Por: Francisco Medina Castro (*)
Un 22 de mayo de 1992, en la ciudad de Nairobi, la asamblea de las naciones unidas aprobó el Acta final donde se aprobó del Texto de la Convención de Diversidad. Cada año se celebra este momento histórico, donde los representantes de más de 170 países acordaron implementar acciones y estrategias en favor de la conservación y gestión de la diversidad biológica.
El 2025, el tema de celebración es “armonía con la naturaleza y el desarrollo sostenible” un compromiso de hacerse responsables y conscientes de que nuestro desarrollo sostenible depende también de cómo gestionamos nuestra diversidad biológica, un recurso natural importante y que es parte de nuestro patrimonio nacional. A nivel mundial, más del 5º% del Producto Bruto Global generado por las actividades económicas dependen mediana a altamente de la naturaleza, es decir alrededor de $ 58 trillones de dólares americanos.
Este año, debemos ser más conscientes de los vínculos entre la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y los Objetivos y Metas del Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal (KMGBF) como dos agendas universales que deben perseguirse en conjunto como lo señala el secretario de la Convención de Diversidad Biológica en su mensaje.
La diversidad biológica está desapareciendo por la enorme presión de la humanidad sobre los recursos vivos, sea por la sobreexplotación de la fauna (p.e. pesca y caza indiscriminadas) y la flora (p.e. deforestación, explotación de plantas con diversos fines) o por la pérdida de los hábitats de especies importantes en los ecosistemas (p.e. el cambio de uso de suelo, incendios), y esto lleva a que la población que vive de la diversidad biológica (somos todos al final) encuentre menos recursos y oportunidades de encontrar alternativas a las crisis que alimentarias, crisis ambientales y finalmente económicas.
Es alarmante, el incremento de la desconexión de las personas de la naturaleza, donde la indolencia e indiferencia hacen más daño a las iniciativas de conservación, y la búsqueda de ganancias individuales y materiales a corto plazo acelera la pérdida de hábitats y especies.
Necesitamos un cambio importante en nuestra percepción sobre la importancia de la diversidad biológica, pues debemos entender que darle el valor que corresponde a la diversidad biológica nos permitirá ser más conscientes de su manejo adecuado y la conservación nos asegurará la disponibilidad de estos recursos que actualmente empleamos. Debemos transformar nuestra forma de producir y consumir y de valorar la naturaleza. La recomendación final es que debemos promover el financiamiento para la gestión sostenible de la diversidad biológica y reducir los incentivos a las actividades que perjudican a la naturaleza.
Las montañas, sus ecosistemas, sus plantas silvestres que han alimentado al mundo, su fauna que ha servido para alimentar y ayudar a las poblaciones rurales asentadas, no escapan a esta dinámica de pérdida total.
En el país existen 350000 hectáreas de ecosistemas de montañas, incluyendo los glaciares, pastizales, bosques y humedales altoandinos como los bofedales, en donde vive 6.5 millones de personas que dependen directamente de los bienes y servicios de estos ecosistemas, como provisión de agua, alimento derivado de plantas y animales, microclimas que favorecen al asentamiento de estas poblaciones y que utilizan también estos ecosistemas como parte de su cosmovisión o como forma de recreación.
La región de montañas en el país abastece mayormente a los mercados locales y nacionales con cultivos de pan llevar como papa, maíz amiláceo, quinua, frejol, habas, camote, tarwi (chocho), quinua, kiwicha, olluco, mashua y frutas nativas como tumbo, capulí, sauco, chirimoya, lúcuma, tuna, caihua, además de múltiples especies de plantas medicinales como la muña, cedrón, matico y otros. Y especies como la alpaca, la llama y el cuy alimentan a la población subnacional, además de vestirlos.
(*)Director de Investigación en Ecosistemas de Montaña del INAIGEM