceso de licenciamiento la pregunta, entonces, es si el licenciamiento de la Sunedu debe ser permanente. Creemos que no. En el sistema universitario de los Estados Unidos –que todavía tiene las mejores del planeta– el licenciamiento es por una sola vez, pero la acreditación es un proceso permanente, vivo, cambiante. Algo parecido sucede con las principales universidades de Occidente. ¿Por qué el licenciamiento es por una sola vez y la acreditación es permanente?

El Estado no puede ser el guardián de la ciencia, la tecnología, las humanidades y la academia, a menos que se trate del régimen soviético o tal como sucedió durante la reforma educativa del velasquismo. El Estado debe supervisar que se organicen las condiciones básicas de calidad de los claustros, pero la acreditación debe estar a cargo de la sociedad a través de acreditadoras nacionales e internacionales.

En un proceso de acreditación, por ejemplo, una facultad consigue un porcentaje de puntaje en número de profesores principales, asociados y auxiliares; igualmente un porcentaje determinado en número de investigaciones publicadas en revistas indexadas; asimismo otro tanto en el desarrollo de una revista indexada o a punto de indexarse. Con esos resultados la acreditadora internacional o nacional acredita a la facultad, pero con la condición de que un tiempo logre otro porcentaje determinado para avanzar a condiciones ideales de calidad. De esta manera la acreditación se convierte en un proceso vivo, de permanente superación académica.

De una u otra manera ese es el proceso que han seguido las mejores universidades del planeta en las sociedades occidentales. Semejante florecimiento académico y científico es muy difícil que prospere en sociedades totalitarias, en donde el Estado es el dios mortal que lo decide todo.

Por estas razones no es extraño que el actual Consejo Nacional de Educación proponga un licenciamiento único, que verifique las condiciones esenciales para autorizar el funcionamiento y luego transitar a procesos de acreditación institucional que instalen en nuestras universidades la cultura de la mejora continua de la calidad educativa, que no se consigue solo con el licenciamiento. En ese sentido, la decisión que acaba de tomar el Congreso acerca de que el licenciamiento sea por una sola vez es absolutamente pertinente.

Hoy el esfuerzo de las universidades licenciadas debería orientarse a acreditar sus carreras en el Sistema Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa (Sineace) y el Estado debería promover un portal de información en donde se registren las carreras acreditadas, los niveles alcanzados e, incluso, el nivel de empleabilidad de los egresados. De esta manera la acreditación proveería información a los padres de familia y estudiantes para elegir correctamente la universidad y la respectiva carrera.

Cualquiera sea el ángulo de análisis, el proceso de acreditación permanente de las universidades desata una serie de movimientos constructivos y círculos virtuosos entre los actores de la educación superior y la sociedad en general. Y, sobre todo, es la única manera de reformar la universidad y construir el capital social que requiere nuestro avance hacia el desarrollo.

(*) Director de El Montonero (www.elmontonero.pe)