Opinión

Un liberal

Por: Eiffel Ramírez Avilés (*)

Cuenta la leyenda que el más famoso juez de los Estados Unidos, Oliver Wendell Holmes, mientras se dirigía a su trabajo, lo despidieron así: «Vaya, señor juez, a impartir justicia». A lo que el juez hizo retroceder su carruaje y, volviéndose a quien le había dirigido la palabra, le espetó: «¡Ese no es mi trabajo!». ¿Cuál era el verdadero trabajo de Holmes? ¿Qué tenía que ver la justicia con la labor de los jueces? En fin, ¿debía estar vinculado el derecho a ese supremo valor? Muchos años después, estas preguntas asaltaron la mente de un joven abogado de Harvard: Ronald Dworkin.

La biografía intelectual de Ronald Dworkin comienza con la duda capital que le dejó esa historia. Rápidamente, abandona los bufetes y se dedica a la investigación. Hacia 1977, publica su primer libro significativo: Los derechos en serio, en donde polemiza con los abogados de su tiempo, atreviéndose a afirmar que el derecho no es solo ley, sino un conjunto de principios ético-políticos. Para entonces, Dworkin deja ya el mero razonamiento legal y se define ahora como un teórico político, como un liberal.

En 1971, el más importante filósofo político del siglo XX, John Rawls, había publicado su libro ecuménico: Una teoría de la justicia. Buscaba reasentar la justicia en nuestras sociedades complejas, basada en una nueva visión del contrato social. Desde entonces, los filósofos discutieron las tesis de Rawls. Por supuesto, Dworkin no se quedó a la zaga y propuso, en diversos artículos y en su libro Virtud soberana (2000), su propia teoría de la justicia. Como se ve, el fantasma de Holmes seguía presente con esta última palabra.

El liberalismo de Dworkin se puede calificar de igualitarismo. Como liberal, este pensador defiende, a capa y espada, las libertades de los individuos, valores indiscutibles desde la Revolución francesa y las tesis de John Locke. Sin embargo, y esta es la diferencia entre los liberales antiguos y los del siglo XX, Dworkin postula que es imposible concebir el concepto de libertad separado del valor de la igualdad. Y con igualdad se refiere, principalmente, a la igualdad económica. Como sociedad, pues, estamos comprometidos a perseguir la justicia y eso se traduce en la instauración de la igualdad de recursos de los ciudadanos.

En un arrollador análisis hecho en Virtud soberana, Dworkin sostiene que es posible alcanzar esa igualdad mediante una nueva concepción de la responsabilidad individual, un gran programa de seguros y, sobre todo, la transferencia de recursos a través de los impuestos. Así, el liberalismo de Dworkin es, en el fondo, un compromiso no con el individuo, sino con la igualdad. Y este mensaje, como él lo supo bien, debe repercutir principalmente en la sociedad estadunidense, donde las principales riquezas están acumuladas en pocas manos.

¿Eso es todo de este liberal? Ni mucho menos. Dworkin es una gran lección de amor al saber. A Virtud soberana, le seguiría Justicia para erizos (2011). En esta ocasión, se lanzó a una enorme batalla contra los escépticos y relativistas morales. Para él, es posible defender una sola verdad en los distintos dilemas morales: el aborto, la eutanasia, el libre albedrío. Con Justicia para erizos –algo que resulta curioso en un liberal– ejecuta toda una metafísica.

Soy uno de los poquísimos que ha introducido, concienzudamente, la filosofía de Ronald Dworkin en el Perú. Si los abogados lo leyeran, dejarían atrás los vetustos legalismos; si nuestros liberales lo leyeran, dejarían de colocar a la libertad en un pedestal; si los creyentes lo leyeran… Pero ¿qué dijo acerca de Dios este gigante del liberalismo? Pues ahora recuerdo: también generó una polémica. Ese asunto lo reservaré, desde luego, para un enésimo artículo.

(*) Mg. en Filosofía

por la UNMSM