Inaceptable:
Cierto, para muestra basta un botón. El derrame de sanguaza ocasionado por el conductor de un camión frigorífico que recorrió todas la avenida Perú y parte de la Panamericana Norte, en el pueblo joven Villa María, no fue un hecho accidental ni tampoco involuntario. Como se ha podido observar en el video proporcionado por un vecino del lugar, el derrame fue a todas luces un hecho intencional y deliberado que -según se ha denunciado- es frecuente en ese y en otros lugares de la zona de Chimbote.
Y no es que pretendamos valernos de esta circunstancia, aparentemente ocasional, para armar una tormenta en un vaso de agua. No, señores. Estamos ante un atentado contra el medio ambiente que viene de mucho tiempo atrás y que, por ningún motivo, puede pasar por desapercibido. Esta agresión ambiental, que repercute en la salud de la población y en la imagen de la ciudad, es tan antigua que creíamos que ya era cosa del pasado; pero, por desgracia, no es así.
Desde sus inicios en la década de 1950, la industria pesquera, al menos aquí en Chimbote, se ha caracterizado por su tendencia a evadir toda norma relacionada con tópicos elementales de higiene, salubridad y medio ambiente. Para los empresarios pesqueros de aquella época, bastaba con obtener un registro industrial otorgado en Lima por el gobierno central, para instalar su fábrica de conserva o harina de pescado en el cualquier lugar de Chimbote. Lamentablemente, la ausencia en aquellos años de un plano de zonificación que estableciera los límites de las áreas urbana, comercial e industrial, abonó el terreno para que más de cuarenta plantas procesadoras se instalen en el lugar que mejor les pareciera donde poder operar ininterrumpidamente las 24 horas del día.
Como todo Chimbote recuerda, la densa carga de hollín y malos olores del humo que despedían las chimeneas y que se impregnaba en las vías respiratorias, fue un verdadero suplicio para toda la población. Por su parte, los desagües industriales, con toda su carga de residuos sólidos y contenido químico, recorrían libremente y a tajo abierto por las calles antes de desembocar directamente a la bahía. Cualquier voz de protesta de parte de los vecinos afectados, era acallada con el subterfugio evasivo de ser Chimbote el primer puerto pesquero del mundo.
Ha sido al cabo de dos décadas, con la creación del ministerio de Pesquería, hoy incorporado a PRODUCE, que recién el gobierno central se acordó de dictar normas y dispositivos para fiscalizar y ordenar los parámetros de esta actividad. Ha sido también a partir de ahí que se han creado organismos encargados de dar cumplimiento a estas disposiciones, entre ellos OEFA, SANIPES y la Fiscalía del Ambiente. Ello, independientemente al rol que le compete realizar al ministerio de Salud y, en este caso, a la municipalidad provincial del Santa.
Pero por todo lo que estamos viendo, y no obstante haber transcurrido setenta largos años, pareciera que muchas de estas disposiciones son letra muerta. Además del derrame de sanguaza, que dice mucho de la falta de cultura empresarial, existe el problema que causan algunas fábricas de harina y conserva de pescado que operan en la zona industrial de Villa María, 27 de Octubre y El Trapecio. Resulta que el desagüe de estas plantas no está conectado al sistema de evacuación que se ha implementado para tal efecto, sino más bien, valiéndose de conexiones clandestinas, toda esta descarga de químicos y deshechos va a parar a la red desagüe domiciliario, provocando su colapso y la inundación de viviendas. ¿Es eso poca cosa?.
Si después de setenta años de seguir siendo el primer puerto pesquero suceden cosas como éstas, quiere decir que la industria pesquera se mantiene intocable, sin que nadie se atreva a fiscalizarla.