Por: Walter Miguel Quito Revello
En el Perú la historia se reescribe con la misma facilidad con la que se borran los nombres de los muertos. Alberto Fujimori lo sabía, por eso escribió La Palabra del Chino: El Intruso, más de seiscientas páginas para convencernos de que él fue el outsider que “rescató al país”. En sus páginas hay cifras, giras, discursos… pero no víctimas. Los muertos y desaparecidos no tienen cabida, como si la sangre derramada pudiera ocultarse con tinta.
El verdadero “intruso” no fue él, sino los nombres que incomodan su relato: Carlos Alberto Barrientos Velásquez, Roberto Barrientos Velásquez, Denis Atilio Castillo Chávez, Federico Coquis Velásquez, Gilmer Ramiro León Velásquez, Pedro Pablo López Gonzales, Jesús Manfredo Noriega Ríos, Carlos Martín Tarazona More y Jorge Luis Tarazona More. Nueve hombres de El Santa, secuestrados y asesinados por el destacamento Colina.
La Comisión de la Verdad y Reconciliación los reconoció, pero en las memorias del “Chino” no existen. En un país donde la nostalgia por la “mano dura” sigue viva, las víctimas son un riesgo político. Es más fácil hablar del milagro económico que de los campesinos que lo pagaron con su vida.
El Perú de Fujimori, de Thomas y Crabtree, analiza el régimen con cifras, sin alma. Allí también los muertos se diluyen. Los defensores del “Chino” repiten que nos salvó, pero callan cómo: con desapariciones y miedo. Celebran al salvador, pero ocultan al verdugo.
Y mientras Fujimori pule su leyenda, los verdaderos intrusos persisten. Cada vez que sus nombres se mencionan, la narrativa oficial se resquebraja. La omisión no es casual: es política. Borrar a las víctimas permite repetir el mito de los “Fujimori”.
En el Perú de las nostalgias selectivas, muchos prefieren la mentira cómoda al recuerdo incómodo. Pero la historia real no se deja editar: los desaparecidos de nuestra provincia Del Santa siguen ahí, intrusos que irrumpen en cada conversación sobre la “década dorada” del fujimorismo.
La Palabra del Chino puede callarlos, El Perú de Fujimori puede reducirlos a estadísticas, pero sus nombres siguen gritando: Carlos, Roberto, Denis, Federico, Gilmer, Pedro, Jesús, Carlos Martín y Jorge Luis. Gritan en los huecos de las memorias oficiales, en las plazas donde algunos piden “mano dura”, en las aulas donde se enseña una historia mutilada.
Y seguirán gritando hasta que el Perú entienda que la verdadera “intrusión” no fue la llegada de Fujimori al poder, sino la desaparición de miles de peruanos a manos de su Estado. Porque la memoria no puede depender del capricho de quien escribe la autobiografía; debe depender de quienes ya no pueden contar su versión. Mientras eso no ocurra, los fantasmas de nuestra provincia, Del Santa, seguirán irrumpiendo en la memoria colectiva, recordándonos que la historia del Perú no se escribe en los libros del “Chino”, sino en los nombres