Un «viva, viva» irrumpe entre el aplauso continuado que acompañó este sábado a Francisco en su último baño de masas, desde la basílica de San Pedro a la de Santa María la Mayor, su lugar de sepultura.
A bordo del papamóvil, su féretro recorrió 4 km de la Ciudad Eterna, en los que pasó por el icónico Coliseo romano y los Foros Imperiales.
«Grazie Francesco», rezaba una pancarta blanca con letras rojas gigantes que colgaba de un edificio situado frente a la basílica donde fue enterrado el primer pontífice latinoamericano.
El aplauso dio paso al silencio cuando el féretro fue descendido y desapareció entre las puertas de la imponente iglesia del siglo V situada en pleno corazón de Roma.
Una pareja lloraba serena sin apartar la mirada del templo.
«Fue muy conmovedor, muy triste como nos dejó», señaló María Vicente, una guatemalteca de 52 años, con los ojos vidriosos.
«Más normal, más humano»
Romina Cacciatore, de 48 años, llegó con su familia a eso de las 6 de la mañana, siete horas antes de la llegada: querían un buen puesto para ver al papa.
Más allá de la nacionalidad argentina, también tienen una historia compartida.
Su hijo nació el mismo día que Francisco fue elegido, el 13 de marzo de 2013, y sin saberlo había decidido bautizarlo: Francesco.
Y pudo conocerlo tres años después en una audiencia. Le regaló un rosario que guarda «en una cajita con lo más preciado», dijo Cacciatore a la AFP.
Atesora fotos de todo. «Es un ser de luz, irradiaba paz», expresó. «Terminó convirtiendo a la iglesia en algo más normal, más humano» y «revalorizó mucho al inmigrante, que somos muchas veces los más marginados».
El entierro en la intimidad duró una media hora, pero la gente permaneció en los alrededores de Santa María la Mayor por más tiempo. El público podrá visitar la tumba a partir del domingo.
«Quería traspasar cualquier barrera para estar cerca de él», confesó por su parte María del Carmen Molinas, paraguaya de 60 años residente en España.
«Era un santo en vida»