Por:Mag. Miguel Koo Vargas (*)
La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) parece haber decidido que lo “Pontificia” y “Católica” en su nombre son solo adornos históricos, vestigios de un pasado que le otorgan prestigio, pero que hace tiempo dejó de honrar. Con su reciente espectáculo blasfemo disfrazado de arte, la universidad ha dejado en claro su verdadera vocación: un progresismo superficial que no tiene reparos en pisotear los valores que alguna vez la definieron. Ya no se trata de un espacio donde convivan la fe y la razón, sino de un escenario donde la provocación barata y la corrección política ocupan el lugar del pensamiento crítico y los principios fundacionales.
Con su obra teatral “María Maricón”, presentada en el festival “Saliendo de la Caja”, la universidad que dice llamarse católica ofende a la fe que le da sustento y traiciona los principios que justifican su existencia. ¿Arte deconstructivo? No. Esto es una burda provocación, disfrazada de libertad creativa, que debería llevarnos a preguntarnos si esta institución merece seguir llamándose “Pontificia” y “Católica”.
El Arzobispo de Lima, como canciller de la PUCP, es un actor clave para sancionar esta blasfemia. Si el Arzobispado fuese coherente, ya habría tomado medidas contundentes: Un comunicado público, sanciones ejemplares y, en el mejor de los casos, una petición formal al Vaticano para que la PUCP pierda los títulos de “Pontificia” y “Católica”.
La PUCP lleva años luchando con su propia identidad, intentando ser moderna, transgresora y progresista a toda costa. Pero, como dice el evangelio, “no se puede servir a dos señores”. Pretender ser “Pontificia” y “Católica” mientras se promueve contenido progre que denigra símbolos religiosos no es una muestra de pluralismo; es hipocresía pura y dura.
La obra en cuestión no solo es una falta de respeto a la Virgen María, sino también un ejemplo del vacío intelectual que algunos disfrazan de “deconstrucción”. ¿Cuál es el gran aporte artístico aquí? ¿Chocar por chocar? Si la PUCP quiere ser una universidad secular, que lo diga abiertamente. Que renuncie a los títulos que ostenta y deje de utilizar la religión como un escudo de legitimidad para luego apuñalarla por la espalda.
El comunicado de la PUCP es un ejercicio magistral de tibieza. Cancelar el festival es, sin duda, una medida necesaria, pero ¿qué pasa con las consecuencias reales? ¿Qué pasa con la responsabilidad de los organizadores? ¿Qué pasa con los directivos que permitieron este atropello? Ah, claro, es más fácil esconderse detrás de las palabras bonitas y prometer “procesos necesarios”. ¡Qué valientes!
La PUCP tenía en sus manos la posibilidad de ser, como la frase puesta en sus orígenes: “Lux in tenebris lucet”, es decir, un faro de luz en un mundo en tinieblas, cada vez más polarizado, un espacio donde la fe y la razón se encontrarán para construir un mundo mejor. Pero ha preferido ser un espectáculo barato de transgresión superficial. Y eso no es moderno ni valiente. Es, simplemente, patético.
Con esta afrenta, han demostrado una vez más que su vínculo con los valores católicos es una mera fachada, una etiqueta que le otorga prestigio sin compromiso. Si esta universidad ha decidido entregar sus aulas al populismo ideológico y al oportunismo cultural, entonces el camino es claro: que abandone la hipocresía, retire de su nombre cualquier referencia a lo católico o pontificio, y asuma plenamente el rol que realmente parece querer ocupar: el de un escenario más en la larga lista de espectáculos que sacrifican principios por un efímero aplauso.
(*) Doctorando en Comunicación, Periodismo y Medios Digitales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.