Por: CPC SERGIO AGURTO FERNANDEZ
Ya se respira en el ambiente político aires de fiesta popular, con una contaminación sonora rompiendo los tímpanos y con murales malogrando el paisaje urbano; es que los ánimos con nuevos y renovados bríos ya empiezan a manifestarse, luego de una obligada pausa quinquenal en total cura de silencio, resultando ser algo así como un espacio de “invernadero político”.
Por la “pasarela” de los 43 partidos que alucinan ser gobierno, pronto veremos desfilar a viejos y curtidos rostros que abandonan sus cuarteles de invierno para reciclarse y tentar suerte en cualquiera de ellos, porque entre los “dinosaurios de la política” no existe la jubilación; entonces si el destino nos es adverso, no nos sorprenda que un contingente de ciudadanos de avanzada edad y con el obligado auxilio de sus tres patines (2 piernas y un bastón), sean los que nos gobiernen a partir del año 2026.
No es que se minimicen o se desestimen la experiencia de cualquier ciudadano de la tercera edad o de ilustres personajes que marcaron época y que ya no están con nosotros, pero que si hubieran candidateado más allá de su vida octogenaria, como por ejemplo un Luís Alberto Sánchez, Luis Bedoya Reyes, Fernando Belaúnde, Mario Vargas Llosa o un Javier Pérez de Cuellar, entre muchos otros pesos pesados de la política, hubiera sido imposible no tenerlos en cuenta, pero lastimosamente la lucidez intelectual no marcha paralelo con la edad cronológica (envejecimiento del cuerpo) y que no es compatible cuando se trata de ejecutar tareas de gobierno.
Estamos en el umbral de un nuevo proceso electoral (2026), algo inédito por la cantidad de partidos en contienda, situación propia del Perú, para el efecto debemos tener muy claro cuál debe ser el perfil del futuro presidente de la república, de los senadores y diputados, empezando por negarles el voto a los actuales congresistas, por incompetentes e improductivos, y también no dejarnos engatusar por los cantos de sirena de los aventureros de siempre, con su alucinante verborrea tratarán de prometer mágicas soluciones para los álgidos problemas del país, pero que en la práctica son imposibles de concretar, tal como quiso entusiasmar con sus desvaríos aquel inepto candidato del sombrero que llegaba al poder para aprender, según su propia confesión, o a la actual presidenta que sin vergüenza alguna, explota al máximo y en beneficio propio, el más alto cargo que inmerecidamente ocupa.
Erradiquemos de nuestras añejas costumbres la clásica conducta autodestructiva, cuando reincidiendo en cada evento electoral, votamos por cualquier raro espécimen que aparece en escena, cargado de ofertas que deslumbran los sentidos de los perezosos mentales o aplacan el hambre que araña las entrañas de los que menos pan tienen en casa.
Ante tanto dilema la oportunidad de oro llegó y nos sonríe generosamente abriéndonos las puertas de las posibilidades. Tenemos todo lo que el país necesita para enrumbar hacia un mejor destino y dejar en el recuerdo la vinculación con los países sub desarrollados. Nuestra ubicación geoestratégica en el corazón del nuevo mundo, la variedad de recursos minerales que yacen en el subsuelo y que son insumos que el mundo tecnológico necesita, nos lleva a aspirar a mejores niveles de desarrollo.
Como si fuera poco en esta buena racha de acontecimientos, ahora se complementa con la elección del nuevo Papa, un peruano de adopción (León XIV), cuyos poros respiran aire de peruanidad y que lo pregona con orgullo, algo impensable en una persona que no nació en estas tierras, ¿Qué nos falta?, nos falta lo más importante que es el elemento humano, con capacidad de convertir las ideas en gratas realidades. Si con todo esto no salimos del hoyo, entonces habría que limpiar la casa “fusilando” a la tanda de tarados, ineptos y corruptos que nos gobierna.
En la administración pública la vocación de servicio entre la empleocracia no existe; nadie “sacrifica su preciado tiempo” fuera de su horario de trabajo, sino miren cómo minutos antes (10´ o 15´) ya están formando cola en el mercador de salida. En esta óptica se encuentran los funcionarios, 1) los de carrera, aquellos “inamovibles en el cargo”, curándose en silencio siempre dicen ¡NO! retrasando todo trámite más de la cuenta, sin importar si con ello el país avanza o se detiene, porque sus sueldos están asegurados. y 2) los funcionarios contratados en cargos de confianza, siendo “aves de paso” el ¡SI! es la llave maestra que abre las puertas de la corrupción, porque se ve al Estado como un apetitoso botín, poniéndole énfasis a la licitación de cuánta obra pública se pueda, en la situación que esté, a fín de garantizar el cobro de los “diezmos” que pueden ser del 3%, 5%, 10% o más, disfrazados de “lonchera”, “tamalito” o maletín, según sea la cuantía de la coima, y los más refinados manipulan cuentas bancarias en los paraísos fiscales, como producto del tráfico de influencias o la adjudicación de obras públicas.
En adelante debe ser un requisito para candidatear a todo cargo público de cualquier nivel, ostentar un título profesional a fín de brindar al país un servicio de calidad; por ejemplo, no ser un congresista “intelectualmente ausente” en las comisiones dictaminadoras o en el pleno del congreso. No hay excusa para no serlo, en casi todas las capitales de provincia siempre hay o una filial de alguna universidad o un instituto superior tecnológico. Ahora para saber qué hacer en el gobierno (ejecutivo y legislativo), no se tiene fórmulas mágicas tampoco se enseña en alguna universidad el arte de gobernar, se aprende en el día a día en la “universidad de la calle”, como autodidacta, prestándole visión y oído a los problemas del país, ¿es difícil?, la respuesta es ¡NO!, planteando nuestras propias alternativas de solución, made in Perú, evitando seguir pirateando las ideas de los vecinos. En esta etapa de vida productiva no debe aflorar el instinto plagiador de nuestra añorada vida escolar.
La tarea de gobernar no sólo es competencia del ejecutivo sino también del legislativo, ambos poderes se complementan; entre ellos hay una reciprocidad de favores políticos que escandalosamente se pagan en perjuicio del país. Mutuamente se protegen de la acción persecutora de la justicia, archivando cuanta denuncia les compromete el “honor” enlodado por ellos mismos. Aunque la calle está dura, el ser ministro es un alto honor y hay la obligación de dignificarla y no rebajarse hasta los niveles de ayayero, franelero o escudero de una presidenta que no da la talla, dejándola que siga navegando en el tormentoso mar de sus ineptitudes. Han demostrado que sin importarles nada, el único propósito que los anima, es llegar “sanos y salvos” hasta el año 2026. Mayor cinismo, imposible. ¿y la población?, que lo parta un rayo.