Por: Fernando Zambrano Ortiz
Analista Político
Estamos a mitad del 2025, y en Áncash las promesas siguen esperando en el papel. Mientras miles de familias claman por agua potable, caminos transitables, postas de salud que funcionen, escuelas dignas y luz en sus casas, el Gobierno Regional apenas ha ejecutado el 21% del presupuesto para proyectos de inversión pública. Sí, 21%. Y si no fuera por el avance del proyecto Chinecas —que ha logrado alcanzar un 41%—, ese porcentaje sería incluso más vergonzoso.
Y no es solo el Gobierno Regional. Más de 200 proyectos municipales permanecen congelados, a pesar de contar con presupuesto asignado. No es falta de dinero. No es falta de recursos. Es falta de capacidad, de decisión, de empatía. Es falta de gestión.
Mientras tanto, autoridades locales que en campaña prometieron “transformar sus distritos”, hoy se esconden detrás de pretextos gastados: que Lima no transfiere, que el MEF pone trabas, que el centralismo es el culpable.
No vamos a negar que desde el gobierno central hay lentitud y tecnocracia fría. Pero en Áncash la principal traba no está en Lima: está en casa.
¿Cómo puede hablar un alcalde de justicia social si no ejecuta los recursos que tiene? ¿Cómo puede exigir más presupuesto si ni siquiera es capaz de gastar el que ya le dieron? Es un insulto para quienes viven entre el polvo, la oscuridad o el agua contaminada. La ineficiencia no solo es corrupción silenciosa, es también discriminación activa.
Hablan de cerrar brechas. Pero con cada mes que pasa sin ejecutar una obra, la brecha se ahonda más. Y cada niño sin escuela, cada madre sin posta, cada agricultor sin canal de riego es una deuda moral que se acumula.
No se trata solo de cifras. Se trata de dignidad. De vidas que podrían cambiar y no cambian porque alguien no firma, no licita, no gestiona. Porque alguien decide no hacer.
Y ya no basta con indignarse. Se está evaluando que, en regiones donde los gobiernos no ejecuten sus presupuestos, esos fondos pasen a fideicomisos independientes administrados por COFIDE u otras entidades que liciten directamente las obras. No es lo ideal, pero tampoco es justo dejar que los recursos públicos se pudran en cuentas mientras la gente se pudre en el olvido.
Áncash no merece esto. Tiene historia, recursos, potencial humano. Pero también arrastra el peso de autoridades que no saben, no pueden o no quieren gobernar. La ciudadanía tiene el deber de exigir más. Más que discursos bonitos. Más que conferencias. Más que promesas.
Porque no hay nada más violento que tener el dinero para construir una escuela y no hacerlo. Tener el presupuesto para llevar agua potable, y dejarlo sin ejecutar. Tener la oportunidad de cambiar vidas, y simplemente dejarla pasar.