Opinión

Encuestas, Medios y Democracia: Cuando el Espejo Refleja la Desconfianza

Por: Fernando Zambrano Ortiz – Analista Político

Cada mes, como un ritual casi inevitable, las encuestadoras salen a las calles y a los hogares a medir el pulso de la nación. Preguntan sobre la presidente, los ministros, el Congreso y otras figuras públicas. Y, como si fuera una ley de la política moderna, los resultados suelen ser poco alentadores. Los medios, ávidos de novedades, replican estos números con rapidez, amplifican el descontento y, sin quererlo, alimentan un círculo vicioso que no solo desestabiliza a quienes ocupan cargos públicos, sino que también pone en riesgo la salud de la democracia misma.

No es casual que, tras años de este ejercicio, la ciudadanía haya dejado de confiar en casi todo y en casi todos. La desafección política se ha vuelto un fenómeno colectivo, un virus que infecta la confianza en las instituciones y, lo que es más grave, en el propio sistema democrático. Pero ¿son las encuestas y los medios los únicos responsables de este clima de desconfianza? ¿O acaso cumplen un papel que, en el fondo, otros actores aprovechan para sus propios fines?

Las encuestas, en teoría, deberían ser herramientas objetivas, un espejo que refleje la realidad social. Sin embargo, en la práctica, suelen convertirse en armas políticas. Esto sucede porque muchas veces los resultados se publican, interpretan y difunden de manera sesgada, según los intereses de quienes los usan. No es raro ver cómo ciertos actores políticos y grupos de poder seleccionan qué encuestas mostrar y cómo presentarlas, buscando siempre favorecer o perjudicar a determinadas figuras. Así, lo que debería ser una radiografía de la opinión pública termina siendo un instrumento para influir en ella.

Además, la forma en que se comunican estos resultados tiene un efecto psicológico profundo. Cuando una cifra negativa se repite una y otra vez, puede crear la sensación de que “todo está mal” y que “nadie es confiable”. Este clima de pesimismo colectivo puede hacer que la gente se aleje aún más de la política, o que busque soluciones radicales ante la frustración. Es lo que llaman el “efecto bandwagon”, cuando la gente tiende a apoyar a quien va ganando, o el “efecto underdog”, cuando se solidariza con quien está perdiendo. De esta manera, las encuestas no solo reflejan la realidad, sino que también la moldean.

Otro problema es la falta de regulación y transparencia en la publicación de encuestas. En muchos casos, no existen mecanismos claros para verificar la metodología o la imparcialidad de quienes las realizan. Esto abre la puerta a la manipulación de datos, a preguntas tendenciosas o incluso a la invención de resultados. Cuando la gente percibe que las encuestas no son confiables, la desconfianza se extiende a todo el sistema político, como una mancha de aceite.

La publicación reiterada de encuestas negativas puede convertirse en una herramienta de desestabilización. Quienes buscan deslegitimar el sistema democrático encuentran en estos resultados un combustible perfecto para alimentar la idea de que “todo está mal” y que es necesario un cambio radical. Así, en lugar de servir como termómetro social, las encuestas se usan para socavar la autoridad y la institucionalidad, y para presentar a ciertos actores como los únicos salvadores posibles.

En nuestro país, donde la confianza en las instituciones y los procesos electorales es muy baja, las encuestas se perciben con escepticismo. La gente duda tanto de los resultados como de quienes los difunden, lo que facilita que sean utilizadas para fines políticos y no informativos. Si se preguntara, por ejemplo, cuánta confianza tiene la gente en los medios de comunicación o en las propias encuestadoras, seguramente los resultados serían tan bajos como los de la presidente o los congresistas.

El desafío, entonces, no es silenciar a las encuestas ni a la prensa, sino exigirles mayor responsabilidad y profundidad en su trabajo. No basta con repetir cifras: hay que explicarlas, contextualizarlas y buscar las causas reales del descontento. Y, sobre todo, hay que evitar caer en la trampa del maniqueísmo, donde todo se reduce a “ellos” contra “nosotros”, y donde la crítica se convierte en un arma para destruir, no para construir.

La solución no está en destruir las instituciones, sino en fortalecerlas desde la participación y la responsabilidad de todos. Solo así evitaremos que la desconfianza se convierta en la paja seca que incendia la pradera y nos lleva a la desgracia de perder lo que tanto nos ha costado construir: un Estado democrático, plural y respetuoso de las libertades.

En síntesis, las encuestas y los medios no son el problema, sino el síntoma de una democracia que necesita más diálogo, más transparencia y menos demagogia. El verdadero peligro está en quienes buscan aprovechar la desconfianza para imponer agendas radicales. La solución no es destruir las instituciones, sino fortalecerlas desde la participación y la responsabilidad de todos.