Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
La historia de la Iglesia Católica es un testimonio épico de resistencia. A lo largo de dos milenios, ha enfrentado embates que habrían destruido a cualquier otra institución, pero su fortaleza radica en algo más profundo que estructuras físicas: la fe de millones.
En el año 303 d.C., el emperador romano Diocleciano lanzó la “Gran Persecución”, ordenando la destrucción de todas las iglesias. confiscación de libros cristianos, expulsión de cristianos del gobierno y ejército, y encarcelamiento del clero. Lejos de extinguirse, la fe cristiana se expandió.
Durante el régimen nazi, los ataques fueron brutales. Se dispuso el cierre de publicaciones católicas, la disolución de organizaciones juveniles, la persecución de sacerdotes y monjas, y la eliminación de símbolos religiosos en espacios públicos. La Iglesia no solo sobrevivió, sino que se convirtió en refugio para muchos perseguidos.
La historia de la Iglesia Católica está marcada por constantes desafíos, y el caso del Cardenal Juan Luis Cipriani representa otro capítulo en esta línea de ataques, esta vez progresistas, el cual se suma al ataque a la virgen María a través de una supuesta obra teatral con fines netamente políticos de socavar la fe católica. Las acusaciones recientes no son más que un intento más de socavar una institución milenaria que ha sobrevivido a innumerables embates.
Las críticas actuales contra figuras católicas como Cipriani revelan más que simples denuncias individuales. Representan un choque fundamental de visiones progresistas que encuentra en la fe católica un bloque sólido para su penetración en nuestra sociedad. Valores católicos como la Defensa de la familia natural, la postura pro vida y contra el aborto, la defensa del matrimonio entre hombre y mujer y demás valores históricos, impiden el avance de la agenda globalista pro aborto, pro matrimonio homosexual y movimientos LGTB, entre otros.
Cada ataque contra la Iglesia Católica no la destruye, la renueva. Los intentos de erosionar sus valores fundamentales – defensa de la vida, la familia tradicional, la dignidad humana – solo revelan la debilidad de sus adversarios.
La fe no es una estructura que se puede demoler con decretos, persecuciones o campañas mediáticas. Es un fuego interno que se alimenta precisamente de la resistencia. Como decía un antiguo texto: “Aman a todos, son perseguidos por todos… reciben la pena de muerte y ganan la vida”.
La Iglesia Católica no es solo una institución. Es una civilización construida sobre la roca de la convicción inquebrantable.