Han pasado 33 años desde la noche del 16 de julio de 1992, cuando la calle Tarata, en el corazón de Miraflores, fue escenario de uno de los atentados terroristas más atroces de nuestra historia. Sendero Luminoso, esa organización sanguinaria que pretendió doblegar al Perú con violencia y muerte, detonó dos coches bomba con 500 kilos de dinamita y anfo, causando la muerte de 25 personas, dejando cientos de heridos y afectando a más de 380 familias. Fue un acto de barbarie que no solo destruyó edificios, sino que destrozó vidas y dejó una cicatriz profunda en la memoria del país.
El atentado de Tarata no fue un hecho aislado. Formó parte de una brutal estrategia terrorista que, entre enero y julio de 1992, sembró el miedo en Lima mediante 37 coches bomba. Tarata fue, quizás, el golpe más cruel porque atentó directamente contra la población civil inocente. Personas que aquella noche salieron de sus casas o caminaban por la avenida Larco jamás imaginaron que serían víctimas de la sinrazón ideológica y del fanatismo.
Aquel ataque marcó un punto de quiebre en la lucha contra el terrorismo. En ese entonces, el país vivía tiempos difíciles y oscuros, con instituciones debilitadas y un Estado enfrentado al desafío de la subversión. Sin embargo, la respuesta de la justicia fue firme y, años después, la cúpula de Sendero Luminoso, encabezada por Abimael Guzmán, fue condenada a cadena perpetua. Así, se sentó un precedente claro: ningún crimen contra el pueblo peruano quedaría impune.
Hoy, a más de tres décadas de aquel crimen, es nuestro deber no olvidar. Mantener viva la memoria es una obligación con las víctimas y con las generaciones futuras. Historias como la de Vanessa Quiroga, quien perdió una pierna esa noche, nos recuerdan que detrás de las cifras hay rostros, familias, sueños truncados. El dolor sigue presente, pero también la dignidad de quienes sobrevivieron y continúan luchando por un país libre de violencia.
Recordar Tarata no es revivir el odio, sino reafirmar un compromiso: jamás permitir que el terror vuelva a imponerse. Debemos rechazar cualquier intento de minimizar o justificar el horror que vivimos. La paz, la democracia y los derechos humanos son conquistas que debemos defender cada día.
Por eso, hoy decimos con más fuerza que nunca: Terrorismo, nunca más. Ni en Tarata, ni en ninguna parte del Perú. Nunca más fanatismos, nunca más violencia disfrazada de ideología. Nunca más indiferencia frente al dolor.
Memoria, justicia y verdad. Porque un país que recuerda es un país que no repite sus tragedias.