Por: Fernando Zambrano Ortiz.
Analista Político
La tormenta ya está en marcha. En cuestión de días, América Latina ha presenciado movimientos que podrían definir el rumbo político de toda la región. Tres hechos marcan este escenario: la ofensiva de parlamentarios colombianos que buscan declarar la incapacidad mental de Gustavo Petro; el despliegue militar estadounidense en el Caribe, con buques de guerra y miles de marines frente a las costas de Venezuela; y la condena del gobierno mexicano, en voz de Claudia Sheinbaum, a lo que considera un acto de intervencionismo de Washington.
La suma de estas piezas revela que nos acercamos al ocaso de una etapa: la de los gobiernos socialistas que dominaron el mapa latinoamericano en las últimas dos décadas. La caída de Nicolás Maduro, hoy más inminente que nunca, sería el punto de quiebre. Washington ya no lo trata como un presidente, sino como lo que define abiertamente: un “capo” del narcoterrorismo al frente del llamado “Cartel de los Soles”. Tres buques y cuatro mil marines se aproximan a sus costas. El mensaje no puede ser más claro: la era Maduro se acaba. Y con ella, se derrumba el mito del chavismo que prometió justicia social y terminó dejando un país arruinado, millones de exiliados y una estructura de poder sostenida únicamente en la represión y en negocios ilícitos.
En Colombia, Gustavo Petro observa ese derrumbe con preocupación. Su gobierno atraviesa un desgaste acelerado: escándalos, contradicciones, choques con las instituciones y un estilo personalista que lo enfrenta incluso con sus propios aliados. La iniciativa de declararlo incapaz puede parecer exagerada, pero expresa la fragilidad real de su mandato. Si Maduro cae, Petro quedará aún más debilitado, arrastrado por la sombra de su cercanía con el chavismo. En política, las percepciones pesan tanto como los hechos, y la asociación de Petro con un régimen en ruinas lo convierte en el siguiente eslabón de una cadena de inestabilidad regional.
México intenta levantar la bandera del principio de no intervención, pero sus palabras suenan más como un gesto aislado que como un contrapeso real frente al poder militar y diplomático de Estados Unidos. La doctrina Estrada, tan propia de la tradición mexicana, luce noble en el papel, pero impotente frente a un escenario que avanza con fuerza imparable.
La caída de Maduro, seguida de la eventual implosión del proyecto de Petro, abriría un reacomodo histórico en la región. No sería solo la derrota de dos líderes en crisis, sino el fin de una etapa marcada por gobiernos socialistas que, con discursos de justicia social, terminaron instalando autoritarismo, corrupción y miseria. Del chavismo al correísmo, del kirchnerismo al sandinismo, este ciclo dejó países divididos, instituciones debilitadas y sociedades atrapadas en la confrontación permanente.
Latinoamérica enfrenta así una oportunidad histórica: cerrar el capítulo de un socialismo que se presentó como salvación y terminó siendo carga. La pregunta es si, una vez caídos los ídolos de barro, los pueblos estarán dispuestos a no repetir la misma historia y a construir, por fin, democracias sólidas que apuesten por la libertad, la prosperidad y la dignidad de sus ciudadanos.
El reloj corre. Maduro ya está en cuenta regresiva. Petro, aunque en otro contexto, podría ser el siguiente. Y con ellos, podría terminar la más oscura etapa del socialismo latinoamericano.
Con la caída de Maduro y el debilitamiento de Petro, se apaga la última llama de un neo socialismo progresista que solo dejó ruinas en América Latina.