Opinión

Desde la colina

Elecciones 2026:

Fernando Zambrano Ortiz – Analista Político

Las elecciones presidenciales del Perú en 2026 se perfilan como un escenario de fragmentación política sin precedentes, con nada menos que 38 partidos en carrera hasta el momento. Esta situación plantea serias interrogantes sobre la salud de nuestra democracia y la capacidad de nuestro sistema político para generar gobiernos estables y eficaces.

La existencia de 38 partidos políticos en una contienda electoral sugiere una diversidad de opciones, pero también plantea la pregunta: ¿es realmente posible que haya 38 variables ideológicas distintas en un país como el Perú? ¿Qué nación del mundo, con excepción tal vez de la India, presenta un panorama político tan fragmentado? Y, lo más importante, ¿en qué se distinguen realmente estos partidos? ¿Cuáles son sus propuestas concretas y sus diferencias programáticas?

Lamentablemente, la ciudadanía tiende a optar por votar por símbolos conocidos y caras familiares, más que por propuestas de fondo. En un contexto de tanta dispersión, es probable que solo unos 10 partidos logren superar el umbral electoral y obtener representación parlamentaria. Esto no solo limita las opciones para los votantes, sino que también puede llevar a una falta de representación genuina en el Congreso.

El problema se extiende más allá de la elección presidencial. El Senado, con sus 60 escaños, ya está prácticamente cubierto por los candidatos que conforman las planchas presidenciales. Gracias a su mayor exposición mediática, estos aspirantes a la presidencia tienen una ventaja considerable sobre el resto de los candidatos al Congreso, lo que significa que es muy probable que logren copar la mayoría de las curules del Senado.

En este contexto, el fujimorismo y el aprismo se destacan como los únicos partidos con un arraigo histórico significativo en el Perú. En cualquier rincón del país, es común encontrar fujimoristas y apristas que mantienen un voto sólido y leal, evidenciando la conexión emocional que estos partidos han cultivado con sus bases a lo largo de los años. En contraste, Acción Popular, aunque ha visto disminuir su relevancia, aún posee un reconocimiento considerable gracias a su emblemática marca. La gente asocia la Lampa no necesariamente con Darwin Espinoza, sino con la figura de Fernando Belaunde, lo que demuestra la persistencia del legado de sus fundadores en la memoria colectiva.

Por otro lado, el Partido Popular Cristiano se presenta como un partido de carácter muy capitalino, con orígenes en la política municipal y una presencia limitada en el interior del país. Su influencia se concentra en Lima, lo que restringe su capacidad para resonar con los votantes de otras regiones.

En cuanto a la estrategia de Somos Perú, es similar a la de Alianza para el Progreso. Ambos partidos buscan posicionarse en los gobiernos locales y regionales, utilizando estas instancias subnacionales como trampolín para fortalecer sus campañas a nivel nacional. Esta estrategia les permite construir una base sólida y visibilidad en el ámbito político, lo que puede ser crucial en las elecciones generales.

Sin embargo, la mayoría de los otros partidos parecen centrarse exclusivamente en la contienda presidencial, descuidando las instancias subnacionales que son igualmente importantes. Al apostar únicamente por las elecciones presidenciales, estos partidos corren el riesgo de perder conexión con las realidades locales y las necesidades de los ciudadanos en sus respectivas regiones.

En este contexto, Dina Boluarte enfrenta un desafío crucial en su camino político: la necesidad de contar con el apoyo de una bancada sólida después de las elecciones de 2026. Sin el respaldo de un grupo parlamentario al finalizar su mandato, se activarán todos los procesos legales que tiene pendientes. Ella es consciente de esta realidad y, por ello, ha estado organizando un partido propio que le permita consolidar su influencia y asegurar la lealtad de sus aliados.

La creación de un partido propio no solo es una estrategia para obtener respaldo legislativo, sino también una maniobra para fortalecer su posición ante un panorama político incierto. En un contexto donde las alianzas son efímeras y los apoyos pueden desvanecerse rápidamente, contar con una bancada que responda a sus intereses es vital para ella. La organización de un partido propio podría ser su mejor apuesta para navegar las aguas turbulentas de la política peruana.

En conclusión, el panorama político peruano está marcado por la fragmentación y la fortaleza histórica del fujimorismo y el aprismo. Otros partidos deben replantear sus estrategias para competir efectivamente en un contexto donde la conexión con las bases locales es fundamental para el éxito electoral. La política en el Perú no solo se juega en las elecciones presidenciales; también es crucial atender las dinámicas y necesidades de los gobiernos locales y regionales. El futuro político de Dina Boluarte y la estabilidad del país dependerán de la capacidad de todos los actores políticos para adaptarse a esta nueva realidad y trabajar en pro de una democracia más sólida y representativa.