Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
En los años sesenta, el Perú vivió un capítulo oscuro de su historia bajo el liderazgo del General Juan Velasco Alvarado, quien tomó el poder a través de un golpe militar invocando una revolución nacionalista. Esta etapa no solo sumió al país en más de una década de dictadura militar, sino que también lo llevó al ostracismo político, económico y social en Latinoamérica.
En ese momento, las historias revolucionarias de Fidel Castro y el Che Guevara, que alguna vez habían inspirado a América Latina, comenzaban a perder su brillo. Cuba, el buque insignia de los movimientos revolucionarios, sufría bajo los embargos y bloqueos del gobierno norteamericano, mientras que los objetivos primarios de la revolución se desvanecían. Rusia, por su parte, se aislaba detrás del Telón de Acero, tratando de protegerse de las ideas de libertad y democracia.
En este contexto, el Perú ingresó a un periodo revolucionario impulsado desde los cuarteles militares. Se expropiaron empresas privadas y se reemplazaron a las autoridades elegidas democráticamente por funcionarios designados a dedo. Cientos de peruanos fueron deportados o torturados en cuarteles militares, los medios de comunicación fueron confiscados, y la censura era omnipresente. Los colegios se convirtieron en réplicas de los cuarteles, incluso en la vestimenta militar de sus alumnos.
La juventud peruana creció sin acceso a la música moderna ni a películas populares como Harry Potter o Superman, debido a la rigurosa censura. El espacio aéreo se cerró al trineo de Papa Noel, y el nacimiento del niño Jesús fue reemplazado por el del niño Manuelito, entre otras “perlas revolucionarias”. A medida que pasaban los años, el descontento popular crecía, similar al que se vivía en Cuba, donde la gente intentaba huir en balsas rudimentarias.
Sumidos en esta dictadura disfrazada de nacionalismo, cualquier crítica al gobierno era peligrosa, ya que cualquier vecino podía denunciar a alguien por ejercer su derecho a la opinión. Hoy, al recordar esta fase de nuestra historia, me pregunto cómo es que aun promuevan discurso revolucionario y nacionalista similar al de Velasco, intentando que olvidemos lo que vivimos o lo que vivieron nuestros padres durante la revolución militar de los sesenta y setenta.
En 2026, enfrentamos decisiones trascendentales no solo para el futuro del país, sino para el de nuestros hijos y nietos. Es crucial reflexionar sobre las consecuencias de emitir un voto de protesta en lugar de un voto de conciencia que nos depare un futuro cierto. La memoria de la dictadura velasquista debe servirnos como lección para evitar que la historia se repita.