Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
Viajar por Áncash es una experiencia que conmueve. La cordillera Blanca se impone como un muro de dioses, los pueblos conservan una identidad viva, la gastronomía andina reconforta, y los restos arqueológicos hablan desde siglos de historia. Sin embargo, todo ese potencial choca con una verdad que duele: el turismo en la región está abandonado.
Es difícil entender cómo una zona que podría ser el segundo destino turístico del país, después de Cusco, continúa rezagada. La vía Pativilca–Huaraz, principal ingreso desde Lima, parece una carretera bombardeada. Las rutas entre los atractivos están desconectadas, sin señalización, sin circuitos estructurados. Hay visitantes que llegan a ver una laguna y se van sin saber que a unos kilómetros más hay un templo ceremonial o un pueblo lleno de artesanos.
Lo peor es que no hablamos solo de infraestructura. Falta visión. En vez de pensar el turismo como motor de desarrollo, muchas autoridades aún lo tratan como un accesorio para ferias o discursos. No hay un plan regional serio, ni voluntad política sostenida.
Y, sin embargo, las oportunidades están ahí. Imaginemos un circuito que comience en Lima, suba por Huaraz, continúe por Carhuaz, Yungay y Caraz, y luego descienda hacia Huallanca para abordar un tren turístico hasta Chimbote. Allí, el visitante podría disfrutar no solo de su cocina marina, sino de vistas como el Cerro de la Paz y excursiones a las islas Blanca y Ferrol. De regreso por la costa, lo esperan las playas de Tortugas y Tuquillo, el complejo arqueológico de Sechín, y una experiencia que mezcla historia, sabor y naturaleza.
Otro circuito podría integrar Pastoruri, Chavín de Huántar y Huari, y descender a la costa por Casma, para visitar Sechin y el balneario de Tortugas, combinando el legado preincaico con descanso frente al mar. O una ruta escénica por Punta Olímpica y la laguna Parón, hasta llegar a Chacas, donde el arte religioso y la arquitectura colonial esperan en silencio.
Pero para que todo esto funcione no basta con pintar mapas. Se necesita planificación, inversión, y, sobre todo, un compromiso con la calidad. Porque ningún circuito tendrá sentido si el visitante es recibido con desorden, informalidad o desinterés. La atención al turista debe ser nuestra marca. Que el visitante se vaya no solo maravillado por el paisaje, sino también agradecido por el trato.
Áncash puede y debe posicionarse como el corazón turístico del norte del Perú. Tiene el paisaje, la cultura, la historia y la gente. Solo falta algo que no debería faltar: decisión.