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TARATA TREINTA Y TRES AÑOS DESPUÉS, LA HISTORIA DE VANESSA

Vanessa Quiroga tenía solo 5 años cuando un coche bomba explotó en el jirón Tarata, en el distrito de Miraflores. Tras casi cumplirse 33 años del atentado terrorista, confiesa, que a pesar de haberse convertido en una mujer profesional, aún recuerda con mucho dolor cómo este atentado terrorista marcó su vida para siempre.

Vanessa fue una de las víctimas del atentado terrorista del jirón Tarata perpetrado el 16 de julio de 1992, por Sendero Luminoso, que dejó 25 muertos y cientos de heridos. Esa pequeña niña perdió una pierna tras la explosión de un coche con 500 kilos de dinamita y ANFO, dirigido por el grupo liderado por Abimael Guzmán.

«Yo estaba en Tarata, mi mamá era vendedora ambulante. La gente gritó ‘coche bomba’ y corrimos. Miramos Tarata incendiándose. Jalé la falda de mi mamá y le dije: ‘me pica la pierna’… ahí me desmayé», cuenta Vanessa a la Agencia Andina.

Como se recuerda, aquella noche del 16 de julio, la onda expansiva alcanzó y dañó seriamente a toda clase de inmuebles y vehículos a 400 metros a la redonda. En un abrir y cerrar de ojos, el corazón de Miraflores se convirtió, prácticamente, en una zona de guerra.

La fuerza de una madre

Tras la explosión, su madre, Gladys Carbajal, halló entre los escombros la pierna de su hija y, con esperanza, la envolvió con su blusa. Una joven bombera, Katerine Pezarezzi, se ofreció a ayudar pensando que ella estaba herida.

«Mi mamá le dijo: ‘yo estoy bien, tengo la pierna de mi hija y quiero llevarla al hospital'», relata Vanessa, evocando ese instante desgarrador.

A pesar de los esfuerzos, solo una de sus piernas pudo ser salvada. Desde entonces, su vida cambió por completo. La pobreza, la discapacidad y el bullying escolar se convirtieron en parte de su día a día.

Superación a pesar de la adversidad

«De la noche a la mañana no solo era pobre, sino extremadamente pobre», recuerda. Su hermano fue reportado como desaparecido y la ayuda psicológica nunca llegó, pero su madre se convirtió en su refugio emocional.

«La psicóloga fue mi mamá. Ella me enseñó a ser fuerte. Me decía que me riera con ellos», en referencia al acoso escolar que sufrió por su condición.

Hoy, Vanessa es ingeniera económica, tiene una maestría en docencia universitaria, trabaja en la Oficina de Participación Ciudadana del Congreso y es madre de dos hijas.

Cada día, dice, agradece a su madre por enseñarle a resistir. “Al ver a mis hijas entiendo por qué me quería fuerte. Uno comprende a los padres cuando se convierte en uno”.

33 años de la tragedia

Mañana se conmemora un nuevo aniversario del atentado de Tarata, Vanessa insiste: «El olvido en cosas pequeñas puede pasar, pero en cosas como la vida humana es imperdonable. Abimael fue el mayor genocida del Perú».

Para ella, el país tiene una tarea pendiente: no olvidar lo que sucedió, por respeto a las víctimas y para defender la paz conseguida a costa de tanto dolor.

Hoy camina nuevamente por las calles de Tarata, donde trabajó con su madre como vendedora ambulante luego del atentado, demostrando que la resiliencia también es una forma de justicia. (Andina)