Opinión

La revolución verde de Áncash

Por : Fernando Zambrano O.

Analista Político

Cuando imagino el amanecer en Áncash, más allá de la hermosa bahía Ferrol, veo un mar de palta Hass cubriendo las colinas del Valle Fortaleza, un ejército verde que avanza con la promesa de transformar vidas. Cada fruto enviado al extranjero no es un simple contenedor de nutrientes, sino un acto de esperanza: 170 toneladas de palta, cultivadas entre Hornillos y Julquillas, pisan hoy caminos que llevan el nombre de nuestra tierra desde Europa hasta Asia. Y esa misma energía late en Huarmey, donde 1 200 hectáreas repletas de árboles ofrecen 120 toneladas adicionales, una invitación para que el mundo descubra el sabor y la esencia de nuestros valles.

Piensa en el Valle de Nepeña, donde el sol acaricia los mangos y despierta los arándanos. Allí, la superficie sembrada ha crecido gracias al riego tecnificado y la pasión de productores que creen en su proyecto. Entre enero y abril de 2025, sus esfuerzos impulsaron un alza del 4,9 % en las agroexportaciones de Áncash, un indicador vivo de que la innovación brota cuando el compromiso se arraiga en la tierra.

Y no olvidemos el Valle Santa, un territorio que supo conjugar tradición y modernidad. Ahí, la vid ha encontrado refugio en invernaderos que prolongan la frescura de cada racimo, llevándolo hasta el otro lado del planeta; y el espárrago, delicado y crujiente, viaja en minutos desde Chimbote para alegrar mesas en Europa. En 2024, esas uvas y espárragos sumaron 230 millones de dólares, una cifra que habla de sueños cumplidos y de un potencial que apenas comienza a desplegarse.

Hoy en día, los mercados internacionales exigen algo más que calidad de fruta y buenos precios: buscan historias, tradiciones y cultura. Cada palta Hass de Áncash lleva consigo el legado de agricultores que heredaron técnicas ancestrales, lo mismo que cada racimo de uva rememora viejas rutas de trueque precolombino. Este valor agregado ha sido decisivo: nuestras paltas no solo ingresan con éxito a Europa, sino que arriban acompañadas de relatos de familias que llevan generaciones domando el sol y la tierra, un extra intangible que seduce a consumidores ávidos de autenticidad.

Además, el crecimiento de la asociatividad entre pequeños productores en Áncash está dando el impulso definitivo: al unirse en asociaciones de productores y consorcios, agrupan cosechas, comparten tecnología y acceso a mercados, y negocian mejores condiciones logísticas. Esta unión no solo mejora la escala de producción, sino que eleva la calidad y la coherencia de cada embarque. Pronto veremos cómo ese esfuerzo colectivo provoca un salto enorme en nuestras cifras de agroexportación, llevando la marca Áncash aún más lejos.

Detrás de cada cesta que parte de Áncash hay mujeres que se levantan antes del alba para cuidar los árboles con ternura, ingenieros agrónomos que calibran drones entre la neblina matinal y jóvenes que, tras estudiar en la ciudad, regresan al campo con el sueño de transformar su región. Aun así, afrontamos retos: el clima impredecible, la brecha de acceso al financiamiento y la competencia global son desafíos diarios, pero no frenos infranqueables.

Imagino pronto asociaciones de pequeños productores fortalecidas en cada distrito, exportaciones orgánicas que nazcan de prácticas ancestrales y corredores logísticos que unan Áncash directamente con China, Japón y Corea del Sur. Visualizo turismo agrícola donde los visitantes conozcan de primera mano la historia de cada fruto, desde la semilla hasta la mesa. Si ponemos pasión en cada cosecha y visión en cada estrategia, no habrá mercado ni obstáculo que detenga el verde de nuestros valles.

Atrévete a creer en Áncash como epicentro de cambio. Comparte estas historias, elige productos con alma, involúcrate en proyectos locales y exige calidad con propósito. El momento es ahora: dejemos que el mundo no solo pruebe el fruto, sino que escuche la voz ancestral de nuestra tierra.