Opinión

Valientes… pero contra su propio pueblo

Por: Walter Miguel Quito Revello

En el Perú, las Fuerzas Armadas y el Ejército han demostrado coraje… sí, pero casi siempre en el frente equivocado. Rápidos para disparar contra campesinos, estudiantes o comunidades indígenas que defienden su tierra y agua; lentos, silenciosos o ausentes cuando la patria realmente los necesitó frente a amenazas externas.

La historia no miente: no hemos perdido territorio únicamente por guerras, sino sobre todo por gobiernos entreguistas que cambiaron kilómetros cuadrados por convenios diplomáticos, intereses privados y favores políticos. Y lo hicieron a espaldas del pueblo, muchas veces con la complicidad pasiva de los mandos militares.

Desde 1851, el Perú ha cedido más de 777 mil kilómetros cuadrados casi el 60% del territorio actual sin disparar una sola bala. Las negociaciones fueron en mesas cerradas, firmadas con tinta extranjera, no con pólvora patriótica.

Presidentes responsables del despojo territorial: 1851 – José Rufino Echenique: Convenio Fluvial Perú–Brasil, entrega de 56,507 km²; 1867 – Mariano Ignacio Prado: Por inacción, se pierden 222,703 km² en el Tratado Muñoz–Neto (Brasil–Bolivia). Ni siquiera se reclamó el territorio robado; 1909 – Augusto B. Leguía: Tratado Velarde–Río Branco (Brasil) y Polo–Bustamante (Bolivia): más de 260 mil km² regalados en su primer gobierno; 1922–1928 – Leguía (segunda presidencia): Tratado Salomón–Lozano con Colombia: 122,912 km², incluyendo el Trapecio Amazónico. Firmado en secreto y aprobado sin consulta; 1942 – Manuel Prado Ugarteche: Protocolo de Río de Janeiro con Ecuador: 110,794 km² cedidos pese a haber ganado la guerra. Caso único en la historia mundial; 1998 – Alberto Fujimori: Tras el Cenepa, entrega simbólica de 1 km² en Tiwinza para “honrar” a caídos ecuatorianos, consolidando la pérdida.

Estos presidentes y sus cancilleres firmaron más actas de entrega que actas de defensa. El papel y la pluma fueron más letales para el Perú que cualquier ejército invasor.

Hoy la estrategia cambió: ya no se regala territorio, ahora se regalan recursos. Agua, gas, minerales, bosques y biodiversidad son entregados a corporaciones transnacionales mediante leyes hechas a su medida. Las concesiones mineras invaden comunidades, los ríos se contaminan, la Amazonía se tala, y las Fuerzas Armadas vuelven a aparecer… no para proteger la soberanía, sino para proteger a las empresas de los ciudadanos que protestan.

Bajo el gobierno de Dina Boluarte, esa doctrina se escribió con sangre: Ayacucho, 15 de diciembre de 2022: 10 personas asesinadas por disparos directos de fusil en Huamanga, la mayoría campesinos y jóvenes que bloqueaban carreteras. Entre las víctimas: Cristian Rojas (19 años) y Josué Sañudo (31 años); Apurímac, 11 y 12 de diciembre de 2022: 6 muertos, entre ellos el adolescente Wilberth Ccente (16 años), alcanzado por una bala en Andahuaylas; Juliaca (Puno), 9 de enero de 2023: la masacre más brutal: 18 muertos en un solo día, con disparos en cabeza, tórax y espalda. Entre ellos María Ambrocio (35 años), madre de dos hijos, y Elvis Chura (17 años); Cusco, enero de 2023: muerte de Remo Candia, presidente de la comunidad de Anansaya Urinsaya Ccollana de Anta, por impacto de bala en el abdomen durante una protesta; Arequipa, diciembre de 2022 – enero de 2023: varios muertos en enfrentamientos cerca del aeropuerto de la ciudad, con uso indiscriminado de munición real.

En total, más de 70 peruanos asesinados y más de 1,200 heridos. Ningún general ha sido degradado, ningún ministro sancionado, y la presidenta sigue blindada por el Congreso y protegida por el mismo aparato represor que disparó.

A esos muertos no los lloró el Estado. No hubo banderas a media asta ni discursos patrióticos en Palacio. Los trataron como enemigos internos, no como hijos de la patria. Se justificó la masacre diciendo que eran “terroristas”, como si esa palabra borrara el hecho de que muchos cayeron por la espalda, en sus calles, en sus plazas, con la bandera peruana en la mano.

Se nos dice que es “defensa de la democracia”, pero ¿qué democracia se defiende disparando contra el pueblo y blindando a mineras, petroleras y madereras?

El uniforme que alguna vez representó defensa nacional, hoy se confunde con el uniforme de seguridad privada de las grandes corporaciones. Y mientras tanto, en las escuelas, se sigue enseñando una historia mutilada, donde los verdaderos responsables del entreguismo quedan ocultos bajo un barniz de patriotismo de cartón.

La soberanía no se pierde solo cuando un invasor cruza la frontera; también se pierde cuando un decreto abre la puerta a los saqueadores… o cuando un fusil se dispara contra el pecho de un compatriota para proteger los intereses de unos pocos. Defender la patria no es agitar banderas en desfile militar ni posar con medallas en el pecho. Defender la patria es impedir que sus tierras, aguas y riquezas cambien de manos a precio de sangre ajena. Lo demás… es traición.