Opinión

¿Por qué soy cristiano?

Por:  Eiffel Ramírez Avilés (*)

Llevo un tiempo dándole vueltas a por qué soy cristiano y a por qué las personas deben ser cristianas. Aquí no presentaré ningún argumento común, así como tampoco necesito convencer a los ateos. Estos, como se verá en el último párrafo, ya estarían convencidos de serlo. Pero vayamos de a pocos.

La primera gran falsedad que se dice de la religión, y de la religión cristiana en particular, es que esta es un consuelo. El consuelo de los humillados. Sin embargo, lo que revela esta idea es que la humillación solo es vista según la perspectiva de los críticos del cristianismo. Estos ven la humillación como algo que debe ser resarcido, vindicado o indemnizado por Dios. No obstante, los cristianos no creen eso; la religión no es ni una revancha ni una apisonadora post mortem, sino que se trata de la maravillosa fidelidad a un ideal incluso cuando la vida ha sido apacible. La venganza, pues, no forma parte del cristianismo.

El filósofo Bertrand Russell, en un escrito famoso, señaló una vez: «La religión se basa, principalmente, en el miedo». Esto es también otro error (y famoso). Porque, en verdad, no hay nada en lo humano que no se base en el miedo o el temor. Inclusive los científicos (por los que Russell muestra su preferencia) tienen la piel de gallina cuando constatan la armonía del universo. Argüir, así, que la religión surge por el miedo, digamos, a la muerte, es como admitir que, cuando se camina al filo de un precipicio, se tiene vértigo. Es algo obvio.

Con todo, el principal ataque que recibe el cristianismo es por qué Dios, si es bueno, permite el mal. Es el momento que esperaba para responderlo. Esa pregunta yo mismo me la hacía antes, cuando ateo. Y resulta que ahora, de cristiano, me la sigo haciendo. Y quizá si fuera de otra creencia, me la continuaría formulando. Por eso, he llegado a la conclusión, al menos provisional, de que, haya Dios o no, el asunto del mal y la miseria en el planeta seguirán presentes.

Pero la conclusión definitiva es la siguiente: el problema del mal no puede ser resuelto por otra cosa que no sea la religión. El dolor humano (el verdadero dolor humano, ese que pertenece al gran misterio y que fuera intuido por Job o por César Vallejo) está fuera de los alcances racionales. Por eso, ninguna ciencia ni teoría social podrá responder a los padres de una niña por qué su hija se está muriendo. Pueda que se trate de un cáncer. Pero ese tipo de respuesta, aunque cierta, de ningún modo contestará al verdadero dolor de los padres. El mal, pues, en última instancia, no es un asunto físico, sino exclusivamente religioso.

El anticristiano puede insistir: ¿por qué un Dios bueno acepta la muerte de los niños? Pero aquí hay que alejarnos un poco de los propios cristianos. Mejor dicho, de los cristianos tradicionales. Es una gran mentira que el cristianismo haya sido y sea uniforme. Todo lo contrario. La religión cristiana nunca tuvo una única versión y propuesta en su historia. Por ejemplo, en el cristianismo católico, Judas fue un traidor; pero en el cristianismo gnóstico (olvidado hoy), Judas fue un modelo. No discutiré la esencia de Judas ahora, pero a lo que voy es que, si vamos a hablar de la bondad de Dios, no pensemos que existe un único criterio sobre cómo dicho ser supremo ha de ser bueno o perfecto.

Llego a mi objetivo. ¿Por qué soy cristiano? Porque el cristianismo permite diversidad dentro de sí, y esa diversidad está expresada en la confluencia de opiniones que aportan para mejorarlo cada vez más. Sí, el cristianismo es perfectible y eso significa también que podemos reinterpretar las sagradas escrituras para seguir intentando buscar a Dios. En un amor admirable, Él nos ha legado esa posibilidad. Y si cualquier ateo se caracteriza por ser un exhaustivo buscador de la verdad, estamos en el mismo camino. Buscamos lo mismo.

(*) Mg. en Filosofía por la UNMSM