Editorial

Entre el mito y la evidencia científica

Antenas y radiaciones:

En los últimos meses hemos sido testigos de una creciente preocupación ciudadana respecto a la instalación de antenas de telecomunicaciones, especialmente aquellas destinadas a mejorar la cobertura de telefonía móvil e internet. En diversas lugares, vecinos han salido a protestar convencidos de que estas infraestructuras representan un riesgo para su salud. Frente a ello, el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) ha vuelto a salir al frente, publicando un informe técnico que aclara de manera categórica que las radiaciones emitidas por las antenas no afectan la salud humana.

El MTC no habla por hablar: este 2025 ha realizado más de 2,100 mediciones de radiaciones no ionizantes (RNI) en todo el país, incluyendo colegios, hospitales y espacios públicos. Los resultados no dejan lugar a dudas: ninguna antena supera los límites permitidos por la normativa nacional ni internacional. Por lo tanto, no existe sustento técnico ni científico para sostener que estas antenas afecten la salud de las personas.

Sin embargo, persiste una brecha preocupante entre la ciencia y la percepción ciudadana. Parte de este temor nace del desconocimiento. Muchos no comprenden la diferencia entre radiación ionizante (como los rayos X o la radiación nuclear) y la no ionizante, que está presente en la luz solar, los microondas o las ondas de radio. Las antenas de telecomunicaciones utilizan radiaciones no ionizantes, incapaces de alterar nuestro ADN ni de producir enfermedades como el cáncer, como algunos aseguran erróneamente.

Es necesario reconocer que detrás de estas protestas subyace también una legítima desconfianza hacia el Estado y las empresas, nacida de años de malas prácticas y falta de transparencia en otros ámbitos. Por eso es fundamental que tanto las autoridades como las compañías de telecomunicaciones comuniquen mejor, informen con claridad y generen espacios de diálogo directo con la población. No basta con presentar informes técnicos; hay que traducirlos en mensajes comprensibles y en respuestas empáticas que disipen las dudas.

Negarse a instalar antenas por miedo a riesgos inexistentes es, en el fondo, perjudicarse como sociedad. Las telecomunicaciones son hoy un servicio esencial, y más aún en tiempos en que la conectividad define las oportunidades de educación, salud, trabajo y desarrollo. Atrasar su expansión con argumentos infundados solo nos condena al aislamiento y la desventaja.

Las autoridades han hecho lo correcto al reiterar que no hay peligro. Ahora, la tarea pendiente es educar, informar y escuchar. Combatir la desinformación es tan importante como expandir la red. Ambas son necesarias si queremos un Perú verdaderamente conectado y sin miedo al progreso.