Opinión

Hay golpes en la vida, yo no sé

Por: Fernando Zambrano Ortiz

Analista Político

La reciente declaración de ley marcial por parte del presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, ha desatado una ola de críticas y especulaciones sobre las verdaderas motivaciones detrás de este intento de consolidar el poder en un contexto de creciente oposición. En un momento en que Corea del Sur ha establecido acuerdos estratégicos de cooperación militar con países latinoamericanos como Perú, la situación política interna se torna cada vez más inquietante. Este contexto sugiere que, tras las apariencias, pueden existir intereses más oscuros y manipulaciones externas.

A lo largo de la historia, numerosos golpes de Estado han estado marcados por la intervención de potencias extranjeras que buscan influir en el rumbo político de otras naciones. Un caso emblemático es el derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende en 1973, un evento presuntamente orquestado por la CIA, que habría apoyado a sectores militares para desestabilizar su gobierno socialista. Este tipo de injerencia no es un fenómeno aislado; otros ejemplos incluyen el golpe en Guatemala en 1954, donde la injerencia externa habría facilitado la caída del presidente Jacobo Árbenz, al igual que el derrocamiento del presidente iraní Mohammad Mosaddeq en 1953.

En Perú, el golpe de Estado de Martín Vizcarra al disolver el Congreso de la República con una interpretación inconstitucional de la “denegación fáctica”, así como el golpe contra Manuel Merino, ambos apoyados por los jefes de las Fuerzas Armadas, son hechos políticos que no pueden ser ignorados como producto de posibles influencias de actores externos globalistas. Estos eventos nos enseñan que los golpes de Estado a menudo no son solo manifestaciones de crisis internas, sino que pueden ser impulsados por agendas externas que buscan aprovecharse de la inestabilidad política.

La situación actual en Corea del Sur parece seguir un patrón similar: el uso de una supuesta amenaza interna para justificar medidas drásticas puede ser una táctica para desviar la atención de problemas políticos internos y consolidar el poder. La retórica utilizada por Yoon al declarar la ley marcial revela una clara estrategia para demonizar a sus opositores. Al acusar a la oposición de ser “fuerzas antiestatales” y simpatizantes del régimen norcoreano, Yoon busca legitimar su medida como una defensa necesaria de la democracia surcoreana. Sin embargo, este tipo de discurso es común en contextos donde los líderes se sienten amenazados por su propia inestabilidad política.

La rápida revocación de la ley marcial tras la resistencia del Parlamento y las protestas masivas sugiere que Yoon no contaba con el apoyo necesario para llevar a cabo su plan. Esto plantea interrogantes sobre si su declaración fue un intento desesperado por aferrarse al poder o si había algo más detrás, como una posible influencia externa que lo empujó a actuar.

La situación en Corea del Sur es un recordatorio de cómo los golpes de Estado y las crisis políticas pueden ser manipulados por actores externos en busca de sus propios intereses geopolíticos. La historia está llena de ejemplos donde las potencias mundiales han jugado un papel crucial en el derrocamiento de gobiernos legítimos. En este contexto, es vital mantener una mirada crítica hacia los discursos políticos y las decisiones gubernamentales.

No siempre lo que parece ser es la realidad; a menudo, las apariencias pueden ser engañosas. La historia nos enseña que detrás de cada crisis política puede haber fuerzas ocultas operando desde las sombras. En este sentido, el caso de Corea del Sur no solo es un asunto interno, sino que podría tener repercusiones más amplias en el equilibrio geopolítico regional y global.