Por: Fernando Zambrano Ortiz.
Analista Político
Dicen que los dinosaurios reinaron la Tierra hasta que un meteorito acabó con su reinado. Los “caviares”, esa especie política de paladar fino y discurso exquisito, parecen seguir el mismo destino, pero sin la épica de un cataclismo natural. Lo suyo es más bien una lenta evaporación, una extinción anunciada con la elegancia de quien sabe que ya no está de moda ni en los cócteles ni en las urnas.
No es necesario ser biólogo para notar las señales: los “caviares” tienen fecha de vencimiento. En las últimas elecciones, apenas lograron raspar un modesto 5%, cifra digna de especie protegida por la nostalgia y la autoayuda. Si existiera un Ministerio del Medio Ambiente Político, ya estarían en la lista roja, junto al ornitorrinco y la honestidad parlamentaria.
El 2026 se perfila como el año de la gran hecatombe “caviar”. Los oráculos electorales no predicen un apocalipsis, sino algo más humillante: la irrelevancia. Serán pulverizados en las urnas, no por una conspiración internacional, sino por el simple desinterés de un electorado que prefiere otras opciones más serias y adaptadas al ecosistema político nacional.
Los caviares se están extinguiendo principalmente por falta de liderazgo carismático. Sus figuras emblemáticas han dejado Lima por el Cusco o han sido inhabilitadas políticamente. Además, han sido desnudados políticamente, quedando al descubierto sus no tan santas intenciones. El relevo generacional que prometían se parece más a un cambio de camareros en un club privado que a una verdadera renovación.
El “caviar” político parece vivir en otro mundo, pensando que la agenda internacional y los hashtags son más importantes que el precio del pan o el kilo de pollo o papa. Además, dependen mucho del financiamiento externo, y cuando se acaba el patrocinio, se termina la fiesta. Mientras tanto, el pueblo, ese invitado clave que nunca llegó a la celebración, ya despertó y se dio cuenta de que no eran más que un grupete de oportunistas ideologizados que solo buscaban poder y lucrar en su propio beneficio. Para colmo, los escándalos de corrupción y las alianzas oportunistas han ido desgastando la imagen del “caviar” hasta dejarla casi irreconocible.
Quizás, en el futuro, algún museo de historia política exhiba una urna con restos de “caviar” progresista, junto a una placa que diga: “Aquí reposan los sueños de una élite ilustrada que nunca entendió por qué el pueblo no los invitaba a la pachamanca”. Porque, al final, la extinción no es solo biológica: también es política, y a veces, hasta poética.
Así, los “caviares” se despiden del escenario, copa en mano, convencidos de que la historia les dará la razón. Pero la historia, como el electorado, tiene otros planes. Y mientras tanto, el resto del país sigue su curso, entre carcajadas, memes y promesas de cambio.
¿Será este el fin definitivo de la especie? Solo el 2026 lo dirá. Pero, por si acaso, vayan reservando mesa en el Museo de las Especies Políticas Extintas. El caviar, por supuesto, será de imitación.