Opinión

La palabra del chino

Por: Fernando Zambrano O.

Analista Político

“La pregunta que posiblemente muchos se hacen es: ¿por qué Fujimori ha escrito un libro? La respuesta la tengo en los labios: porque ahora me toca hablar a mí. Esta es La Palabra del Chino”

Con esa primera frase, Alberto Fujimori nos invita a asomarnos a su mundo interior, a entender desde sus recuerdos cómo aquel hijo de inmigrantes se convirtió en un protagonista ineludible de la historia contemporánea del Perú. En Nuevo Chimbote, más de 500 manos alzadas recibieron emocionadas el ejemplar firmado por Keiko Fujimori. Cada dedicatoria pareció sellar un pacto de afecto y responsabilidad con quienes aún hoy buscan respuestas a los desafíos del país.

Cuando el libro se refiere a su autor como el “intruso”, no es un insulto: es un reconocimiento. Alberto Fujimori llegó a la política casi por sorpresa. Era un académico especializado en agronomía, un hombre de números y aulas, sin padrinos ni linaje político. Y, sin embargo, irrumpió en el corazón del poder peruano en 1990, cuando ninguno lo veía venir. Desde ese instante, supo que era un extraño en el escenario tradicional, un forastero obligado a “meterse” donde nadie lo esperaba.

Quienes sostuvieron el libro en sus manos sintieron de inmediato que no se trataba de un mero recuento biográfico, sino de una conversación íntima con un hombre obligado a saltar de las aulas al Palacio de Gobierno. Fujimori arranca con sensibilidad al evocar la llegada de sus padres desde Japón y sus primeros pasos en los salones de Lima. Habla de maestros que avivaron su curiosidad, de noches de estudio bajo la lámpara, de la pasión por la agronomía que lo llevó a dirigir la Universidad Nacional Agraria. Ese “Chino” que aprendió a sembrar la tierra, también aprendió a sembrar confianza en quienes creían que la transformación era posible.

Pero el libro no se queda en anécdotas familiares: se convierte en un testigo de épocas convulsas. En 1990, un profesor sin alianzas políticas ni padrinos decide postular a la presidencia. La hiperinflación devoraba los ahorros de la gente humilde y el terror de Sendero Luminoso se expandía como sombra implacable. Fujimori sintió la urgencia de actuar y, desde la aparente condición de “intruso”, forjó el respaldo de quienes anhelaban certezas.

A lo largo de sus páginas, el autor describe con emoción las tensas reuniones de gabinete, la seguridad en Huanta, y la determinación de avanzar pese al ruido de los críticos. Cuando cuenta el autogolpe de abril de 1992, no lo hace con beligerancia, sino con pesar: revela el nudo en la garganta de un gobernante que sintió al país al borde del colapso y decidió, aún sabiendo que afrontaría las consecuencias, dar ese paso extremo.

El relato prosigue con la firma de la paz con Ecuador y la elaboración de la Constitución de 1993, esfuerzos que sembraron estabilidad donde había caos. Al repasar cómo las carreteras volvieron a ser transitables y las escuelas reabrieron sus puertas, uno percibe la esperanza que se encendió en cada valle y en cada plaza. Es imposible leer sin imaginar a las familias recuperando la confianza, al ver el brillo de los niños regresando a las aulas.

“La Palabra del Chino: El Intruso” no busca absolución ni justificación incondicional. Es, más bien, una invitación a comprender que, en momentos críticos, las decisiones difíciles pueden marcar la diferencia entre el estancamiento y el progreso. Al entregar este testimonio a las nuevas generaciones, Fujimori aspira a que no olvidemos hasta qué punto un país puede transformarse cuando alguien intruso o no asume el peso de gobernar con decisión.

La Palabra del Chino no es un libro de historiadores ni un recuento frío de fechas. Es la voz íntima de quien vivió de cerca y pilotó algunos de los episodios más duros del Perú reciente: la lucha contra Sendero Luminoso, la hiperinflación que vaciaba bolsillos, el autogolpe de 1992 bajo la consigna de “reformar el sistema”, la paz con Ecuador y la nueva Carta Magna de 1993. Cada capítulo es un testimonio en primera persona, pensado para que las nuevas generaciones comprendan un pasado que, de otro modo, podría quedar en un puñado de titulares.

Fujimori lo dice sin rodeos: este libro está dirigido a los jóvenes que “se asombrarán de todo aquello que ignoraban sobre el país que padecieron sus padres y abuelos.” Y tiene razón. Porque, más allá de bandos y polémicas, “La Palabra del Chino: El Intruso” es un puente entre generaciones. Es, también, la reivindicación de un outsider convertido en protagonista, de alguien que tuvo el valor o la osadía de irrumpir en la historia nacional.

Es en este balance histórico donde emerge una verdad incontrovertible: el Perú le debe mucho a aquel “intruso”. Gracias a su determinación, las bases de la recuperación económica y la seguridad empezaron a forjarse en un terreno donde antes solo había ruinas del terror y cenizas de la hiperinflación.

Los logros no fueron milagros ni caprichos de un líder autoritario, sino el fruto de decisiones difíciles, tomadas con la convicción de que valía la pena arriesgarlo todo para que el país no naufragara.